lunes, diciembre 11, 2006

El objetivo del "decrecimiento económico"

“Objetivo decrecimiento”

"Cada vez que aportamos una respuesta inadecuada a un problema lo amplificamos globalmente, aunque en apariencia nos proporcione un alivio pasajero”.

Vincent Cheynet (Preámbulo del libro "Objetivo decrecimiento")




La editorial “leqtor” ha editado un libro con el título “Objetivo decrecimiento”, del Colectivo “Revista Silence”. La pregunta que pretende responder, inscrita en su portada, es: “¿Podemos seguir creciendo hasta el infinito en un planeta finito? Obviamente, la respuesta es no...

Recomendamos vivamente su lectura, porque aporta, a través de pequeños textos de autores diversos – la mayoría de ellos de procedencia francesa –, previamente publicados en la Revista Silence, algunos elementos para el debate imprescindible sobre el necesario decrecimiento. Traemos aquí unas pequeñas referencias del mismo. Parece obvio que, si hemos superado la capacidad de carga planetaria porque consumimos recursos a una tasa mucho mayor – en algunos casos infinitamente mayor – que la capacidad de renovación de los recursos, en algún momento deberemos decrecer. ¿Nos comportaremos en ese caso de tal manera que el decrecimiento se haga con el menor sufrimiento humano, sabiendo como sabemos ya hoy que existe mucho sufrimiento porque pueblos enteros “decrecen” o simplemente sobreviven en un estado de gran precariedad y vulnerabilidad?

Puedes encontrar algunos acertados comentarios relativos al “decrecimiento” en la Noticia que en su momento publicó http://www.crisisenergética.org/ - probablemente la web que en español más profundamente está abordando los problemas de los límites de nuestro modelo de desarrollo y propuestas para el decrecimiento - para anunciar la publicación del libro. También puedes encontrar referencias al “decrecimiento” en general y a este libro en un blog hermano, de un activo participante en la web de Crisis Energética: http://www.decrecimiento.blogspot.com/. Sin duda alguna, una de las personas que más activamente está prodigándose en la difusión del decrecimiento es Marcel Coderch, a la sazón Secretario de AEREN (ASPO-España), editora de la web de Crisis energética.

Los coordinadores - Bruno Clémentin y Vincent Cheynet - de la revista Casseurs de pub y de la asociación Écolo, ambas iniciativas radicadas en Francia – patria actual del pensamiento “decrecentista” – plantean algo obvio: “No es posible un crecimiento infinito en un planeta finito”. Esta premisa requiere de varias aseveraciones más que nos conduzcan a la necesidad del decrecimiento: la constatación de que hemos superado los umbrales del crecimiento y que existe una minoría rica mundial – en la que se encuentran los territorios de la OCDE, sobre todo – que acapara recursos en forma tal que la extensión de ese “estilo de vida” al conjunto de la humanidad resulta imposible por los propios límites de los recursos naturales existentes.

Según los autores de la Introducción al libro, “los economistas viven de hecho en el mundo religioso del siglo XIX, en que la naturaleza se consideraba inagotable”. La búsqueda que hay que emprender, por tanto, es la de una “economía saludable”, que parte de la constatación de que los recursos resulta cada vez más difícil extraerlos y que se acaba el tiempo histórico para reconducir los procesos. Varios de los autores del libro se consideran deudores de Nicholas Georgescu – Roegen, el “padre del decrecimiento”, que acuñó sentencias prodigiosas: “cada vez que producimos un automóvil lo hacemos a costa de una reducción del número de vidas futuras”, apelando a reflexionar sobre el uso irracional que hacemos de nuestro capital natural, irreemplazable.

Nicholas Georgescu – Roegen

Consideran necesario los autores “una reducción drástica tanto de la producción como del consumo”, para lo que defienden, más allá del compromiso de los políticos, un “llamamiento a la responsabilidad de los individuos”. Advierten que las situaciones de crisis históricamente han supuesto el caldo de cultivo para movimientos totalitarios (surgimiento de los fascismos). Parece claro, apostillo, que en el actual escenario de crisis energética fácilmente perceptible, además de perder empleo y recursos que hoy parecen de fácil alcance, perderemos derechos civiles evidentes: es como tiene el poder la costumbre de administrar el descontento y las depresiones, salvo que “combatiéramos” ferozmente en la defensa de la gestión humana y digna de un modelo de decrecimiento. Para los autores, “el decrecimiento deberá ser sostenible, es decir, no deberá generar una crisis social que cuestione la democracia y el humanismo”.

Sería exigible, “una reducción draconiana de nuestro consumo energético”, llegando a afirmar que “en una economía saludable, la energía fósil desaparecería”, relegando el uso de los recursos fósiles a ámbitos como el de la medicina: evidentemente, para los autores “el transporte aéreo y los vehículos a motor de explosión estarían condenados a desaparecer”, tal es la dimensión de decrecimiento que deberíamos abordar. “Deberíamos recurrir a nuestra propia energía muscular”, apostillan, porque hay que recordar que “el 80% de los humanos vive sin automóvil, sin nevera y sin teléfono, y el 94% de los humanos no ha tomado nunca un avión”.

Un obstáculo clave para el “decrecimiento”, además de las resistencias físicas que mostrarían muchos a verse privados del “confort” fruto de la civilización de la abundancia, es que existe una auténtica devoción de tintes fundamentalistas hacia “la fe en la ciencia, lo nuevo, el progreso, el consumo y el crecimiento”.



Serge Latouche, miembro de la “Réseau pour l´Après-développement” que acoge a la “Red de los objetores de crecimiento para un post desarrollo : ROCADe”, hace en su aportación al libro una descalificación implacable del término “desarrollo sostenible”, por inconsistente: “el desarrollo sostenible es como el infierno, y está lleno de buenas intenciones”, calificando a la expresión de antinomia: simplemente no es “sostenible” el desarrollo”, sobre todo cuando este último término está aliado a lo que él llama “el programa de la modernidad”, “transformar en mercancías las relaciones de los hombres entre sí y con la naturaleza”.

Latouche va más allá: “el crecimiento cero no es suficiente”, situándose en la línea de Georgescu – Roegen y cuestionando alguno de los asertos de Herman Daly y René Passet, destacadas figuras de la economía ecológica, que defienden “el estadio estacionario” o el “crecimiento cero”. Partiendo de los cálculos de la llamada “huella ecológica”, sistema ideado por Wackernagel y Reis, y adoptado entre otros por la ONG WWF para sus cálculos de “extralimitación” del uso de recursos del Planeta, el autor considera que “nuestro sobrecrecimiento económico ya supera con mucho la capacidad de carga de la Tierra (...); por lo tanto, para sobrevivir o perdurar resulta urgente organizar el decrecimiento”.

No resulta incompatible el decrecimiento con el bienestar, necesariamente. Sí, evidentemente, con el concepto de confort que hemos aprehendido las recientes generaciones que hemos disfrutado del crecimiento exponencial. Pero Latouche apela a “redescubrir la verdadera riqueza en la ampliación de las relaciones sociales amistosas en un mundo sano (...) es algo que puede llevarse a cabo con serenidad en la frugalidad, en la sobriedad”.

Otro economista miembro de ROCADe, Mauro Bonaïuti, en su artículo “A la conquista de los bienes relacionales”, reivindica la figura de Georgescu – Roegen: el concepto de “progreso tecnológico” que abanderan economistas ortodoxos y que forma parte del imaginario social mayoritario está en la base de la continua reivindicación del crecimiento como modo de comportarse de nuestra economía. Sin embargo, la llamada alternativa de la “desmaterialización de la economía” no ha supuesto una reducción en el flujo de materiales y energía: aunque cada unidad producida lo es con menos energía, se han incrementado de forma exponencial las unidades producidas. La eficiencia – ver Paradoja de Jevons – no implica reducción total del consumo de recurso, en una economía de crecimiento. Buena respuesta para quienes se amparan en el “ahorro y la eficiencia” como alternativa a los problemas globales de gestión de los recursos. Por otro lado, como es obvio, el recurso a la “eficiencia” se suele hacer en entornos de alto nivel de desarrollo tecnológico y, por tanto, con un umbral de consumo de recursos muy alto. La preocupación del autor se centra en generar las condiciones para que “el decrecimiento de las cantidades físicas producidas no provoque necesariamente un descenso del valor de la producción”, para lo que propone el rescate de los llamados “bienes relacionales” y, en definitiva, “favorecer el desplazamiento de la demanda de bienes tradicionales con un elevado impacto ecológico hacia unos bienes para los que la economía civil tiene una ventaja comparativa específica, es decir, los bienes relacionales (demanda de atención, de cuidados, de conocimientos, de participación, de nuevos espacios de libertad y espiritualidad). En los “países no desarrollados” se trataría simplemente de conservar los lazos ya existentes, y evitar la mercantilización progresiva de las relaciones humanas. Para Bonaïuti, “el decrecimiento material será un crecimiento racional, convivencial y espiritual, o no será”.

La reivindicación de la “sobriedad” que hace Francois Schneider parte de la necesidad de reconocer que, hoy por hoy, la llamada “eficacia y el progreso tecnológico” están vinculados fundamentalmente al aumento del consumo: “los automóviles de bajo consumo nos permiten llegar más lejos por el mismo precio”. Funciona el llamado “efecto rebote”, similar a la Paradoja de Jevons, por cuanto “el crecimiento del consumo queda así ligado a la reducción de aquello que limita la utilización de las tecnologías”: esto es, “un aumento del consumo de un producto o servicio debido a la reducción de su precio de coste” (en buena medida gracias a una mayor eficiencia en el uso de recursos para su fabricación: p.ej.: coches más eficientes en el consumo de carburante). La lógica del crecimiento está, además, plagada de desigualdad. Unos crecen porque otros no tienen lo mínimo. Necesitamos dos planetas, ya no para alimentar al conjunto de la población, sino para sobrealimentar a una minoría mientras se agravan las situaciones de indigencia y precariedad vital de cientos de millones de personas. Schneider considera que “reducir el crecimiento económico sería posible con un descenso del consumo de recursos, si bien ello implicaría transformar de arriba abajo el funcionamiento de la economía”. Varias de las medidas que tenderían a realizar esa transformación serían:
- “limitar en origen las extracciones mundiales de recursos mediante cuotas”,
- “crear reservas de recursos naturales”, similares a las figuras de los parques naturales;
- “rebajar el tiempo de trabajo de forma que se redujeran los ingresos y, por tanto, el consumo, al tiempo que se harían posibles las actividades lentas y la autoproducción”.

El economista americano de origen rumano Nicholas Georgescu – Roegen creo la bioeconomía, como una nueva ciencia económica que le llevó a “modificar la comprensión del proceso económico del desarrollo”, al decir del filósofo Jacques Grinevald (Georgescu – Roegen: bioceconomía y biosfera), en el que analiza el “error fatal” de la concepción ortodoxa de la economía: partir de una visión mecanicista (Newton – Laplace), ajena a los descubrimientos decimonónicos de la evolución biológica (Darwin) y la revolución termodinámica (Carnot). La economía ha permanecido ajena a los condicionamientos biológicos, los límites de la Tierra. Georgescu – Roegen fue categórico con el debate sobre el llamado “desarrollo sostenible”: es una “nana encantadora”, al servicio del stablishment: bien al contrario, “el crecimiento económico (y demográfico) mundial no solamente debe ser estabilizado, sino invertido, o por decirlo de otra manera, mañana el decrecimiento, si la humanidad desea salvaguardar sosteniblemente la habitabilidad de la biosfera que, en el cuaternario vio la aparición y expansión del fenómeno humano sobre el planeta”. La bioeconomía, tal como la entiende el economista rumano, “considera el desarrollo tecnoeconómico de la especie humana tanto en la unidad de su enraizamiento biofísico como en la diversidad de su evolución cultural e institucional, sin perder nunca de vista las imposiciones y los límites del planeta Tierra y su biosfera”, según Grinevald.

La Presidenta de la Sociedad Internacional para la ecología y la cultura (ISEC, en sus siglas en inglés), Helena Norberg – Hodge, hace una crítica profunda a la progresiva mundialización de la economía, a su creciente dependencia del comercio masivo, en buena medida con intercambio innecesarios y superfluos de mercancías, y que afecta de forma profunda al Planeta y sus habitantes. Esa globalización ha supuesto al tiempo la generación de una inmensa infraestructura de apoyo a la misma (especialmente en el sector del transporte) y unas reglas de comercio internacional que profundizan en la interdependencia y, por tanto, en la era de la “pos-abundancia” como diría Michael Klare, en la creciente fragilidad de las economías locales, sustento aún de la mayoría de habitantes del Planeta. Los efectos de esta lógica de extensión del comercio mundial han sido según la autora, la
- degradación de la democracia,
- pérdida de autonomía para los gobiernos,
- desestabilización económica,
- urbanización y pérdida del mundo rural,
- inseguridad alimentaria,
- ampliación de la distancia entre poderosos y desheredados,
- degradación del entorno,
- multiplicación de los conflictos, la violencia y el terrorismo,
- simplificación de las culturas, etc.

Para Norberg – Hodge, “si la globalización es la causa de tantos males, la localización tendrá que formar parte de los remedios”. Para ello, propone una batería extensa de medidas que inviertan las tendencias de concentración del poder económico y “relocalice” las actividades en el entorno cercano, a través de:
- la regulación de nuevos acuerdos comerciales con criterios de “proteccionismo” para salvaguardar el empleo y recursos locales;
- la regulación de los flujos de capitales,
- el replanteamiento de los criterios de “éxito económico”, incluyendo los costes evidentes que tiene el actual modelo;
- el rediseño de los sistemas fiscales, con el fin de favorecer las economías locales, gravar el uso de recursos energéticos, etc.
- nuevas políticas bancarias, que busque la reorientación del crédito hacia iniciativas locales;
- reformar las reglamentaciones agrarias, que favorecen a las grandes empresas y a la urbanización del territorio;
- la reforma de las reglamentaciones sanitarias para favorecer las pequeñas producciones locales frente a las producciones industrializadas.

La autora considera imprescindible, además, que se genere una “economía local” (bancaria), se fomenten las empresas locales, la moneda local y las comunidades de pequeña dimensión (ejemplo: Red Gaia).

Uno de los objetivos de este libro es difundir la necesidad de “calmar la economía”, una “economía que se mantenga dentro de los límites de los recursos del planeta” y que “evite la concentración de riquezas”, al decir de Willem Hoogendijk, a través de unas reglas que sintetizamos en:
- hay que reemplazar una economía de la oferta por otra basada en una demanda que respete los límites de la naturaleza;
- el dinero tendría que ser el “servidor” y circular sin posibilidades de evasión, y estar más vinculado a las personas;
- debe haber un estímulo de las producciones locales, que reemplazaría las importaciones;
- la actividad básica en todo el mundo tendrá que ser la agricultura biológica, y a escala regional se comprarán sobre todo productos locales, tendiendo hacia una cierta “re-regionalización”;
- propone una fuerte “ecotasa” hacia los transportes para facilitar el desarrollo de las economías locales.

Propone Hoogendijk una movilización social para afrontar estos retos, organizarse, dice él, “como los obreros de antes”.


Por último, Denis Cheynet, de la Asociación de Lyon “Agrupación para una ciudad sin coches” (Rassemblement pour une ville sans voiture) hace una descripción intachable sobre el carácter profundamente “aberrante” del coche, considerado como una “de las mayores herramientas de la actual concepción económica del mundo”, hasta darle el calificativo de “plaga” por la profunda desigualdad que causa (sólo el 10% de las personas del mundo circulan en automóvil); segregación social, muertes por accidentes, desarticulación territorial, alejamiento de usos, contaminación acústica y atmosférica, derroche de recursos y tiempo, siguiendo para ello los cálculos de Iván Illich, etc.


Propone el autor abandonar el automóvil mediante el decrecimiento de los flujos de transporte, reorientando la economía hacia lo local; abandonar el coche redefiniendo los objetivos de las sociedades hacia la consecución de la felicidad y las relaciones humanas y, finalmente, abandonar el automóvil mediante el “no-poder”, mediante la insumisión a su sometimiento cultural y tecnológico.

1 comentario:

josep dijo...

Felicidades por todos tus artículos!!

Compartimos mucha gente los objectivos del movimiento decrecentista, que se extiende sin tener que explicarlo, puesto que es la única alternativa de entrada intuitiva, pero además potente argumentalmente, fundamentada empíricamente, razonablemente creíble, etc. Aunque siempre en construcción i redefinición, espero... Estamos en marcha, y dispuestos a superar el modelo de desarrollo capitalista, condenado a parar por sus propios meritos.

Hay organización en canarias?

Conoces la "entesa pel decreixement" en Catalunya? Estamos intentando tejer una red horizontal de pequeños movimientos locales, que a partir de otras luchas particulares han convergido en este punto de encuentro. Tambien Proximamente saldrá una nueva edicción de la publicacion: CRISIS.

Pues eso, espero haberte ofrecido nuevos datos i vias de exploracion.

Salud i crecimiento del entendimiento!!