jueves, febrero 11, 2010

El petróleo inglés

Un grupo de grandes empresas británicas del sector de la construcción, energéticas y de transportes ha difundido recientemente el informe con el título “La crisis del petróleo. Una llamada de atención a la economía del Reino Unido” (enlace al informe), en el que solicitan medidas urgentes al gobierno de la isla en relación con la crisis consecuencia del fin del petróleo barato que, entienden, se cierne sobre la economía global en los próximos cinco años.

(Noticia en el Wall Street Journal)

Consideran estos empresarios, entre los que se encuentran los propietarios del conglomerado Virgin (Sir Richard Branson), o de la transportista Stagecoach, que es posible estimar un techo de flujo de petróleo a nivel mundial entre el año 2011 y el año 2013, tras el que se vislumbra un retroceso en la producción, que supondría un incremento inevitable de los precios del crudo, retrotrayéndonos a los tres dígitos en el coste del barril del año 2008, un episodio que contribuyó a la crisis crediticia que hoy vivimos.

El caso del Reino Unido merece especial atención, porque representa hoy, a través del yacimiento del Mar del Norte – que se comenzó a desarrollar en los años setenta del pasado siglo - un caso paradigmático de declive de producción, como al parecer suele ser habitual en estos desarrollos petroleros de aguas profundas (se acelera la extracción, para amortizar los altos costes de las instalaciones, a costa del rendimiento ulterior del pozo). Efectivamente, entre el año 1999 (año del cenit de producción en esa zona) y el actual, la extracción ha descendido a la mitad. La consecuencia inmediata para la economía de este país ha sido que pasara de ser exportador a importador de crudo desde hace un lustro, por primera vez en décadas; y, sobre todo, que su balanza de pagos sea crecientemente deficitaria, lo que se puede convertir en un problema estructural de primer orden.

Estos representantes de grandes empresas creen que el escenario energético petrolero requiere de la adopción de medidas que, inevitablemente, le corresponderá gestionar al próximo gabinete que ejerza el poder desde Downing Street. Así, dibujan un panorama de dos opciones: una de ellas, que ignora estas perspectivas de crisis petrolera, tendría como consecuencia una creciente dependencia del exterior y una continua devaluación (1% anual) de la libra esterlina, con una repercusión clara en las finanzas de esta potencia. La otra opción es la de una especie de urgente terapia de choque basada esencialmente en la mejora de la eficiencia y seguridad energética insular, hasta el punto de que se dibujan objetivos de la contención del consumo en más de un treinta por ciento para el año 2025, reduciendo al máximo la vulnerabilidad hacia los precios del petróleo y el gas, que prometen volatilidad y tendencia alcista paralela a las previsibles tensiones que desate una reactivación económica global.

Esas propuestas de programas de eficiencia incluyen absolutamente todos los sectores económicos: desde la masiva electrificación del transporte, con un especial cambio modal hacia la movilidad pública, con la máxima participación de las energías renovables; hasta la eficiencia energética en todos los procesos productivos, desde el primario hasta el comercial. Estas medidas, tomadas con la decisión adecuada, podrían contribuir a paliar unas perspectivas preocupantes, cuyas repercusiones debieran merecer toda la atención por parte de nuestra comunidad.

viernes, febrero 05, 2010

El factor China


Sostiene Kate Mackenzie, del diario Financial Times, que es China quien está sosteniendo los precios actuales del petróleo. En su análisis, basado en datos de Goldman Sachs, se refleja que el país asiático ha compensado casi exactamente la caída abrupta de la demanda de crudo en los Estados Unidos, con un incremento de su consumo de petróleo, lo que hace entrever una robusta capacidad de absorber nueva capacidad de expansión, tal es la inercia que mantiene esa nueva “fábrica del Mundo”, como ha sido denominada.

Resulta significativo, en ese aspecto, cómo China está importando con fruición, por ejemplo, la producción de petróleo creciente de Angola, o la rapidez con la que se sitúan empresas petroleras de ese país como CNPC y CNOOC, en Gabón, Nigeria, Sudán y otros territorios del llamado “West Africa”. Igualmente, los movimientos geoestratégicos vinculados al crudo vislumbran “desviaciones”, quizás más preocupantes, del petróleo Saudí hacia un mercado que sigue creciendo a un ritmo anual cercano a los dos dígitos, ante caídas abruptas del consumo occidental que, igualmente, supera los dos dígitos en algunos indicadores de consumo, pero en sentido contrario. Lo mismo podemos decir en relación con el mercado global del gas, y la pretensión del país más poblado del Mundo de generar los convenientes lazos de hermandad – en forma de gaseoductos – con el vecino ruso.

Precisamente, conviene detenernos en uno de esos indicadores considerado convencionalmente como de salud económica, para evaluar la importancia del “factor China”: la analista de “TheOilDrum”, Gail Tverberg, estudiaba recientemente las escalofriantes cifras del crecimiento de ese país en el sector del transporte, partiendo de datos oficiales. Según los mismos, durante los años 1987 a 2007, su crecimiento medio anual del número de nuevos propietarios de vehículos había sido de un 30%. En el transporte aéreo, había superado el 15% anual en la última década. Con esa tendencia, estimaba Tverberg, ese país tendría el mismo parque de vehículos que los Estados Unidos, ¡en tan sólo siete años!, aunque está por ver de dónde provendría el combustible para ello. Y aún así, todavía China poseería una quinta parte de la ratio de vehículos por habitante que tiene la todavía primera potencia mundial, y menos de la mitad de la que detentan los ciudadanos europeos occidentales.

Al gigante le ayuda otro gigante, India, que también está creciendo significativamente en su nuevo parque de vehículos. Según Rahul Goswami , que cita datos de la confederación industrial de ese país, en el periodo 2003-2008 la venta de coches del otro territorio “mil millonario” en habitantes, se incrementó en un 25% anual. Esperan ser, en el año 2016, el sexto mercado mundial de venta de coches. No es de extrañar, de esa manera, que la administración norteamericana haya mostrado ya públicamente su inquietud por lo que resulta de factor de creciente competencia por los recursos energéticos en el Mundo, la presencia de semejantes tasas de incremento del consumo, por mucho que éstos sigan estando muy alejados de las ratios de los países más ricos.

Se ha hablado hasta la saciedad de hasta qué punto la expansión china, que algunos califican también como burbuja, podrá soportar por más tiempo una recesión global, siendo como son sus gigantescas fábricas suministradores dependientes de los mercados occidentales y su solidez financiera. Pero, por otro lado, se puede llegar a pensar que China, realmente, se está pertrechando como una gran potencia que acapara, a través de sus proverbiales bajos costes, recursos y nuevos lugares de posterior suministro de productos para cautivos mercados que desmantelan sus sectores industriales propios, como le ha ocurrido a los EE.UU. o, en parte, a Europa. También se analiza la viabilidad de ese descomunal modelo en un entorno de petróleo caro, esto es, en un marco de globalización menos rentable. Sea como fuere, a la tarta de los recursos se han acercado, a una velocidad que nos podría resultar extravagante en otro contexto, unos cientos de millones de nuevos consumidores que ejercerán de factor clave en cualquier venidero llamamiento a los brotes verdes, en la medida en que sus tallos han sido fertilizados con el brebaje del crecimiento exponencial que solíamos pensar estaba reservado sólo para una minoría del Norte occidental. En el ámbito de los recursos naturales, se asegura que en este escenario, con los actuales ritmos de extracción y, en algunos casos de reservas, se incrementará la pujanza global por los mismos, en forma de precios altos, algo que quizás esté inaugurando una nueva era con consecuencias de importante calado para las economías occidentales.

jueves, diciembre 10, 2009

Las tierras raras


Varios acontecimientos han precipitado en los países desarrollados el estudio de las reservas de los recursos minerales disponibles en el Planeta en las próximas décadas, para el desarrollo socioeconómico y de los nuevos sectores tecnológicos. Multinacionales y entidades públicas – singularmente la administración estadounidense y la Comisión Europea – han generado informes que han venido a responder a fenómenos como la subida de los precios de los principales minerales, tanto metálicos como no, hasta el año 2008, o la reciente advertencia de China de restringir o eliminar la exportación de las llamadas “tierras raras”, con el argumento de que las precisa para su desarrollo industrial propio, dándose la circunstancias de que este país provee hoy al Mundo del 95% de los mismos, usándose hoy de forma importante para sectores como las comunicaciones, baterías recargables, energías solar y eólica, nanotecnología, células de combustible o los coches híbridos, éstos últimos considerados como uno de los objetos tecnológicos con mayor uso de elementos raros.

Geólogos como Vince Matthew, del Servicio geológico de Colorado, el francés Jean Lahèrrere, o el químico italiano Ugo Bardi, de la Universidad de Florencia, junto a muchos otros, han abordado una preliminar y ambiciosa evaluación contemporánea de algunos de estos recursos a nivel global, avanzando significativos resultados sobre nuestra capacidad de remoción de la corteza de terrestre para procurar el aprovechamiento de los mismos. Estos y otros estudiosos han advertido que, no sólo aquellos considerados ya naturalmente como escasos por su composición geoquímica, sino otros relativamente más abundantes, están enfrentando incrementos de su uso imposibles de mantener a medio plazo, y menos aún de generalizar en un hipotético escenario de menores desequilibrios mundiales: así ocurre con los minerales de Zinc, platino, cobre, oro, uranio e inclusive otros elementos como el fósforo, tan elementales para la agricultura moderna. Se han modelizado las tasas de extracción de estos y otros recursos, así como evaluado las principales reservas existentes. Como ocurre con otros recursos, aunque la vasta Tierra ofrece aún lugares por explorar sistemáticamente – léase las zonas vírgenes de África o América del Sur -, lo que no es ajeno a importantes impactos socioambientales que ya presenciamos -, y el aprovechamiento de cada recursos es cada vez mayor por unidad de extracción minera, se observa claramente que los esfuerzos para obtener un gramo de tal o cual mineral son progresivamente mayores, al disminuir la concentración de las vetas que se obtienen en los yacimientos, y tener que profundizar más en la búsqueda de las mismas. Se suele poner como ejemplo el del cobre, que ha pasado de una concentraciones del 25% en los hallazgos de vetas en el año 1925, a unas actuales del 0,8%.

Resulta curioso que muchos de esos elementos no tan abundantes se estén usando hoy en tecnologías de la comunicación o el entretenimiento con productos de un ciclo de vida útil muy pequeño, como los teléfonos móviles, pantallas planas, etc. Y que, además, estén siendo sistemáticamente enterrados en vertederos al cabo de los pocos meses. El reciclaje de los materiales, probablemente, será norma en el futuro próximo, así como la búsqueda incesante de combinaciones de elementos que ofrezcan las prestaciones que hoy tienen algunos de esos materiales, destacables por su resistencia a altas temperaturas, alta conductividad, características magnéticas, etc. Por otro lado, parece inevitable el resurgimiento del “nacionalismo mineral” para controlar el procesamiento de estos recursos, que hoy ya son vitales para el funcionamiento de las economías industriales, lo que puede causar episodios de disrupción en el suministro y afección determinante a procesos económicos, hoy inimaginables.

También probablemente, los precios de estos materiales vuelvan a resurgir en un futuro de recuperación económica. El mundo de la inversión financiera está repleto de anhelantes ejecutivos a la búsqueda de inversiones rentables, en forma de yacimientos de recursos naturales, una vez puesta en cuestión la inversión en fondos de “dinero virtual” o inmobiliario, y cuando ya se tiene la creciente y generalizada percepción de que la multiplicación del consumo demandará también más uso de recursos minerales, lo que condicionará la selección de sus beneficiarios a través del precio.

viernes, noviembre 20, 2009

El bajo coste agrario


Numerosos países del Mundo desarrollado están registrando en su seno movilizaciones de los agricultores, ante la convergencia de los problemas que acompañan la crisis económica y financiera internacional. Básicamente, la rentabilidad de las actividades ha descendido, frente a algunos costes que se mantienen altos en relación con las cifras anteriores a la crisis. La guerra por el bajo coste de los alimentos que han emprendido las grandes distribuidoras, en su pugna por mantener cuotas de mercado en este periodo de contracción del consumo e incremento del desempleo, está teniendo como principales víctimas a una parte importante del sector primario, que ha visto en poco más de dos años cómo el “rally” alcista de los precios de los alimentos se ha desvanecido, pese a que los costes de financiación, combustible, transporte, fertilizantes y otros insumos no registran tantos descensos, lo que reduce los márgenes de beneficios o cuestiona directamente el mantenimiento de algunas actividades agropecuarias.


Los precios de los alimentos, en términos reales, iniciaron desde hace casi medio siglo una senda de declive que se mantiene aún hoy en las zonas de mayor renta. Los increíbles incrementos de la productividad agropecuaria desde los años 60 del pasado siglo generaron gran abundancia en el suministro de materias primas agrarias, gracias a los bajos costes de toda la cadena de producción, apoyado por las administraciones públicas norteamericana y europea, que promovieron la mayor reconversión agraria de la historia, con el abandono masivo del campo hacia las grandes conurbaciones, y la especialización mecanizada de la actividad, que hoy está concentrada en porcentajes de la población activa que, en el mejor de los casos en los países ricos, alcanza el 5% del total. Todo ello alimentó el bajo coste agrario, con una estructura de costes que se tambaleó hace unos pocos trimestres.


La burbuja del precio de las materias primas que culminó en julio de 2008 supuso un antes y un después para muchas actividades económicas, entre ellas la agrícola. La sequía del crédito resultó más letal que la pluviométrica, y ha desdibujado la tendencia que parecía consolidada, sobre todo a favor de los consumidores y los intermediarios, de mejora o, en el peor de los casos, estabilización de la renta agraria.


La consecuencia de la crisis agropecuaria y el descenso de rentabilidad frente al incremento de los costes generan una peligrosa espiral de desinversión en el sector que, unido a la evidente falta de relevo generacional y, entre otros factores, la pérdida de márgenes de crecimiento en los rendimientos de las cosechas que se viene registrando, puede ocasionar problemas reales de estabilidad de la cesta de los alimentos a medio plazo. Hay que tener en cuenta que la crisis económica que vivimos (también, por tanto, la del poder adquisitivo por parte de los compradores) puede prolongarse de forma importante, dado que existen varios factores cuya importancia está evidenciándose en los últimos años – singularmente el acceso cada vez más exigente a los finitos recursos energéticos, minerales y el mismo suelo de cultivo, etc. -, que dificultarán el retorno a la creciente senda del crecimiento que habíamos conocido en las anteriores décadas.


Podemos decir que hemos vivido con bajo coste agrario hasta ahora, pero que esa etapa tiene costes crecientes, que cuestionan su mantenimiento. Resulta paradójico que la sociedad de la revolución digital vea cómo su sector primario contempla con escepticismo su propio futuro, y considere el abandono de la actividad principal de cualquier sociedad. La continuidad de la crisis requerirá, probablemente, y frente a la tendencia actual, una nueva intervención pública reforzada en el sector primario, así como un incremento de los precios de los alimentos y reducción de los márgenes en la cadena de distribución, en una renta doméstica que está registrando ya una sorda reestructuración de sus prioridades del gasto, para adaptarse a una nueva era en la que el acceso barato a los alimentos irá dejando de ser una obviedad.

miércoles, septiembre 09, 2009

Canarios en la mina


El Gobierno de Canarias difundió recientemente el contenido del importante “Plan estratégico de conectividad aérea del archipiélago”, estudio en el que analiza la situación actual del transporte aéreo en sus rutas desde los territorios europeos emisores de turistas, y se emplaza a adoptar medidas de urgencia para evitar que se consolide la tendencia iniciada durante el año 2008 de reducción de esas conexiones, promoviendo un catálogo de propuestas de recuperación de una “senda de crecimiento”, a través especialmente de campañas de promoción, subvenciones indirectas, etc.

El documento, disponible en la web oficial de la Consejería de Turismo, puede ser calificado como de gran trascendencia en el análisis de nuestra reciente historia económica, al reflejar un punto de inflexión sobrecogedor para la economía y la población de las islas; fruto de varias circunstancias, Canarias está pasando de ser referencia casi preferencial en las conexiones del transporte aéreo con el turismo español, alemán y británico, especialmente, para entrar a competir con otros países – singularmente Egipto y Turquía, como comenta el Informe – con costes sustancialmente inferiores en destino, y distancias similares con el viejo continente. Antes del estallido de la crisis económica, el crecimiento de burbuja permitió abonar de forma creciente la extensión del fenómeno del sol y playa en numerosos lugares del mediterráneo y allende los mares, al igual que alimentó el continuo crecimiento de la ya reconocida sobreoferta alojativa del archipiélago, que llega a situarnos prácticamente en el medio millón de camas turísticas, lo que precisa de una cifra no muy inferior a los 10 millones de visitantes anuales para mantener con suficiencia una actividad, forjada en barrotes de sol y playa, cubiertos de arena dorada.

Pero de entre los factores que más visiblemente están reflejando la quiebra de un modelo de crecimiento, sin duda alguna, hay que destacar el comportamiento de las compañías aéreas en esta nueva etapa de inestabilidad económica, algo que refleja claramente el citado Informe oficial. Nos dice que ante la “debilidad de la demanda en los principales mercados emisores”, el tándem Touroperador – Compañía aérea opta por la reducción de riesgos y por priorizar destinos con mayor margen económico por turista trasladado. Las compañías aéreas han recibido el embate primero de la tendencia alcista del precio del petróleo, y después los efectos de la reducción de la demanda, dirigiendo sus esfuerzos las empresas supervivientes hacia la reducción de costes en casi todos los capítulos de gasto de una entidad de este tipo. La condena al bajo coste, la volatilidad persistente del crudo – inevitable desde estos años en ciclos más o menos veloces – y el deterioro inevitable de la economía suntuaria en momentos de ajustes, son ingredientes con los que tendrán que convivir las economías que dependan en gran medida del transporte aéreo.

El Gobierno de Canarias ha hecho suyas las recomendaciones del Informe y promoverá ayudas públicas, intentando salir al rescate de las rutas aéreas para hacerles atractiva la conectividad con el archipiélago, dadas las enormes repercusiones económicas y sobre el empleo que tiene la pérdida de cualquier conexión; amen de que el texto considera, como no podía ser menos en un estudio con perspectiva económica convencional, que el ritmo de incremento exponencial de la demanda se recuperará de nuevo.

El transporte aéreo ha sido calificado como una industria del tipo “canario en la mina” en nuestra sociedad con tasas de alta movilidad, por la gran sensibilidad que muestra su comportamiento como actividad ante crisis de cierto calado. Lo mismo podemos decir de Canarias, o territorios similares, “atrapados”, entre resorts de lujo, tras los barrotes de la alta conectividad aérea, una conectividad que ha mostrado, para impresión de cualquiera que conozca la situación actual del archipiélago, incipientes trazas de una desconexión cuyas repercusiones sólo entienden bien los isleños.

miércoles, agosto 26, 2009

Hacer reformas


Inmersos en la recesión, conviene centrarse en la necesidad de hacer reformas. En primer lugar, parece inevitable plantear que es preciso afrontar determinados cambios. Una vez que un proceso veloz de “descrédito” financiero, entre otros factores, nos ha llevado a la vertiginosa velocidad de expulsión del mercado laboral de decenas de millones de personas en el Mundo (la Organización Internacional del Trabajo estima en cincuenta millones el número de nuevos desempleados que se pueden generar este año), se puede coincidir fácilmente en que algo no funciona en el actual entramado socioeconómico, y que es preciso orientar el sistema hacia un modelo que incluya, frente al excluyente que se quiere consolidar.

Pero ahí terminan las coincidencias entre los que debaten sobre los mencionados cambios. Para muchos – la mayoría en el debate cotidiano -, los ajustes deben apuntalar el modelo que ya se tiene, esperando “recuperar la senda del crecimiento”, para la cual “habrá que prepararse”. Entre estos se encuentran los adalides de la burbuja inmobiliaria y de consumo, que alimentó nuestros sectores económicos hasta hace bien poco, así como la inmensa mayoría de los economistas convencionales que consideraban casi intachable el pasado periodo de compulsivo crecimiento económico que nos trajo este fenómeno de rápido ajuste sociolaboral, un tanto despreocupados por haber quedado en evidencia cuando era evidente que su modelo se hundía en los últimos trimestres. Están, por otro lado, quienes estiman que esa vieja senda de la progresión debe procurarse desde nuevos pilares, que van desde la promisoria “sociedad del conocimiento” hasta la “I+D+i+….”, pasando por nebulosas apelaciones a mundos virtuales y valor añadido de la malherida economía de la exquisitez, sin mayor concreción que los innumerables planes que, paradójicamente, en buena parte de los casos buscan reducción de costes…laborales mediante la automatización de los procesos. Tienen en común estas posturas su reclamo sobre la necesidad de “ser más competitivo”, algo que parece no discutirse (pese a las crecientes evidencias acerca de la pérdida de empleo que ha traído la recurrente lucha entre comunidades por producir más barato); también unen sus fuerzas estas opiniones para coincidir en que es necesario crecer para no perder el ritmo en un tren que esta vez ha parado cuando queríamos que fuera cada vez más rápido.

Igualmente, se añade al compendio de ideas que surge el reclamo sobre la necesidad del reparto de los beneficios del capital, engrosados hasta el insulto y retransmitidos en horario de máxima audiencia, para escarnio de los parias de la Tierra. Consideran que la justicia fiscal, el reparto de los etéreos dividendos (pocos se atreven a pensar en qué ocurriría si se quisieran materializar realmente todos esos billones que se dice se tiene en tantos instrumentos “parafinancieros”…), la lucha contra los paraísos fiscales, etc., haría aflorar una economía de casino para conseguir “objetivos productivos”, porque, y en esto coinciden con los anteriores, se trata de producir y consumir más.

Por último, se abrazan de nuevo los recurrentes mensajes sobre la flexibilización laboral, el internamiento del cainismo como regla de comportamiento socioeconómico, y un sin fin de recetas de viejo cuño que buscan, a través de sus reformas, apuntalar las diferencias, y garantizar bajos costes económicos con altos costes sociales, en una segura carrera hacia la quiebra de la cohesión social.

Casi todos estos análisis parten de que, además de posible, es necesario crecer cada vez más rápidamente (no otra cosa es el porcentaje anual de incremento del PIB con respecto al año anterior), y que esto, inclusive, sea a nivel global (aunque algunos no tienen problema alguno en excluir a los que no entran en la cesta de los ricos, y tienen además infinidad de argumentos para justificarlo, sin sonrojarse).

Pero, ¿qué ocurriría si nos encontramos con que es difícil que la oferta satisfaga la demanda creciente de recursos y, sobre todo, el flujo de los mismos del productor al consumidor? Esa opción debiera ser barajada, y además seriamente, porque hay crecientes indicios de límites en la posibilidad de mantener crecimientos económicos en un futuro inmediato de 7.000 millones de potenciales consumidores globales, sobre todo si quisiéramos extender – algo bastante improbable debido a la finitud de nuestra Tierra - nuestros patrones de consumo occidentales, altamente individualizados, con ciclos de producción de rápida obsolescencia y alta degradación de recursos per capita. Esta crisis, hasta ahora, ha relegado del carrusel del sistema a porcentajes crecientes de población, a nivel internacional, provocando inclusive el incremento del hambre, según la FAO. Es casi unánime la apelación al retorno al crecimiento como fórmula salvífica que reduzca la desigualdad, pero parece ganar enteros la interpretación de que, precisamente, un importante componente de ese desequilibrado reparto es la reiterada búsqueda de crecimientos que están provocando el incremento de la vulnerabilidad social, en la competencia por los bienes y recursos que no su multiplican a la velocidad de nuestras insaciables y globales apetencias de consumo. Así, pues, no tiene nada que ver plantear hacer reformas para perpetuar incrementos del PIB con posibles y más duraderos ajustes sociales, que reconocer la necesidad de reformar nuestra forma de concebir la economía – tarea nada sencilla, bien es cierto - , hoy pensada como una gran máquina de insaciable apetito, para ponerla al servicio de la satisfacción de necesidades que, como nosotros, no pueden ni deben crecer indefinidamente.

miércoles, agosto 05, 2009

La enésima advertencia


El diario británico The Independent ha recogido en estas fechas de baja tirada una clarificadora entrevista con el economista jefe de la Agencia Internacional de la Energía, Fatih Birol, que se sintetiza en el encabezamiento estremecedor del artículo: “Aviso: se agota rápidamente el suministro de petróleo”.

Más allá del impacto del titular, el contenido de la entrevista desglosa las conclusiones del reciente informe de ese organismo sobre el agotamiento de los yacimientos gigantes que aportan la mayor parte de la extracción mundial diaria de crudo.

Ha “descubierto” esta entidad algo que ya muchos geólogos del sector conocían, y que no es otra cosa que la creciente dificultad para que el nuevo petróleo que se incorpora a la producción compense el declive cada vez más agudo de los viejos yacimientos.

Entonces, Birol se despacha, cuando todos hablan de brotes verdes, con el calificativo de “catástrofe” para apellidar el estado del suministro de petróleo en un plazo de… cinco meses, en el año 2010.

A poco que se repase la historia de la economía mundial reciente, esta advertencia viene a decirnos que, de confirmarse, no habrá recuperación de la economía mundial, y que ésta se pospone sine die, a menos que se excluya a cientos de millones de consumidores del disfrute del crudo, principal recurso energético mundial, y se agudice el desequilibrado reparto energético ya existente hoy, algo bastante improbable en el Mundo globalizado en el que vivimos, un modelo que hoy se está tambaleando como nunca en su reciente devenir. La Agencia ha modificado sustancialmente sus estimaciones sobre extracción de petróleo en apenas un lustro. Así, en el año 2004 no tenía problemas para publicar que el Planeta consumiría diariamente 125 millones de barriles de petróleo para el año 2030; en su reciente informe, de un plumazo, rebaja esa predicción hasta los 105 millones: es decir, cambia sus pronósticos en más de un cincuenta por ciento, cuando se decide a investigar sobre el estado actual de los yacimientos.

Aún más preocupante es que ese objetivo de crecimiento lo fíe a que se desarrollen inversiones multimillonarias en recursos petrolíferos más costosos, lejanos y difíciles de procesar; o, aún más cómico, en la búsqueda y hallazgo efectivo de multitud de nuevos campos petrolíferos, en un desesperado llamamiento al “porque yo lo valgo” propio de las proyecciones economicistas.
Como comenta Pedro Prieto, partiendo de las afirmaciones de Birol, “se buscan seis Arabia Saudís para el año 2030”; algo geológicamente bastante improbable, porque desde hace muchas décadas se conocen los lugares con yacimientos petrolíferos fáciles, y dónde es simplemente imposible que haya crudo que justifique una inversión en extracción. La enésima advertencia viene con muy poco plazo de reacción. Hace ya más de una década, dos geólogos, Colin Campbell y Jean Lahèrrere, advertían del “fin del petróleo barato” en Scientific American. Los avisos de crecientes agentes de la industria y otros ámbitos se han hecho visibles ya en la prensa habitual, y se hace común hablar del “cenit del petróleo” o “peak oil”, al contrario que hace tan sólo unos trimestres.La situación económica que traerá esta “catastrófica crisis energética”, en palabras de los dirigentes de la Agencia Internacional de la Energía” y usando referencias de otras situaciones de estrechez del suministro, tiene su traslación directa en la contracción del crédito; la falta de expectativas de crecimiento que recupere nuevas inversiones expansivas; el desplazamiento de los objetivos de captación de nuevos clientes a la consolidación a bajo coste de los existentes; y, en fin, en el intento desesperado por no quedar descolgado del círculo del consumo y producción.

Exigiría este nuevo escenario un replanteamiento socioeconómico y laboral bastante diferente al que queremos mantener, en la línea de criterios de austeridad, reparto, solidaridad y redefinición de necesidades, y para evitar las peores consecuencias del proceso que nos advierten se avecina.


Y nunca es tarde para empezar.