miércoles, agosto 26, 2009

Hacer reformas


Inmersos en la recesión, conviene centrarse en la necesidad de hacer reformas. En primer lugar, parece inevitable plantear que es preciso afrontar determinados cambios. Una vez que un proceso veloz de “descrédito” financiero, entre otros factores, nos ha llevado a la vertiginosa velocidad de expulsión del mercado laboral de decenas de millones de personas en el Mundo (la Organización Internacional del Trabajo estima en cincuenta millones el número de nuevos desempleados que se pueden generar este año), se puede coincidir fácilmente en que algo no funciona en el actual entramado socioeconómico, y que es preciso orientar el sistema hacia un modelo que incluya, frente al excluyente que se quiere consolidar.

Pero ahí terminan las coincidencias entre los que debaten sobre los mencionados cambios. Para muchos – la mayoría en el debate cotidiano -, los ajustes deben apuntalar el modelo que ya se tiene, esperando “recuperar la senda del crecimiento”, para la cual “habrá que prepararse”. Entre estos se encuentran los adalides de la burbuja inmobiliaria y de consumo, que alimentó nuestros sectores económicos hasta hace bien poco, así como la inmensa mayoría de los economistas convencionales que consideraban casi intachable el pasado periodo de compulsivo crecimiento económico que nos trajo este fenómeno de rápido ajuste sociolaboral, un tanto despreocupados por haber quedado en evidencia cuando era evidente que su modelo se hundía en los últimos trimestres. Están, por otro lado, quienes estiman que esa vieja senda de la progresión debe procurarse desde nuevos pilares, que van desde la promisoria “sociedad del conocimiento” hasta la “I+D+i+….”, pasando por nebulosas apelaciones a mundos virtuales y valor añadido de la malherida economía de la exquisitez, sin mayor concreción que los innumerables planes que, paradójicamente, en buena parte de los casos buscan reducción de costes…laborales mediante la automatización de los procesos. Tienen en común estas posturas su reclamo sobre la necesidad de “ser más competitivo”, algo que parece no discutirse (pese a las crecientes evidencias acerca de la pérdida de empleo que ha traído la recurrente lucha entre comunidades por producir más barato); también unen sus fuerzas estas opiniones para coincidir en que es necesario crecer para no perder el ritmo en un tren que esta vez ha parado cuando queríamos que fuera cada vez más rápido.

Igualmente, se añade al compendio de ideas que surge el reclamo sobre la necesidad del reparto de los beneficios del capital, engrosados hasta el insulto y retransmitidos en horario de máxima audiencia, para escarnio de los parias de la Tierra. Consideran que la justicia fiscal, el reparto de los etéreos dividendos (pocos se atreven a pensar en qué ocurriría si se quisieran materializar realmente todos esos billones que se dice se tiene en tantos instrumentos “parafinancieros”…), la lucha contra los paraísos fiscales, etc., haría aflorar una economía de casino para conseguir “objetivos productivos”, porque, y en esto coinciden con los anteriores, se trata de producir y consumir más.

Por último, se abrazan de nuevo los recurrentes mensajes sobre la flexibilización laboral, el internamiento del cainismo como regla de comportamiento socioeconómico, y un sin fin de recetas de viejo cuño que buscan, a través de sus reformas, apuntalar las diferencias, y garantizar bajos costes económicos con altos costes sociales, en una segura carrera hacia la quiebra de la cohesión social.

Casi todos estos análisis parten de que, además de posible, es necesario crecer cada vez más rápidamente (no otra cosa es el porcentaje anual de incremento del PIB con respecto al año anterior), y que esto, inclusive, sea a nivel global (aunque algunos no tienen problema alguno en excluir a los que no entran en la cesta de los ricos, y tienen además infinidad de argumentos para justificarlo, sin sonrojarse).

Pero, ¿qué ocurriría si nos encontramos con que es difícil que la oferta satisfaga la demanda creciente de recursos y, sobre todo, el flujo de los mismos del productor al consumidor? Esa opción debiera ser barajada, y además seriamente, porque hay crecientes indicios de límites en la posibilidad de mantener crecimientos económicos en un futuro inmediato de 7.000 millones de potenciales consumidores globales, sobre todo si quisiéramos extender – algo bastante improbable debido a la finitud de nuestra Tierra - nuestros patrones de consumo occidentales, altamente individualizados, con ciclos de producción de rápida obsolescencia y alta degradación de recursos per capita. Esta crisis, hasta ahora, ha relegado del carrusel del sistema a porcentajes crecientes de población, a nivel internacional, provocando inclusive el incremento del hambre, según la FAO. Es casi unánime la apelación al retorno al crecimiento como fórmula salvífica que reduzca la desigualdad, pero parece ganar enteros la interpretación de que, precisamente, un importante componente de ese desequilibrado reparto es la reiterada búsqueda de crecimientos que están provocando el incremento de la vulnerabilidad social, en la competencia por los bienes y recursos que no su multiplican a la velocidad de nuestras insaciables y globales apetencias de consumo. Así, pues, no tiene nada que ver plantear hacer reformas para perpetuar incrementos del PIB con posibles y más duraderos ajustes sociales, que reconocer la necesidad de reformar nuestra forma de concebir la economía – tarea nada sencilla, bien es cierto - , hoy pensada como una gran máquina de insaciable apetito, para ponerla al servicio de la satisfacción de necesidades que, como nosotros, no pueden ni deben crecer indefinidamente.

miércoles, agosto 05, 2009

La enésima advertencia


El diario británico The Independent ha recogido en estas fechas de baja tirada una clarificadora entrevista con el economista jefe de la Agencia Internacional de la Energía, Fatih Birol, que se sintetiza en el encabezamiento estremecedor del artículo: “Aviso: se agota rápidamente el suministro de petróleo”.

Más allá del impacto del titular, el contenido de la entrevista desglosa las conclusiones del reciente informe de ese organismo sobre el agotamiento de los yacimientos gigantes que aportan la mayor parte de la extracción mundial diaria de crudo.

Ha “descubierto” esta entidad algo que ya muchos geólogos del sector conocían, y que no es otra cosa que la creciente dificultad para que el nuevo petróleo que se incorpora a la producción compense el declive cada vez más agudo de los viejos yacimientos.

Entonces, Birol se despacha, cuando todos hablan de brotes verdes, con el calificativo de “catástrofe” para apellidar el estado del suministro de petróleo en un plazo de… cinco meses, en el año 2010.

A poco que se repase la historia de la economía mundial reciente, esta advertencia viene a decirnos que, de confirmarse, no habrá recuperación de la economía mundial, y que ésta se pospone sine die, a menos que se excluya a cientos de millones de consumidores del disfrute del crudo, principal recurso energético mundial, y se agudice el desequilibrado reparto energético ya existente hoy, algo bastante improbable en el Mundo globalizado en el que vivimos, un modelo que hoy se está tambaleando como nunca en su reciente devenir. La Agencia ha modificado sustancialmente sus estimaciones sobre extracción de petróleo en apenas un lustro. Así, en el año 2004 no tenía problemas para publicar que el Planeta consumiría diariamente 125 millones de barriles de petróleo para el año 2030; en su reciente informe, de un plumazo, rebaja esa predicción hasta los 105 millones: es decir, cambia sus pronósticos en más de un cincuenta por ciento, cuando se decide a investigar sobre el estado actual de los yacimientos.

Aún más preocupante es que ese objetivo de crecimiento lo fíe a que se desarrollen inversiones multimillonarias en recursos petrolíferos más costosos, lejanos y difíciles de procesar; o, aún más cómico, en la búsqueda y hallazgo efectivo de multitud de nuevos campos petrolíferos, en un desesperado llamamiento al “porque yo lo valgo” propio de las proyecciones economicistas.
Como comenta Pedro Prieto, partiendo de las afirmaciones de Birol, “se buscan seis Arabia Saudís para el año 2030”; algo geológicamente bastante improbable, porque desde hace muchas décadas se conocen los lugares con yacimientos petrolíferos fáciles, y dónde es simplemente imposible que haya crudo que justifique una inversión en extracción. La enésima advertencia viene con muy poco plazo de reacción. Hace ya más de una década, dos geólogos, Colin Campbell y Jean Lahèrrere, advertían del “fin del petróleo barato” en Scientific American. Los avisos de crecientes agentes de la industria y otros ámbitos se han hecho visibles ya en la prensa habitual, y se hace común hablar del “cenit del petróleo” o “peak oil”, al contrario que hace tan sólo unos trimestres.La situación económica que traerá esta “catastrófica crisis energética”, en palabras de los dirigentes de la Agencia Internacional de la Energía” y usando referencias de otras situaciones de estrechez del suministro, tiene su traslación directa en la contracción del crédito; la falta de expectativas de crecimiento que recupere nuevas inversiones expansivas; el desplazamiento de los objetivos de captación de nuevos clientes a la consolidación a bajo coste de los existentes; y, en fin, en el intento desesperado por no quedar descolgado del círculo del consumo y producción.

Exigiría este nuevo escenario un replanteamiento socioeconómico y laboral bastante diferente al que queremos mantener, en la línea de criterios de austeridad, reparto, solidaridad y redefinición de necesidades, y para evitar las peores consecuencias del proceso que nos advierten se avecina.


Y nunca es tarde para empezar.