viernes, julio 27, 2007

Artículo de Opinión: Cenit del cemento en Canarias

El desplome de la burbuja inmobiliaria se impone con la contundencia de los acontecimientos históricos. Supone la constatación del agotamiento definitivo de la capacidad de crecimiento del maremagnum urbanizador, que algunos creyeron infinito. Nada de suaves y posibilistas aterrizajes: los modelos explosivos y pantagruélicos, revientan. Se ha generado la mayor transformación de la historia del territorio en el conjunto de España y en Canarias, especialmente en la última década. El increible despliegue de empresas y creación de empleo – que llegó probablemente a su cenit en el primer trimestre del año 2007, con más de 140.000 empleados directos en las islas – no merece otro calificativo que el de revolución, la “revolución del cemento”. En virtud de la misma se han alimentado expectativas de ganancia insólitas, el consumo suntuario, y la conversión de un sector nada desdeñable de la población en acaparador de beneficios rentistas, sueldazos de albañil sin fines de semana libres, contratistas apañados con muchos billetes de 500, avariciosos vendedores de parcelitas, conversos desde la maltratada agricultura, y un largo etcétera. Adláteres a esta nueva pléyade de la particular fauna del crecimiento urbanístico tenemos a la alta y baja cocina y el gusto por la exquisitez y la novedad permanente, así como la recreación irrespetuosa de “lo tradicional”; también al imputado concejal de turno, la descomunal aparición de miles de empresas de moda, complementos y muebles de todo tipo de diseño; el spa y el narcisista jacuzzi popularizados; y, sobre todo, la televisión plana, el trasiego y atasco en un novísimo auto, y la genérica ilusión colectiva de que esta fantasía – que tiene también a sus perdedores – podía perpetuarse. Pero igualmente la multiplicación de la prostitución y las drogas de diseño, el placer de endeudarse y jugar a invitar con lo que uno no tiene, la generalización de la vanidad y el triunfo de la banalidad. En el fondo, el desplome inmobiliario es el del montaje ufano de un carrusel de hormigón armado, lleno de caricaturas de gente solvente, nuevos ricos y otros no tan nuevos y ya multimillonarios, armados de operaciones de financiación, pero de triste apariencia cuando carcajean a tumba abierta con cada nueva novedad del mercado. No puede generar pacífica felicidad tanta frenética construcción. Con todo, sin embargo, el problema mayor del desplome de la construcción ya no será el abandono de promociones, el creciente desempleo y la recesión económica, sino el aturdimiento que ha causado en las conciencias, y el contangio de la teñida y avariciosa pasión por la usura y el “todo vale”. Ese golpe mortal al espíritu ha engendrado el talante caprichoso y ansioso de una permanente voluptuosidad, propia de las ociosas e inútiles aristocracias: eso sí, sin dejar de padecer un ritmo de trabajo y esclavitud al consumo, la deuda y el estrés, propio de esquizofrénicos. Y así estamos.

Si en Canarias se construyeron 7.200 viviendas en el año 1980, apenas dos décadas y media después, en el año 2006, se iniciaron casi 33.000, que cuentan con cerca de ocho mil inmobiliarias para transar sin tregua con las deudas de la burbuja crediticia. Esta práctica quintuplicación de la actividad en cinco lustros ha supuesto que las islas tengan hoy 130 viviendas por kilómetro cuadrado, una por cada dos habitantes de las islas y, sobre todo, ha generado y soportado el crecimiento económico insular. Evidentemente, no hay falta de espacio para vivir, sino pública inmoralidad acaparadora de techos. Se han construido “hogares” para ganar mucho, en poco tiempo, y así seguir construyendo cada vez más. No estamos, pues, realmente frente a hogares, sino ante enormes objetos de consumo y acaparación. Se han edificado sitios vacíos de contenido, aun convertidos en templos de ofertas y tributos al individualismo; comunidades que viven de reproducir más comunidades de consumo cada vez mayores, y que emplean esfuerzos en convertir a las islas en el patético sueño americano del continente africano, eso sí, exigiendo, con cada subida de interés, una cuota cada vez mayor de sacrificio para abonar el imposible mantenimiento de la procesión del desatino inmobiliario.

¿Cómo viviremos esta despedida de la marea del cemento? Evitar asomarse al otro lado de la curva del declive económico forma parte de nuestra posmoderna condición de “vivir el día a día”. Es sabido que defenderse así del futuro no conlleva sino más frustración y arrastrar penalidades mayores. Por eso es conveniente que hablemos claramente de este fenómeno transitorio de la revolución del cemento que, de forma acelerada, ha llegado y, también apresuradamente, ya se está despidiendo de nosotros.

Juan Jesús Bermúdez

lunes, julio 16, 2007

El declive del turismo en Canarias.


Es muy interesante, e importante, que se suscite el debate de la repercusión de la crisis energética sobre el turismo, nuestra principal fuente de empleo. Sin duda alguna, Canarias sufrirá el declive del petróleo en las carnes de su economía dependiente del crudo barato, esto es, en el declive del turismo, verdadero símbolo de la abundancia energética que está empezando a ser historia. Es difícil asumir esta variable, porque se nos hace difícil pensar hoy en una “sustitución” a la actividad que generan las más de 500.000 camas turísticas que permiten acoger a un increible despliegue de empresas y número de asalariados, y que nos han permitido tener hoy lo que tenemos.

Parto pues, de que es humano negar la mayor: que exista declive geológico del petróleo cercano, y que éste mutile nuestras perspectivas económicas. También es humano pensar que tendremos aviones propulsados por algo distinto al queroseno, cuyo precio seguirá subiendo en los próximos años y, por último, es legímito pensar que “alguien inventará algo”, por mucho que hoy no conozcamos evidencia alguna de ello. Pero creo que la aviación civil comercial, que no dejará de existir mientras vivamos, sí entrará en una era de fusiones de empresas como las que ya vemos, subidas progresivas de tarifas y, sobre todo, declive de su demanda por la más que probable entrada de la economía mundial en una prolongada recesión. El silogismo de menos petróleo igual a menos turistas, parece ser que funcionará.

¿Inevitable este panorama?

El Sr. Pablo Rodríguez González, investigador del IESA-CSIC, ha tenido a bien responder a mi artículo de opinión “Declive del turismo británico en Canarias”, con una colaboración en el diario electrónico http://www.canariasahora.com/ , intitulada “Sobre el declive del turismo británico”, cuestionando la relación entre crisis energética y descenso del turismo británico. Es de agradecer el respeto y la cordialidad del debate que se mantiene y, sobre todo, “el entrar al trapo” en su contenido. Normalmente, ante la cuestión del “cenit y declive del petróleo”, es habitual esconder la cabeza bajo el ala, o eludir la cuestión con mayor o menor elegancia. Considero modestamente que esa última estrategia no hace sino agravar los problemas, y dilatar en el tiempo el abordaje más o menos acelerado de las situaciones a las que se enfrentarán las islas.

Reproducimos el texto más adelante, en su totalidad. Ahora, comentamos sus principales apartados, algunos de ellos de sumo interés.

Comenta el Sr. Rodríguez que existe una “cierta repulsión a la realidad de la dependencia de Canarias del negocio turístico”. Coindido realmente con esta aseveración. Canarias hoy, con 2 millones de habitantes, y una importante densidad de población, importa el 85% de los alimentos que consume. Carecemos de otra industria alternativa hoy al turismo, por lo que es evidente que el sector turístico es el que nos permite la existencia de las islas como hoy las conocemos. Es lo que da de comer a cientos de miles de personas. Podríamos cuestionar su existencia, pero haríamos mal, porque implicaría alejarnos terriblemente de la realidad. No es posible concebir Canarias hoy sin la afluencia masiva de turistas. De ahí el drama del declive energético para las islas.

El turismo, como se ha dicho en numerosas ocasiones, surge como tal industria tras la segunda guerra mundial, con el despliegue de la aviación civil moderna, fruto a su vez del perfeccionamiento aeronaútico registrado en los aparatos militares, en un crecimiento exponencial que se registró tras la primera contienda militar del siglo. El turismo de masas es, por lo tanto, una actividad que cuenta con escasas décadas de existencia. No se entiende sin la energía barata. De hecho, donde la disponibilidad de energía es escasa, no existe turismo relevante. El turismo se ha desplegado de forma exponencial, generando un impresionante abanico de ofertas en los cinco continentes, en sitios inimaginables para nuestros ancestros.

Todos conocemos de la fragilidad del fenómeno turístico. La paz social instaurada en Occidente tras la segunda guerra mundial es la base del crecimiento de la actividad, unido a la abundancia energética. Sabemos que esa “paz geopolítica” se está resquebrajando a marchas forzadas en Medio Oriente, que alberga 2/3 de las reservas mundiales de crudo. Por otro lado, el mayor peligro para el turismo es la falta de seguridad y “el que las cosas empiecen a ir mal”. Si existen problemas en los mercados de origen, es lógico que veamos problemas en los destinos. Ha sido proverbial el alejamiento que los análisis de mercados turísticos realizados en Canarias han tenido con respecto al comportamiento del turista en origen.

La crisis energética global es un fenómeno asociado al cenit y declive del petróleo. La Agencia Internacional de la Energía, en su Informe de Julio de 2007 plantea claramente que estamos ante una creciente brecha entre una oferta insuficiente y decreciente a corto y medio plazo, y una demanda cada vez mayor. En el juego del mercado en el que vivimos, eso supone fuertes y crecientes precios energéticos. Y podemos asegurar, con Kjell Aleklett, el geólogo sueco presidente de la Asociación para el Estudio del Cenit del petróleo y el gas, que existe una correlación directa entre decrecimiento energético, subida de los precios de la energía, y decrecimiento económico. Claro está que el decrecimiento económico causará un declive turístico, al “empezar las cosas a ir mal”.

La caida más o menos importante del turismo británico en Canarias se debe a multitud de factores. No es un análisis sencillo el que debamos hacer, si queremos hacer honor a la verdad. Pero también es cierto que existen “grandes motivos” y “pequeñas causas” en los análisis. En ocasiones se superponen ambas, y se invierte incluso su foco de atención. Hasta cierto punto, es comprensible, y humanamente entendible. Porque, ¿qué margen de actuación tiene Canarias ante el declive de uno de los grandes yacimientos de petróleo y gas del mundo, en el Mar del Norte? Escaso, claro. Por ello, preferimos centrarnos en la promoción turística, en la excelencia de nuestro destino y en un largo etcétera de factores también destacables, pero secundarios ante la imponente realidad geológica.

Lo que está ocurriendo ya hoy en Gran Bretaña es un cambio de ciclo. El que siga la prensa insular inglesa lo detectará fácilmente: los síntomas se agolpan. No hay que olvidar que Gran Bretaña es un país en guerra, con el mayor número de tropas en el extranjero tras EE.UU., evidentemente para tener acceso al petróleo y gas extranjeros. Su ejército se encuentra en quiebra técnica, según se ha reconocido públicamente. Los sustanciales ingresos públicos que provienen de la exploración del Mar del Norte están decreciendo de forma importante, como el mismo yacimiento. Esta potencia mundial se ha convertido ya hoy en una importadora de energía neta, y el enfriamiento económico, tras dos décadas de crecimiento exponencial, están alcanzando al público medio de la isla: incremento de los impagos de la vivienda, cuyo precio ha subido exponencialmente, así como la deuda de los hogares; y la lógica inflación, cuyo repunte está obligando al banco central inglés a subir los tipos de interés. Este “cambio de ciclo” parece consolidarse, y esto tiene consecuencias: el turista británico elige destinos de “bajo coste”, que proliferan, no planifica su viaje con tanta anticipación y espera ofertas. Es el signo de un cambio de comportamiento, no hacia la “modernidad”, sino hacia la “baratura”.

Es evidente que una de las consecuencias de la opción por los precios bajos es la opción por el “bajo coste”. Este fenómeno es aparentemente contradictorio con respecto a la subida de los precios de la energía. Pero nada más lejos de la realidad. IATA, la asociación internacional para el transporte aéreo, ha emitido recientemente un Informe en el que reconocía que el año 2006 había sido el primero en el que los costes del combustible en las mayores líneas aéreas había superado, por primera vez en las décadas recientes, al coste del personal. Este cambio de tendencia se agravará en los próximos años, con el coste creciente del petróleo, así como el incremento de la tensión laboral resultante, como por otro lado ya estamos empezando a ver. La industria aeronaútica civil es una poderosa arma empresarial, con un capital fijo – sus aviones y handling – de estimable valor, con un “producto” de enorme atractivo para el hombre occidental moderno: el viaje rápido ha crecido de forma espectacular, y se han cosechado beneficios y rentas que permiten la generación de líneas que operan con umbrales de coste llevados hasta el extremo más bajo, con escasos salarios relativos de su personal, mínimas escalas y combustible auxiliar, y con medidas de seguridad que también estan en los umbrales, según han denunciado pilotos de aviación. Las líneas de bajo coste son “flor de un día” en la historia de la aviación. Volar ha sido cada año una actividad que se ha realizado con mayor eficiencia energética, en una sorprendente carrera de la ingeniería aeronaútica que ha permitido un increible desarrollo de la aviación moderna. Sin embargo, este espectacular hecho no nos puede ocultar el hecho de que el transporte aéreo seguirá siendo un consumidor importante de energía que cada vez será más cara – los precios del petróleo han subido una media de un 14% anual en los últimos cinco años, y parece que seguirán subiendo en el futuro -, y que cualquier incremento de la eficiencia es neutralizado por el incremento de la flota de aviones, jugando ahí un papel importante la Paradoja de Jevons y, desde luego, la Ley de la oferta y la demanda.

El Sr. Rodríguez expone que una prueba de que el cambio de decisión de visita de los británicos no se debe a motivos energéticos es que la entrada de los mismos se ha incrementado en los últimos años en la España peninsular. Efectivamente. Ofrece el Sr. Rodríguez interesantes datos, reconociendo un descenso de viajes turísticos de los británicos entre 2000 y 2004, lo que reafirma la tesis de que se viaja menos. El turista británico, que forma parte de una impresionante legión que se ha multiplicado en los últimos 20 años, podría estar tomando otras decisiones: probablemente estemos viendo cómo las aproximadamente dos horas y media más de avión que nos distancian de la península, con repercusiones en el coste del billete medio – no de esas ofertas de last minute de creciente importancia, pero no significativas aún en el cómputo total – puedan estar acercando a más británicos a la península que a las islas, o a otros destinos. Este dato es importante. Recientemente, el delegado de TUI en Gran Canaria expresaba que “una hora de queroseno es mucho dinero”. Es así de sencillo. Ante un panorama de extraordinaria sobreoferta, nuevamente la Ley de la oferta y la demanda funciona con agilidad: la península, u otros destinos, ofrece costes de traslado más baratos que Canarias. No significa esto que las reglas del coste funcionen automáticamente, pero creo que marcan una significativa tendencia.

Los viajes al extranjero han caido poco, en relación con los viajes interiores de los británicos, nos explica el Sr. Rodríguez, lo que vendría a confirmar una presunta independencia del factor energético de la decisión del viajero. En primer lugar, se reconoce una ligera bajada en los desplazamientos al exterior en el periodo de 2000 – 2004 (un 0,4% menos), lo que teniendo en cuenta anteriores crecimientos, nos permiten hablar de descensos reales y decrecimiento, invirtiendo una tendencia histórica importante. Por otro lado, se olvida que el “turismo interior” es también indicativo de la situación de una economía, especialmente de la de su estrato social medio – bajo. Precisamente es este sector el que primero empieza a sentir las situaciones de crisis de cualquier tipo, y el que más rápido modifica su decisión de gastar dinero en trasladarse, y ahorra. Por lo tanto, los datos que se ofrecen confirman, lejos de desmentir, este cambio de comportamiento: se viaja a entornos más cercanos, con menos costes; globalmente se invierte la tendencia histórica de viajar, asunto clave en la evolución de las cifras turísticas; y, por último, los que menos tienen, viajan menos, confirmación de un posible cambio de patrón económico.

Nada de esto implica, evidentemente, que no podamos encontrar vaivenes y tendencias oscilantes en el comportamiento del turismo, porque nos encontramos ante un problema de gran complejidad. Quizás pueda haber repuntes de entradas de turistas, pero lo que aquí abordamos es la tendencia general que, finalmente, será la dominante y más a tener en cuenta. Por otro lado, hay varios factores que pueden influir en esas oscilaciones:

a) La amortización del producto turístico, vía abaratamiento del mismo: se multiplican las ofertas. Podemos hablar de “alojamientos turísticos de bajísimo coste”. Es preferible, para cualquier agente del sector, tener actividad aunque esta tenga bajísimos precios, que no tenerla, antes de tomar la decisión de cerrar una actividad. Por ese lado se puede atraer consumo de ocio turístico, aquí y para el cliente extranjero. Esta estrategia, que ya viene mucho tiempo funcionando, se agudizará en el futuro. Esto repercutirá probablemente en el empeoramiento de las condiciones laborales: igualmente, será preferible mantener un puesto de trabajo mal remunerado, a formar parte de la regulación de empleo de una instalación del sector turístico.
b) Inseguridad geopolítica: el estallido de un conflicto bélico en Oriente Medio y el incremento de la amenaza terrorista en algunas zonas del mundo podrían atraer, como ya lo ha hecho en otras ocasiones, a un turismo que hoy viaja a Egipto, Turquía, Túnez o Marruecos.
c) Las ayudas públicas: aunque las Ayudas de Estado estén formalmente prohibidas, los gobiernos de las diferentes administraciones entrarán en una pugna por la atracción del turista. La promoción agresiva se enfundará de presentes más o menos evidentes para atraer al turista a tal o cual destino. La subvención al viaje del turista estará presente durante un tiempo, hasta que otros factores la hagan insostenible.
d) La bajada del precio del petróleo por contracción de la demanda. Según han explicado algunos expertos, el detonante de una subida de los precios de la energía y un previsible crack económico, podría suponer una contracción importante de la demanda, lo que bajaría momentáneamente los precios de la energía. Esta bajada, en alguna medida, puede estimular una cierta recuperación del destino turístico, aunque en un escenario de descenso generalizado de la actividad.

Como se suele decir, “buenos resultados pasados no garantizan rentabilidad futura”. El Sr. Rodríguez trae a colación un interesante estudio de la Consultora YouGov, (cito textualmente) “sobre las pautas de ahorro y endeudamiento de los británicos en relación con el consumo turístico. Entre otros datos, este estudio señala que el 27% de los turistas británicos gasta por encima de sus posibilidades en sus viajes, que el 44% viaja sin haber ahorrado el coste total de sus vacaciones y que el 10% sale de viaje sin haber terminado de pagar el anterior”. Como dice el Sr. Rodríguez, “parece ser que los británicos prefieren endeudarse hasta las cejas antes que dejar de viajar”, a pesar del incremento de los precios del petróleo. Esta información vendría a confirmar, sin embargo, una más que preocupante tendencia. El recurso al endeudamiento, y el reconocimiento de la falta de capacidad de ahorro, son síntomas de debilidad evidentes. La inercia viajera forma parte del habitual comportamiento del turista. Parte de su way of life implica viajar; es un signo de distinción y, como en el caso del uso del coche, su comportamiento es relativamente ineslástico ante las subidas de los precios. Pero, claro, esta situación no se puede mantener hasta el infinito…El británico ha querido seguir viajando, y para ello crecientemente tiene que recurrir al endeudamiento. Un economista vería este hecho como preocupante, no como síntoma de fortaleza en el comportamiento del cliente. El problema vendrá cuando las circunstancias económicas domésticas le obligen, no a cambiar de destino a uno más barato, o a improvisar viajes de última hora económicos, etc. El problema vendrá cuando al endeudado ciudadano, los bancos no le fíen más, o le fíen con un tipo de interés inasumible; o, cuando decididamente, cancele su viaje este año, “porque las cosas no me van bien”. Podríamos estar ante los indicios de que esa situación se registre en un futuro inmediato.

El Investigador del CSIC expone que su tesis para dilucidar el descenso del turiso británico en Canarias “está en la baja implantación de las compañías aéreas de bajo coste en nuestras islas”, frente a los importantes márgenes alcanzados en otras zonas de la península”. Está claro que el low cost está suponiendo una conquista del mercado de la aviación: crece más rápido que el crecimiento hasta ahora del turismo, lo que supone que cada vez más los viajeros escogen estas líneas aéreas frente a las “regulares”, que se han tenido que adaptar de alguna manera ofertando un abanico cada vez más complejo de precios en sus trayectos. Expone el Sr. Rodríguez que Canarias no sería un destino atractivo para ese modelo por diferentes razones: “tiempo de viaje, saturación de los aeropuertos, falta de subvenciones públicas, falta de flujos bidireccionales que justifiquen el establecimiento de conexiones regulares, etc”.

Tiene mucha razón el Sr. Rodríguez en vincular el coste al descenso del turismo a Canarias. Volar a Canarias es más difícil con bajo coste, porque estamos más lejos. De hecho, cada vez estaremos más lejos, con la subida permanente de los precios del petróleo debido a su cenit y declive posterior. Ya llegan a Canarias aviones de ese tipo, y seguirán llegando. Que en algún momento lleguen a dominar el mercado, como ya ocurre en otros lugares, podría ser interpretado como una fortaleza, pero es signo de debilidad. El cliente paga bajos costes para ir al destino, y podría ser que no todos estuvieran dispuestos a pagar más por lo mismo en un futuro próximo, cuando los costes asciendan. Porque es preciso tener en cuenta, como se ha dicho, que el low cost obedece a una estrategia empresarial de minimización absoluta de gastos, y es difícil ir más allá, o mucho más allá, y más aún difícil mantenerla en el tiempo. Los precios de petróleo serán un factor determinante a medio plazo, en varios aspectos: por un lado, veremos recargos más o menos progresivos. También veremos fusiones de aerolíneas, como ya se anuncian, igualmente en las líneas de bajo coste, y reducción de la artificiosa competencia que ha alumbrado al mercado de las aerolíneas en los últimos años. Como es sabido, las fusiones son síntoma de saturación del mercado, y de expansión del capital de una empresa, no de expansión del número de clientes. Y, finalmente, veremos como algunas estrategias de compañía no se sostienen, por la reducción de la demanda, y por el incremento de los costes. Veremos quiebras de líneas aéreas.

Lo que le ocurre a Canarias es que forma parte de una sobreoferta internacional de destinos turísticos que no se puede mantener en el tiempo, en la era del petróleo cada vez más caro. La multiplicación del turismo nos ha creado la falsa percepción del “crecimiento infinito” de una de las industrias más próspera de las últimas décadas. Se han llegado a consolidar importantes destinos turísticos transoceánicos, destinos de masas como el de las Islas, y el fenómeno de la residencia veraniega para el extranjero centroeuropeo. Este fenómeno llegó a su máximo exponente en el comienzo del Siglo XXI en Canarias. Como comenta acertadamente el Sr. Rodríguez, “Canarias consiguió acercarse artificialmente a los emisores turísticos europeos con el modelo de transporte aéreo masivo vigente hasta los años 90”. Esa “artificiosidad” es fruto de la abundancia. Con la escasez creciente, vendrá el “alejamiento real” del continente, más o menos progresivo, más o menos abrupto, pero inevitable en términos históricos, y por motivos naturales: el declive permanente del volumen extraíble de crudo en el mundo. Nos olvidamos rápidamente, sin duda alguna porque resulta duro de aceptar, que más de 60 países del mundo producen cada año menos de petróleo, en una tendencia inevitable; que desde los años 60, el mundo descubre cada vez menos yacimientos y más pequeños; que cuatro de los grandes yacimientos gigantes de petróleo se encuentran en declive permanente; que una creciente nómina de geólogos han situado el cenit del petróleo convencional en el año 2005 y el de todos los “petróleos” en el año 2011-2012. No queremos aceptar que los límites están ahí.

Será interesante ver la evolución del mercado turístico en este panorama. El turismo está en los años de máxima “producción”, lo que, como dijimos, dificulta la percepción de los problemas emergentes. ¿Volveremos al turismo estacional de larga estancia, con precios del petróleo más caros? Canarias se ha especializado en la cantidad de turistas: necesita muchos millones de pasajeros para optimizar su oferta y los cientos de miles de personas que de su actividad dependen. Sin embargo, el horizonte podría ver descensos significativos del número total de desplazados, por los motivos expuestos. El vigor enorme del turismo mundial tiene pies de barro, como es fácil de reconocer ante el declive energético. Las economías del ocio son las primeras víctimas del malestar económico que probablemente recorra las sociedades occidentales. Nos dice el Sr. Rodríguez que, pese a la escalada del crudo, el turismo no ha dejado de crecer. Efectivamente, los importantes recortes en otros apartados de los costes de una aerolínea (insisto, en ocasiones, rozando límites de seguridad más que dudosos, según algunos), la sobreoferta mundial y correspondiente caida de precios; la burbuja enorme de crédito – antesala de graves problemas reconocidos por varias instituciones económicas internacionales – que alimenta el consumo; etc. han logrado neutralizar esas subidas. Pero, repetimos, todo tiene un límite. La paradoja del bajo coste que vivimos se mueve en los pantanosos terrenos de la viabilidad a medio plazo. Olvidamos que estamos en la era del éxito rápido, y el bajo coste y el despliegue fascinante de nuevas infraestructuras turísticas en todo el mundo pueden explicar también la llegada de su techo, antes de la posterior caida de la actividad. Nunca fulgurantes ascensos fueron promesa de grandes y duraderas actividades.

El declive del turismo no puede ser sino motivo de preocupación para los canarios. Nuestro modus vivendi actual y, sobre todo, pretender “crecer” aún más, está en peligro por la realidad de limitación de los recursos energéticos. Cómo transcurrirá este hecho, no es posible hoy saberlo, pero el factor energético, minusvalorado hasta la extenuación, formará parte importante de los argumentos para entender lo que viviremos en un futuro.

Pertenecemos a una sociedad y a un entorno económico que tiene una de las tasas de consumo de energía más alta del mundo. Nuestra dependencia es abrumadora, y parece lógico pensar que aquellas zonas del mundo más dependientes del exterior serán las que más padezcan los límites crecientes en la disponibilidad de petróleo. Evidentemente, estas afirmaciones no implican derrotismo ni hacer causa común por las visiones apocalípticas. Deberíamos, en estas islas, afrontar con perspectiva el fenómeno del cenit y declive del petróleo de forma responsable, y sus repercusiones cercanas sobre nuestra situación local. El peligro de no ejercer el sano y urgente debate en torno a esta cuestión reside en afrontar en peores circunstancias los posibles escenarios de declive energético que muchos expertos anuncian.

COLABORACIÓN
Sobre el declive del turismo británico
Pablo Rodríguez González *
Con no poca frecuencia, la intelectualidad de estas Islas manifiesta Parece que nos avergonzamos de vivir del turismo: cuando no añoramos una edad de oro agrícola, evocamos un frustrado desarrollo industrial o planteamos un futuro de economía del conocimiento y plataforma mercantil. Lo cierto es que el momento de la autosuficiencia agrícola (si hemos de hacer caso a Macías o Aguilera Klink) pasó hace varios siglos, hoy por hoy se está desindustrializando toda Europa y a lo del conocimiento y el mercadeo estamos llegando tarde y mal…
Estas reflexiones vienen a cuento de una de las retóricas recurrentes en esta ideología antiturística: el mito del fin del Turismo. Ciertamente, la experiencia histórica nos ha dado varias lecciones de lo que ocurre con los monocultivos como vía de inserción en el mercado internacional: llega un momento en que las condiciones del mercado o los adelantos tecnológicos o cualquier otra circunstancia elimina nuestra ventaja competitiva y toca un duro proceso de reconversión. Otra cosa es que hayamos aprendido esa lección.En el caso de los pronósticos del fin del Turismo, se suele hablar de la emergencia de destinos competidores con precios más baratos que los nuestros (por mayor cercanía, por menores costes de mano de obra, etc.) que nos arrebatarán nuestra posición privilegiada en el mercado. Se ha hablado también del abandono del sol y playa en el que se basa nuestro producto en beneficio de motivaciones turísticas más sofisticadas y posmodernas. También está de moda últimamente la tesis de que el calentamiento global va a eliminar nuestra ventaja climática. Por último, tenemos la tesis de la crisis energética, que al reducir indirectamente la renta disponible y disparar los precios del transporte aéreo, inhibiría los viajes turísticos. Esta es la tesis que plantea Juan Jesús Bermúdez Ferrer en su artículo de Canarias Ahora del 12 de julio de 2007. En la medida en que considero sus argumentos como mínimo desinformados, creo que es preciso un análisis más concienzudo del fenómeno de la crisis del mercado británico en Canarias. Vayamos por partes.En primer lugar, tratemos las dimensiones de la crisis. Bermúdez señala una caída del mercado británico en Canarias del 10% en los últimos cuatro años, aludiendo a datos oficiales. Supongo que se refiere a los datos del Istac, que señalan una caída del 10,3% en este mercado. Sin embargo si atendemos a la estadística de movimientos en fronteras, Familitur (que elabora el Ministerio de Turismo) apunta que esta caída es solo del 7,9%: algo más de 300.000 turistas menos. No deben extrañar estos bailes de cifras porque son el pan nuestro de cada día en las estadísticas turísticas. Porque si atendiéramos a los datos que elabora cada Cabildo veríamos que tampoco cuadran. ¿Por qué veo preferible este último dato? Porque, admitiendo que se ha producido esta pérdida de turistas británicos en Canarias, los datos del Ministerio nos permiten ver qué ocurre con el resto de España.Y ahí está el gran problema de la argumentación del señor Bermúdez: de ser cierta su tesis de que la caída de los británicos en Canarias responde a los problemas energéticos del Reino Unido, el descenso en el número de turistas británicos debería afectar también al resto de destinos españoles. Pero resulta que no ocurre así: la llegada de británicos a España ha subido en los últimos cuatro años un 6,3%, recibiéndose en 2006 casi un millón de turistas británicos más que en 2003. Más aún, si atendemos a las estadísticas que publica Eurostat, los viajes turísticos de los británicos han experimentado un descenso importante (-4,1%) entre 2000 y 2004. Pero este descenso ha sido más pronunciado en los viajes en el interior del Reino Unido (-7,4%) que en los viajes al extranjero (-0,4%). Pero si realmente fuera el coste energético lo que estuviera inhibiendo el turismo británico, debería ocurrir lo contrario: los viajes al extranjero deberían caer más que los interiores. Al no disponer de datos oficiales en origen de lo ocurrido en 2005 y 2006 con la demanda turística británica, dejaremos esto pendiente. Aunque los estudios de consultoras y los datos recientes que publican las compañías aéreas y touroperadores británicos apuntan que se ha producido una recuperación importante, aún cuando no señalan crecimientos relevantes.Lo que quiero resaltar es que la llegada de británicos a España en los últimos años, con precios record del barril de petróleo, no solo no se ha inhibido, sino que ha aumentado. Recientemente, el banco Alliance & Leicester hacía públicos los resultados de una encuesta de la consultora YouGov sobre la pautas de ahorro y endeudamiento de los británicos en relación con el consumo turístico. Entre otros datos, este estudio señala que el 27% de los turistas británicos gasta por encima de sus posibilidades en sus viajes, que el 44% viaja sin haber ahorrado el coste total de sus vacaciones y que el 10% sale de viaje sin haber terminado de pagar el anterior. El argumento de que la nueva era energética y las dificultades económicas de Gran Bretaña inhiben su comportamiento turístico resulta un tanto traído por los pelos. Parece ser que los británicos prefieren endeudarse hasta las cejas antes que dejar de viajar. Con lo que habría que ver por qué está ocurriendo lo contrario en Canarias.Mi tesis para explicar este fenómeno está en la baja implantación de las compañías aéreas de bajo coste en nuestras islas. La irrupción de estas compañías está trastocando el mapa de las distancias turísticas en Europa: en el año 2005, el 29,7% de los turistas que llegaron a España en avión recurrieron a una compañía de este tipo. La cifra es más alta en Andalucía (47,7%), la Comunidad Valenciana (54,8%) o, con un menor volumen, en Murcia (92,3%). Mientras, a Canarias solo llegó al 10%. Datos más recientes elevan estas cifras considerablemente: en mayo de 2007, las entradas aéreas mediante compañías de bajo coste llegaron al 38,9% del total. Por su parte, los británicos son usuarios destacados de este tipo de compañías: el 39,5% de los que llegaron a España en avión en 2005 usó este tipo de compañías, cifra que ha subido hasta el 43,8% en el mes de mayo de 2007. Los alemanes, holandeses, belgas y austriacos recurren incluso en mayor medida que los británicos a este tipo de compañías.El problema es que Canarias no es un destino atractivo para el modelo de negocio de las compañías aéreas de bajo coste por distintas razones: tiempo de viaje, saturación de los aeropuertos, falta de subvenciones públicas, falta de flujos bidireccionales que justifiquen el establecimiento de conexiones regulares, etc. En Fitur 2007 pregunté a un directivo de Vueling, una compañía aérea de bajo coste española, por qué no habían establecido conexiones entre la Península y Canarias. Su respuesta fue tajante: los canarios creen que Canarias está más cerca de Europa de lo que realmente está. De hecho, Canarias consiguió acercarse artificialmente a los emisores turísticos europeos con el modelo de transporte aéreo masivo vigente hasta los años 90. Por aquel entonces, la temporada invernal canaria permitía a las compañías charter europeas mejorar la ocupación anual de una flota dimensionada para la temporada alta estival de los destinos del Mediterráneo. A estas compañías les interesaba volar a precios bajos a Canarias durante el invierno antes que dejar sus aviones en tierra. Pero esto ha cambiado con las compañías de bajo coste, que establecen líneas regulares con frecuencias constantes durante todo el año y a los que no les interesa despachar kilómetros por pasajero sino tan solo pasajeros. Las compañías de bajo coste cobran de los aeropuertos e instituciones de fomento turístico de los destinos por número de pasajeros transportados, así que no le interesa volar dos veces al día a Canarias si ese mismo avión puede volar cuatro veces a Gerona o a Charleroi (Bélgica).Considero que esta explicación de la crisis del turismo extranjero y del británico en particular es más satisfactoria que la visión catastrofista de un consumo turístico limitado por los costes energéticos, ya que en ese caso el descenso del número de turistas debería ser generalizado y no afectar solamente a Canarias. Ciertamente, los flujos turísticos son bastante volátiles y requieren de cierta paz económica y social. La crisis energética de los años 70 tuvo importantes repercusiones para Canarias. Sin embargo, durante los tres últimos años se ha producido un encarecimiento relativo del precio del petróleo similar al de entonces y, según apuntan los datos de la Organización Mundial del Turismo, el número de desplazamientos turísticos no solo no se ha detenido sino que continúa creciendo a buen ritmo: hoy día, las compañías aéreas ponen a la venta 300 millones de plazas de avión al mes en todo el mundo.No quiero decir con esto que el modelo actual de consumo energético no tenga fecha de caducidad. Ciertamente, las energías fósiles van a experimentar un declive importante a lo largo de este siglo y esto va a afectar, si no median nuevas soluciones energéticas, al negocio turístico del que comemos los canarios. Los gobernantes responsables deberían estar buscando ya una forma de diversificar la economía canaria a medio plazo para reducir el impacto de este acontecimiento más que previsible. Y esto podría ser hasta beneficioso para el propio negocio turístico. Pero a corto plazo, achacar la crisis del turismo extranjero a una supuesta crisis energética es erróneo y puede desviar la atención de lo que actualmente es más urgente: posicionar a Canarias en la nueva configuración que está adoptando la red europea de transporte aéreo de pasajeros.* Investigador del IESA-CSIC

jueves, julio 12, 2007

¿Más economía con menos petróleo?


La Agencia Europapress se ha hecho eco del informe publicado sobre la crisis energética en el Reino Unido, que viene dada por el declive de sus yacimientos de petróleo y gas, y la creciente importación de energía del exterior, entre otros factores. El profesor Francisco Ramos, del Departamento de Análisis económico de la Universidad de La Laguna, cuestionó la vinculación entre el declive del turismo británico hoy existente y esta situación, calificando el planteamiento de “arbitrario”. Veamos.

Reconoce el profesor que los canarios "tendrán que apretarse en el futuro el cinturón" en el tema energético, aunque luego expresó que "la dependencia del petróleo de cualquier economía no tiene por qué desembocar en una crisis económica". Discrepamos aquí, porque, como ha demostrado estadísticamente el geólogo Kjell Aleklett, Presidente de la Asociación para el estudio del cenit del petróleo y el gas (ASPO), existe una vinculación directísima, a lo largo de todo el siglo XX, entre consumo de petróleo y crecimiento económico. La historia económica ha demostrado reiteradamente que descensos en el consumo de petróleo conllevan crisis en el modelo de crecimiento exponencial de la economía.

El profesor también comenta, frente a los que consideramos que el cambio de comportamiento habitual del turista hacia “lo barato” es ya un síntoma de deterioro, que “la apuesta por las líneas de bajo coste y la renuncia a los tradicionales paquetes turísticos "no tiene por qué desembocar necesariamente en un turismo barato y de mala calidad". Canarias ya se ha especializado, hace tiempo, en el turismo barato, aunque inserta en una economía occidental que aspira a mantener una cierta renta per capita y “bienestar social”. La competencia – vía globalización – hace que primen los productos más baratos, como los del turismo turco, norteafricano, croata, etc. Canarias, primor turístico gracias a la abundancia energética, se convierte en víctima prematura de esa globalización. Como comentó recientemente el delegado de TUI en Gran Canaria, “una hora más de queroseno es mucho dinero”.

Francisco Ramos considera que el dato sobre la disminución del turismo británico a las islas "no responde a la crisis energética, sino a cambios en la forma de vida". Quizás añadir que los cambios en la forma de vida que llevan a viajar menos a destinos “más caros”, gastar menos, improvisar más el viaje, rebuscar las tarifas más económicas, etc. implican cambios para pagar menos: el turista inglés se está viendo en la tesitura de mantener su inercia de ocio viajero, y para ejercer ese “derecho vacacional” – además, ante la constatación de la sobreoferta mundial y la necesidad de amortizar ésta vía reducción de costes – escoge la oferta barata. Si pudiera “planificar” como otrora sus largas vacaciones, lo haría, y aún hay quien lo hace. Pero el segmento de “turismo vulnerable” se incrementa, y eso tiene el nombre de “crisis”, energética o económica (sin energía, ninguna economía funciona), pero crisis.
El profesor Ramos dice que “Es cierto que la subida del precio de la energía conllevará repercusiones a largo plazo pero en el corto plazo, el incremento del petróleo no ha sido ni remotamente proporcional a las subidas de tarifa de los servicios, los transportes o el turismo". Aquí coincidimos en que no existe una “aparente” coincidencia de ritmos entre las subidas de los precios energéticos y los precios que ofrece el mercado. Por ahora, claro. Existen múltiples motivos para ello: el proceso de repercusión de los precios cotizados en los mercados petroleros hasta que llega al consumidor es de varios meses; hoy existe un mercado de “sobreoferta” productiva – similar al del escenario de la gran crisis de 1929 – que permite abaratamiento de coste de productos: en este papel juegan un papel importante las grandes economías de escala internacionales, que han aprovechado los bajos costes comparativos de materias y mano de obra, y los han exportado, obteniendo un lucro que permite mantener engrasada la máquina productiva. Pero en la base de ello está el gran fantasma del crédito. Esa gran burbuja mundial de “confianza en el crecimiento en el futuro” permite una disponibilidad de liquidez monetaria que está situando en el límite el uso de los recursos: se usa todo lo que se puede, porque se puede pagar. En ese escenario, el único límite es definitivamente el físico, porque el límite adquisitivo en el Planeta no existe hoy: siempre hay alguien que compra lo que se pone en el mercado. Esta situación de gran disponibilidad de dinero y abundancia histórica de recursos – no hay que olvidar que estamos en los años de la máxima producción mundial de petróleo – permite la disputa al menor precio: en ese juego, el factor energético – que es la base para el funcionamiento de lo demás, no olvidemos – engrosa una cuenta de gastos cada vez mayor. Pero ha sido tanto el volumen “económico” y productivo creado, que ha pasado la cuestión “energética” a suponer un apartado más, no el esencial, como realmente lo es. Digamos que la parafernalia productiva ha ocultado la realidad física. Esta situación es virtualmente un engaño del modelo monetario, que esconde los costes reales y los unifica en el mismo rasero, pero partiendo de una más o menos libre y abundante disposición que realmente no existe. Por lo tanto, el periodo de crisis supondrá un ajuste hacia la realidad de los costes energéticos, partiendo de la escasez de oferta. Entonces, como antaño, los precios de la energía serán cada vez mayores y ocuparán un espacio significativo del precio. El que no pueda pagarlo, no consumirá.

También expuso el experto que hoy existe una "mayor" eficiencia de los transportes y de los procesos de producción derivados del desarrollo tecnológico, que contribuyen a un menor consumo de petróleo”. Discrepamos de esta afirmación, porque el consumo de petróleo se ha multiplicado exponencialmente en las últimas décadas. Evidentemente, cualquier máquina consume hoy porcentualmente menos energía que hace unas décadas. Sin embargo: primero, esa dinámica de mayor eficiencia no es eterna, y existen umbrales de uso mínimo de energía, que son infranqueables, por motivos físicos; y segundo, la mayor eficiencia ha sido compensada con creces por la multiplicación de los aparatos que usan energía. En 1950 un avión consumiría una cantidad “x” que hoy dividirá cualquier avión moderno en una pequeña fracción. Sin embargo, hoy la aviación comercial y militar moderna es infinitamente superior a la de entonces. Y esa multiplicación es la que sustenta la economía moderna. Realmente nunca ha existido mayor consumo de petróleo que hoy.

También asevera el Señor Ramos que "la crisis de 1973 cogió a Europa más desprevenida; despilfarrábamos mucho más entonces". La actual subida de los combustibles "ha tenido consecuencias sensiblemente inferiores para la población". Se olvida aquí que en la crisis energética de 1973 hubo disminución física del suministro. Hoy no ha ocurrido nada de esto sino, bien al contrario, se ha incrementado el suministro cada año. Cada año, casi sin pausa, se ha consumido cada vez más. Evidentemente, el margen de ahorro existente es enorme, y se convertirá en una norma de comportamiento habitual, pero aún no ha pasado la economía occidental el filtro de la disminución física del suministro. Se paga a más precio, pero el precio no refleja el valor, salvo para los necios, como decía Antonio Machado. Una vez más la confusión entre lo disponible para pagar y lo accesible, es importante. Como en la crisis del 29, en Alemania, la liquidez monetaria – de moneda de ínfimo valor – exigía carretillas de dinero para comprar bienes básicos. Hoy, salvando las distancias, nos dirigimos hacia un escenario de gran inflación, debido a la subida de los precios de las materias básicas, y nuestra disponibilidad monetaria está basada en un modelo de burbuja crediticia de imposible final feliz, porque recae en valores especulativos y sobrevaloración de inmuebles: ya hoy se construyen el doble de pisos en España que los que se están transando para vender. Esta situación económica no permite augurar solvencia para afrontar carencias de suministro energético. Una cosa es que suban los precios porque está empezando a funcionar la ley de la oferta y la demanda, y otra es que falle físicamente el suministro. Ni la mayor riqueza del mundo puede solventar hoy un corte petrolero.


El profesor Francisco Ramos expone que, según su opinión, y aquí coincidimos, “el consumo energético en Canarias cambiará "cuando no haya otro remedio". Hay muy pocos ejemplos que hoy puedan conocerse de programas de anticipación a episodios como los que se anuncian, de ajuste en el consumo, aunque existen multitud de propuestas para iniciar esos programas, y el sentido común parece ser un aliado en este sentido. También se afirma por parte del Sr. Ramos la solución a la escasez y encarecimiento del petróleo pasa por “el desarrollo tecnológico y el ahorro energético”.

Sin embargo, como el mismo plantea, no se ven soluciones “tecnológicas” revolucionarias a corto plazo ante el escenario energético, por diferentes motivos. El profesor ramos argumenta que el declive de extracción del gas, que se prevé para unos años después que el del petróleo, hace que la sustitución de petróleo por gas no parezca una “alternativa razonable”, y ahí coincidimos con él. Evidentemente, tendremos que ahorrar, y bastante, y ese comportamiento, traducido en variables económicas, supone, de mantenerse la pauta, una contracción económica, la segunda depresión de la que habla el geólogo Colin Campbell, porque la clave de este modelo económico es precisamente lo contrario, el incremento permanente del consumo de mercancías. Cómo será ese escenario de declive económico y energético y cómo lo vivirá la población canaria, es asunto que se ha abordado en estas páginas, y seguiremos indagando en ello.

lunes, julio 02, 2007

Estalla la burbuja inmobiliaria y constructiva en Canarias


La reflexión sobre la burbuja inmobiliaria es algo más que una discusión sobre una actividad económica concreta. Es el eje de nuestro modelo actual de desarrollo y de buena parte de sus consecuencias: sociolaborales, culturales, ambientales, etc. Es casi imposible imaginar la economía de las islas sin este factor de continuo incremento de la urbanización. Debido a su preponderancia en nuestra actividad económica cotidiana, ha sido el gran transformador físico y económico de nuestro entorno, especialmente en la última década y, por lo tanto, el que ha generado más impactos territoriales y ambientales, y el que más ha agudizado nuestra insostenible situación socioeconómica. Pero ese eje se está desmoronando delante de nuestras narices.

El comportamiento económico de cada actividad tiene sus especificidades: en el sector agrícola es preciso esperar a la cosecha para obtener fruto, y en el de restauración esperar al postre para cobrar la actividad; así, en el sector inmobiliario o de la construcción, es preciso vender el piso o finalizar la obra en cuestión. Después de finalizar la actividad, es preciso comenzar otra vez: hacer otra siembra, preparar nuevos platos o construir más.

Como es obvio, no todas las actividades económicas precisan de la misma frecuencia en su ritmo de actividad: normalmente, se construye un techo, y éste se reforma posteriormente; pero sembrar, es preciso sembrar de forma cotidiana, y comer, con más frecuencia aún, varias veces al día. Que ésto se haga así y no de otra manera es fruto de la experiencia: las culturas habían descubierto que, para su supervivencia, era necesario priorizar sus esfuerzos y los recursos – siempre finitos en un Planeta finito – ante la sagrada escasez, virtud olvidada: así, se aprovechaba lo que existía y con el despedregado de fincas se levantaban muros de viviendas y se preparaban zonas de secado de alimentos, todo en uno. Es lo que hoy llamaríamos un “kit”, ya inventado por la cotidianeidad de nuestros ancestros.

Hoy hemos invertido las prioridades, de una forma anormal: dedicamos mucho esfuerzo a construir, y a trabajar para pagar lo construido, una pequeña parte para comer – abundancia energética mediante – y un mucho para consumir/nos, sobre todo entre los que pertenecen a la meritoria clase de consumidores que mantiene nuestra estructura productiva y de empleo con su comportamiento de “usar y tirar” productos continuamente.

Esta inversión radical de los esfuerzos ha tenido como colofón el fenómeno inmobiliario: es la guinda enorme de un pastel con la consistencia de los souffles en un terremoto. ¿Por qué? Porque el fenómeno de la construcción masiva del territorio se ha sobredimensionando hasta la extenuación[1] cuando, en realidad, por mucho que intentemos inflar el fenómeno (segundas residencias, chalets adosados, etc.), éste tiene el límite que tiene la población. De hecho, en Canarias, para una población de unos dos millones de personas, ya hay más de un millón de viviendas, incluyendo aquí a menores de edad, claro está. El absurdo absoluto se estaba acercando – una vivienda, una persona -, pero no culminará, porque la burbuja inmobiliaria ha estallado.

Por otro lado, además de haber alcanzado su “límite material”, existen otras circunstancias que invitan a pensar en un desplome, más que en cualquier “aterrizaje suave” en el sector de mayor crecimiento de nuestra economía. Estos “síntomas” se han conjurado para hacer fenecer un proyecto inviable: el de mantener el ritmo de construcción. Esto es imposible, pese a los discursos oficiales de tranquilización del nerviosismo creciente de los promotores. Cuando terminas de comer, y haces la digestión, necesariamente debes de comer pasado un tiempo prudente, para no pasar hambre. Lo mismo ocurre con tantas otras actividades cotidianas. Pero la “obsolescencia” del producto “hogar” tiene un ritmo diferente: se pueden acaparar en gran cantidad, pero esa práctica queda reducida a los millonarios, una minoría exigua que crea mercado pero no mantiene una economía. Una construcción requiere una inversión de capital, mano de obra y materiales importante, que se remunera para intentar obtener lucro. La actividad concluye con la entrega de la vivienda, un espacio que necesitamos para años, y no tres veces al día, como la comida. Emprender la actividad de construir una nueva vivienda, y movilizar todos esos “activos” requiere la confianza en que su “colocación” tenga posibilidades. Para que exista esa confianza, a su vez, debe existir un entorno de demanda. Como sabemos, la demanda no es infinita, sino que está constreñida a muchos factores: precio del dinero, empleo y salario suficiente, perspectivas de ganancia, solvencia del hipotecado, etc. El conjunto de estos factores se están desmoronando, por mucho que los “expertos” e involucrados en el sistema de endeudamiento de la población – entidades financieras, promotores, etc. – pretendan disfrazar con ropajes “suaves” el disfraz del parón inmobiliario. Por ejemplo: antes, era habitual entre un segmento de la población acaparar una segunda residencia, mientras que hoy ya es complicado mantener la cuota hipotecaria de la primera, y algunos se deshacen de su segunda residenca por la subida de aquélla.

Decimos que, cuando se termina una obra, no necesariamente se emprenderá otra, salvo que se tenga la confianza de que se podrá recuperar lo invertido y un beneficio estimable. Existe una enorme inercia: más de 16.000 entidades empresariales directamente relacionadas con la construcción existen en Canarias[2] y un enorme sector de empresas “auxiliares” – la gran mayoría de las empresas instaladas en lo que hoy conocemos polígonos industriales -, que precisan seguir manteniendo la actividad: para mantener su actividad necesitan demandantes, y para que los demandantes sigan solicitando créditos se precisa confianza. Por otro lado, el empleo en el sector está alcanzando en Canarias su “cenit” con 144.000 empleados, en el primer trimestre del año 2007[3]. Precisamente, por encontrarnos ante semejante avalancha de recursos destinados a la construcción, es visible su insostenibilidad. Veamos.

El esquema del presto a hipotecarse, forjado en esta oleada de crecimiento inmobiliario que podemos circunscribir, en su máxima expresión, a la década 1996-2006, lo hace por la “necesidad” de adquirir un techo[4], considerando aún que comprar es más rentable que alquilar la vivienda. Esta sensación popular está terminando, con las subidas de los tipos de interés, por lo que es previsible que la “cultura de la propiedad” se dé de bruces con la realidad, es decir, con los precios del dinero más caros. En estos momentos se está produciendo el despertar a la cruda realidad de la bajada de poder adquisitivo de los sueldos, la inaccesibilidad a la vivienda y al mantenimiento de sus cuotas de hipoteca y a la crecientemente perceptible necesidad de reducir el consumo. Bien es verdad que el “stablishment”, en un sentido amplio, aboga por difundir la imagen del aterrizaje suave, para frenar esa inquietud. ¿por qué? Porque saben que el mercado inmobiliario está sobradamente dotado de inmuebles, y que la percepción por parte de la población de esa “saturación” daría al traste con las poderosas inversiones que, sólo por inercia de años anteriores, ya existen en el mercado. Tan es así el grado de saturación, que bastan unos datos para evidenciarlo[5]:

- En Canarias hay 489,2 viviendas por cada 1.000 habitantes (media aún inferior a la estatal, que la sitúa en 526,1). Esto es, prácticamente una vivienda por cada dos habitantes (menores inclusive). Canarias tenía en el año 2005, 970.000 viviendas. Hoy supera el millón de unidades.
- La densidad de viviendas por kilómetro cuadrado es de 129,3 en las islas, frente a las 45,9 de la media española. Estamos ante una saturación física del territorio, fácilmente perceptible en el paisaje insular.
- Dos de cada tres viviendas son principales (66,3%), por lo que un tercio de las viviendas permanecen en régimen de segunda residencia, desocupadas, etc. Como en el resto del país, las islas han reservado su boom inmobiliario para las “viviendas de inversión”, disociando la construcción de viviendas de la satisfacción de la necesidad de tener un techo principal.
- En el año 2006 se constata la iniciación de 33.000 viviendas, un record en la historia de las islas. De ellas, el 96,3% son de promoción privada. Sin embargo, este año parece suponer el punto de inflexión en la construcción de viviendas, ante la “cierta moderación en el sector inmobiliario”.

Para que se mantuviera el actual ritmo en la construcción, o para que no exista un desplome visible, sería preciso mantener un ritmo apreciable de demanda. Ante la evidencia del descenso en la demanda “privada”, están previstas importantes actuaciones públicas, tanto en infraestructuras como en vivienda de protección oficial. Sin embargo, ni una ni otras podrían compensar la gran demanda de pequeña entidad que suponen las promociones libres, que absorven a gran cantidad de pequeñas entidades empresariales y trabajadores. Ni las inversiones previstas, que ascienden a 1.800 millones de euros, en el caso de la VPO, hasta el 2008, ni tampoco los reiterativos planes de infraestructuras de transportes pactados entre administraciones para la construcción de puertos y autovías, podrán compensar el descenso en la construcción de miles de nuevas viviendas que probablemente no se emprendan en los próximos años, ante la evidencia de su difícil venta.

También podríamos ver la continuación de la construcción en la búsqueda de menores rentabilidades, con la promoción de “pisos más baratos”. Para ellos, se tendrían que conjurar importantes bajadas en las expectativas de ganancia, precios del suelo, márgenes en cada tramo de la actividad, etc. Y, por otro lado, se tendría que dar un mantenimiento de las posibilidades de inversión del consumidor, un precio barato del dinero, etc. Estas condiciones no se dan: es previsible ver un abandono de la actividad por parte de promotores que “ya han alcanzado suficiente remuneración” en este sector, desviando inversiones hacia otros sectores, quizás el puramente de inversión en productos financieros, mientras éstos ofrezcan mayores rentabilidades, o ingresos más seguros; también es previsible un incremento continuo de los precios del dinero, ante las presiones alcistas del precio del petróleo, motivado por lo ajustado de la oferta para la demanda creciente; por lo tanto, es probable que veamos aún a menos personas optando o pudiendo endeudarse, simplemente por una saturación de la avalancha de constitución de nuevos hogares, entre otros factores. Este enfriamiento de la actividad económica actuará como un detonante para la pérdida de empleo, incremento de la morosidad, etc. todos ellos elementos que ya están haciendo desaparecer mucha actividad de compraventa de inmuebles. La gran cadena de lucro incesante de la actividad inmobiliaria, desde el titular del suelo al promotor y al vendedor y acaparador de viviendas, deberá “renegociar” sus posibilidades y expectativas a la baja. Es previsible una puesta en el mercado de viviendas de alquiler, antes desocupadas o de segunda residencia – en Canarias habrían 117.000 viviendas vacías, y unas 111.000 de segunda residencia, según el ISTAC -, para hacer frente al incremento del precio del dinero. También la puesta en el mercado de viviendas de los otrora apartamentos turísticos con bajos índices de ocupación, ante el declive claro del turismo, lo que favorecería bajadas de los precios de las viviendas de alquiler.

Los factores globales también serán determinantes: una posible recesión económica global, conflictos bélicos por los recursos en Oriente Medio, etc. contribuirán a que la población perciba ese descenso de la “confianza” en que la burbuja económica se mantenga, y retraerá nuevas inversiones u operaciones de riesgo personales o empresariales.


Destrucción empresarial y desempleo creciente: La ola de inversiones se irá frenando de forma más o menos abrupta, lo que implicará un importante incremento del desempleo, conforme éstas se estén confirmando. El círculo vicioso del enfriamiento económico actuará de espolón para frenar nuevas promociones que tienen el riesgo de no poderse vender con facilidad. Reconocer la necesidad de profundas rebajas es lo último que hará el mercado, porque ésta señal será el indicador de que la vivienda no merece ser comprada como inversión revalorizable segura, criterio usado hoy por muchos adquirentes que confían en que su esfuerzo inicial se vea compensado por una ganancia posterior, que ya no tendrán. Cuando ya se perciba eso por parte de los ciudadanos, habrá consecuencias graves para el empleo y la actividad económica. Como es sabido, las grandes empresas del sector, debido a su especialización en grandes contratos de obras públicas y promociones, sufrirán menos los embates de la crisis, aunque finalmente encajarán desinversiones debido a que será complejo, con menor actividad económica, mantener los planes de grandes infraestructuras previstas y planificadas, pero sin financiación asegurada, al menos a medio plazo: las inversiones de las administraciones públicas, al fin y al cabo, nacen del crecimiento económico, y éste se está empezando a resentir. Veremos suspensión de la ejecución de grandes obras, y también la pérdida continua de valor bursátil o real de las grandes inmobiliarias y constructoras de viviendas.

Creciente endeudamiento municipal: para echar los restos, los municipios pondrán aún más suelo en el mercado. Financian así parte de su burbuja administrativa, cuyo mantenimiento es más que dudoso en los próximos años. Los municipios son agentes económicos importantes, y su declive como generadores de actividad y empleo reforzará también el efecto de desplome de la actividad económica local.

Pánico inmobiliario versus mensajes de “aterricismo suave”: poco a poco, el mensaje “institucional” de aterrizaje suave, dará paso a la alarma social. Como de hecho ya ocurre, proliferan los anuncios de ventas de viviendas, intentando aprovechar los últimos rescoldos de las subidas del precio de la vivienda (las mayores tasas de subidas del precio tuvieron lugar en un ya lejano 2001-2002); desaparecen inmobiliarias, se endurece la concesión de créditos, se ofertan regalos por la compra de pisos, etc. Sin embargo, los mensajes de reconocimiento del “cambio de ciclo” ya han calado en buena parte de la opinión pública y en los segmentos más informados. La confianza de los intervinientes en la cadena inmobiliaria es mantener la “desinformación” sobre la dimensión real de la burbuja; pero ese ocultamiento está siendo superado por la realidad cotidiana. Más temprano que tarde, pues, la confianza dará paso a la alarma de los hipotecados y consumidores, lo que será el punto de salida de una nueva época económica[6].

Desarticulación social y territorial: la paralización del sector de la construcción supondrá, paradójicamente, un “alivio” para el territorio, no así para la mayoría de las personas con expectativas urbanizadoras. Supondrá la suspensión de proyectos de ampliación de las zonas urbanizables, y la disminución del consumo de recursos no renovables, especialmente el suelo. Hay que unir a ello los precios cada vez más altos del transporte, debido a la creciente crisis energética, lo que irá desincentivando al abandono de los cascos urbanos en la búsqueda de nuevo suelo rústico para destruir urbanizándolo. Pero este alivio territorial será inversamente proporcional a la tensión social que generará el endeudamiento de personas en paro, los embargos a viviendas, el descenso en el consumo, etc. La tensión social se desenvolverá, por otro lado, en un entorno desarticulado, con alejamiento de usos, máxima dependencia de los intercambios monetarios, desplazamientos masivos, etc. El previsible incremento de las consecuencias negativas del desempleo se verá reforzado por la carencia de entornos sociales articulados. La dispersión familiar, la pérdida de referentes locales, etc. es el caldo de cultivo para las peores percepciones de la crisis socioeconómica que viviremos.

Como ya se ha expuesto[7], es preciso reconsiderar multitud de aspectos en nuestro concepto de la “actividad económica” de la construcción. Su papel, claramente sobredimensionado en los últimos lustros, dará paso a una paralización benefactora para el territorio, pero nefasta para la suicida economía convencional. Era inevitable, y hasta deseable, que éste proceso tuviera lugar, salvo por el hecho de que generará un enorme malestar poblacional. Se trata del mayor ajuste económico que registra una economía en tan poco tiempo, debido a la aceleración del crecimiento de la última década, y su consecuente declive. Es la particular señal de comienzo del declive socioeconómico insular. La reformulación del territorio, de la ocupación y modus vivendi de mucha población serán los retos que nos tocará afrontar, de manera repentina y, probablemente, dramática, ya que se están desoyendo las advertencias que desde hace tiempo vienen pidiendo un freno a la huida hacia delante que ha supuesto la ya declinante burbuja inmobiliaria y constructiva en Canarias.

Julio de 2007

[1] Como, por lo demás, ha ocurrido en la práctica totalidad de las actividades, generando necesidades a su vez vinculadas al mantenimiento de empleo y centros productores de bienes económicos.
[2] http://www.laprovincia.es/secciones/noticia.jsp?pNumEjemplar=1420&pIdSeccion=8&pIdNoticia=85936&rand=1179076543277
[3] http://www.laopinion.es/secciones/noticia.jsp?pNumEjemplar=2818&pIdSeccion=12&pIdNoticia=90658
[4] Para otro momento la definición de la necesidad de hogar, que el mercado actual ha confundido con la multiplicación de las edificaciones.
[5] T omado del Informe “Coyuntura económica de Canarias, Junio de 2007”, de AFI, Analistas Financieros Internacionales, elaborado para CajaCanarias en su “Jornada sobre novedades en el mercado inmobiliario”, celebradas en Santa Cruz de Tenerife, el 28 de junio de 2007.
[6] El desenfadado foro de recopilación de informaciones sobre la burbuja inmobiliaria, http://www.burbuja.info/ ha supuesto un marco, en el entorno de internet, de información no oficial sobre la situación del mercado inmobiliario.
[7] http://decrecimientoencanarias.blogspot.com/2007/06/canarias-ante-el-crack-inmobiliario.html