martes, enero 23, 2007

Se acabó la fiesta, también en Canarias: decrecimiento, según Richard Heinberg.


¿Cuándo se acaba realmente la fiesta? ¿Cuándo ha llegado a su máximo esplendor? ¿Cuándo se empiezan a apagar las luces y retirar la comida? El escritor norteamericano Richard Heinberg, uno de los grandes divulgadores mundial del “techo del petróleo”(peak oil) y sus consecuencias sobre nuestras sociedades, ha descrito de forma magistral y muy didáctica en “The Party´s over” el surgimiento, apogeo y previsible declive de nuestra particular fiesta de la sociedad industrial. Recomendamos su lectura ya en español, bajo el título “Se acabó la fiesta: guerra y colapso económico en el umbral del fin de la era del petróleo”, a través de su publicación (en una edición que consideramos manifiestamente mejorable en su traducción del inglés, y abogando desde aquí porque su reedición corrija los errores de la misma) por parte de la Editorial oscence Barrabes.

Merece la pena leer al autor, aunque la mayoría de sus publicaciones se encuentren hoy en inglés. Powerdown es su magnífico libro posterior, junto a el The Oil Depletion Protocol. Heinberg es promotor de “soluciones” cooperativas y comunitarias al declive energético, para lo que ha impulsado, sobre todo en el mundo anglosajón y, específicamente en EE.UU. el citado “Protocolo para el declive energético”, dentro de varias de las múltiples webs que patrocina: http://www.poscarbon.org/ , http://www.richardheinberg.com/, http://www.oildepletionprotocol.org/ .

Canarias está en medio de la gran fiesta de la sociedad tecnológica: parte de esa fiesta consiste en desplazar multitudes de una latitud a otra del Planeta, para tostarse al sol, quemando para ello un precioso “oro negro” (el combustible JP-4, un tipo de queroseno, que mueve la inmensa mayoría de la aviación civil y militar mundial) que está llegando a su máxima producción mundial, si no lo ha hecho ya en el pasado año 2006. El turismo de masas que alimenta las islas es una industria pesada que precisa de una gran intensidad energética tanto en los traslados intercontinentales (estamos geográficamente en África y ello nos convierte en destino lejano para los centroeuropeos) como en la estancia: un turista consume mucha más energía (agua, alimentos, objetos, servicios, etc) que un ciudadano de a pie.

Pero el turismo, con la llegada del cenit, está llegando a su máxima expresión histórica: con un barril de petróleo a 80$ o 100$ veremos acelerarse el proceso de fusión de compañías aéreas, la desaparición – a lo Air Madrid – de compañías de bajo coste, y la reducción progresiva de las “ofertas” de paquetes regulares. No es un proceso sencillo, pero la crisis energética-económica que se avecina será el golpe de muerte del turismo de masas: todos sabemos que, ante los problemas, lo primero que sacrificamos es el uso suntuario de la energía en actividades o servicios totalmente prescindibles. Los viajes de ocio lo son.

Por lo tanto, la fiesta terminará antes en Canarias que en otros lugares: de hecho, en el año 2002 Canarias recibió probablemente el máximo de turistas de su historia y, pese a que se han seguido construyendo y se siguen planificando nuevas camas turísticas, no se ha logrado rebasar esos números. Preveo que nunca los volveremos a alcanzar, aunque es evidente que el deterioro palpable de la “seguridad turística” en oriente próximo (Egipto, Turquía, Líbano, etc, etc) “beneficiará” al seguro destino de las islas, y puede que traslade provisionalmente al archipiélago a porcentajes de alemanes y británicos, otrora visitantes del mediterráneo oriental. En el debe, el deterioro más que probable de la economía europea a partir de los próximos años.

El declive del turismo de masas no es sino uno más de los que van a perjudicar al archipiélago en los próximos lustros: el encarecimiento del transporte en todos sus modos, del sistema agropecuario – tensionado al máximo por la proliferación de biocombustibles -, del sistema financiero, que está entrando en una “era del dinero más caro” y empezando a tambalearse con la previsible caida del dólar; y un largo etcétera. Todo un declive que no es sino el de esta sociedad industrial que ha superado con creces la capacidad de carga del Planeta, consumiendo con una velocidad inusitada la mitad de los recursos de crudo fácilmente extraíbles, y con ello, devastando zonas boscosas, acuíferos, cambiando el clima y causando un gran dolor en muchas zonas del mundo. Habrá, previsiblemente, y salvo que se ponga en marcha un programa cooperativo local y mundial de inmediato, un “ajuste poblacional”, y lo veremos, en forma de hambrunas, guerras importantes y quiebras de los sistemas de aseguramiento personal que considerábamos hasta ahora “inherentes” a nuestra civilizada condición de “personas desarrolladas”.

Reseña de “Se acabó la fiesta”: decrecer desde la comprensión de nuestra civilización.

Lo que nos propone el inefable Richard Heinberg es decrecer desde la comprensión de cómo hemos llegado hasta aquí y cómo, de forma inevitable – no por una suerte de pesimismo determinista, sino a partir de profusas informaciones de expertos en energía – nuestras sociedades descenderán en el uso de energía una vez comience el declive del petróleo, porque no es posible hoy sustituir su inmensa intensidad energética, y menos aún el crecimiento que precisa la economía mundial anual. Como dice en su epílogo de la edición revisada, “hay problemas en la vida que tienen solución, pero hay otros que no”: uno de ellos es el mantenimiento de nuestro crecimiento económico y de población con los actuales parámetros de uso de energía. Ante la evidencia de que no es posible seguir creciendo, Heinberg propone – en sencilla síntesis y definición del decrecimiento – “comenzar sistemática y cooperativamente a reducir la población y el consumo energético per capita, relocalizar nuestra economía y maximizar la eficiencia del uso energético”.

Antes de pasar a reseñar brevemente las diferentes partes de este recomendable libro, destacar únicamente sus observaciones con respecto al desenfrenado y mitológico optimismo tecnológico y fe ciega en la “energía libre”, el “bálsamo de fierabrás” del que habla Pedro Prieto (editor de http://www.crisisenergetica.org/ ), que reproduce hoy las más abstrusas creencias en increíbles inventos que nos librarán de las ataduras de las Leyes de la termodinámica y, concretamente, de la Ley de la entropía. Dice el autor que “el culto al inventor – salvador nos da esperanza en la salvación y en la recuperación del paraíso, pero es una esperanza falsa y venenosa, porque nos distrae de llevar a cabo las inteligentes aunque difíciles actuaciones que nos ofrecen una oportunidad mejor para sobrevivir al agotamiento de los combustibles fósiles”. Una de las partes más complejas de la tarea de hablar del cenit del petróleo es la práctica incomprensión por parte de muchos de que los usos energéticos del petróleo no pueden ser sustituidos en su totalidad por el magnífico ingenio del hombre, porque "tecnología no es energía" y porque no son inmediatamente sustituibles recursos energéticos y naturales que no tienen las mismas características. Esta atadura mitológica al irrefrenable progreso no está basada, como decimos, en ciencia, sino en una poderosa fe en la tecnología: algo surgirá, algo tendrá que surgir. Pero eso es funcionar sobre premisas falsas, y es un obstáculo fundamental para comenzar a trabajar desde la realidad. Si partimos de que “la técnica” resolverá este problema, estamos delegando nuestra responsabilidad en otros. Pero esta situación de declive no es técnica, es física y es socioeconómica. “Cuando funcionamos sobre una base de explicaciones falsas, vivimos en un estado de confusión y probablemente nuestros intentos por resolver los problemas no serán efectivos. Comprendiendo los problemas de manera más adecuada, tendremos una oportunidad mucho mejor de dirigirlos con éxito”.

Por ello es imprescindible en estos momentos ser realistas, aunque nos lleve esa situación a una sensación de abismo y pequeño – pero controlable, en el nivel personal – pánico histórico: únicamente desde la comprensión de la dimensión del declive energético y de su carácter de “problema no solucionable para mantener el actual status quo”, podemos comenzar a trabajar cooperativamente, con la vista puesta en lo que podemos hacer para lograr comenzar este declive con el menor dolor posible, marcándonos objetivos desde la realidad y no desde la fantasía y la fanfarria tecnológica y consumista (la tecnología del primer mundo es intensísima en consumo de recursos de todo el mundo, frente a la tecnología “intermedia” que postula E.F.Schumacher, el autor de “Lo pequeño es hermoso”). Para el autor “los objetivos irrealistas generan decepción y desilusión. Si esperamos para nuestros hijos una sociedad cargada de energía como la que hemos conocido nosotros, nuestras esperanzas se verán truncadas. De ese modo nos provocaremos una continua decepción”.

La energía es la condición básica y previa para la existencia de los demás recursos, por lo que no es sustituible. Cita a E.F.Schumacher: “no existe un sustituto para la energía. Todo el edificio de la sociedad moderna está construido sobre ella...no es sencillamente una materia prima más, sino la condición previa a todas las demás, algo tan básico como el aire, el agua y la tierra”. En las primeras páginas Heinberg ya establece su posición en torno al problema energético: concluye, a partir de la lectura de las publicaciones de los geólogos de la Asociación para el estudio del cenit del petróleo y del gas (ASPO), que entonces eran “un grupo informal de geólogos especialistas en petróleo, jubilados e independientes”, que el petróleo va a entrar en declive y que “puede que debamos pasarnos a las nuevas fuentes alternativas, pero las renovables no pueden reemplazar completamente a los combustibles fósiles y ha de tomarnos décadas desarrollarlas del todo”. Desde el “ecoactivismo” militante que profesaba Heinberg, considera necesario el desarrollo de las renovables, pero afirma, siguiendo a estos geólogos, que no es posible la sustitución del petróleo en su actual intensidad: debemos prepararnos para el declive energético global, y es imposible mantener esta sociedad industrial como hoy la conocemos.

Capítulo I: Energía, naturaleza y sociedad: de forma extraordinaria.
Heinberg en este capítulo nos introduce en el mundo de la energía y su importancia para la comprensión de nuestra sociedad y relaciones. Recomendamos su lectura por la claridad en la exposición. Como no podía ser de otra manera, la comprensión de los fenómenos energéticos requiere, sobre todo, del análisis de la Ley de la Entropía, la segunda Ley de la Termodinámica: “cuando la energía pasa de una forma a otra, al menos algo de ella se disipa, por lo general en forma de calor. Aunque la energía disipada todavía exista, ahora está difusa, esparcida y por tanto es menos fácil de recuperar”. “La entropía dentro de un sistema aislado aumenta inevitablemente con el tiempo”. Mantener el orden siempre cuesta “trabajo”, y eso genera pérdida de energía en la transformación (trabajo): “los sistemas vivos pueden aumentar su nivel de orden y complejidad aumentando su flujo de energía. Pero haciendo esto, también aumentan inevitablemente la entropía dentro del gran sistema del que forma parte”. Lo que le ocurre a la sociedad tecnológica es que está incrementando poderosamente su entropía, para mantener una creciente complejidad, con un gran subsidio energético, irreemplazable: los combustibles fósiles, que son un gran concentrado energético que está siendo disipado en pocas décadas. El problema es que necesitamos mucha energía para mantener el “orden” complejo de nuestras sociedades: de lo contrario, como previsiblemente ocurrirá, colapsan y disminuyen su complejidad: en román paladino , a menos “subsidio energético” más desorden, más caos y menos mantenimiento de cosas tan elementales como el transporte moderno, nuestra agricultura, medicina, etc, etc.

Es muy importante comprender las dimensiones de este gran subsidio energético que son los fósiles, cuestión que ayuda a entender lo difícil de su sencilla sustituibilidad. Por un lado, sobre todo el petróleo es altamente versátil y muy fácilmente transportable. Por otro lado, encierra una gran potencia y trabajo: “supongamos que el ser humano estuviera haciendo funcionar un generador conectado a una bombilla de 150 vatios. Necesitaría el trabajo continuado de cinco personas para mantenerla encendida. Un automóvil de 100 caballos de potencia desplazándose por una carretera hace el trabajo de 2.000 personas. Y es que “cada americano tendría – para el desarrollo de sus actividades habituales – el equivalente de uno 150 esclavos energéticos trabajando para él durante 24 horas al día”. En realidad, las “sociedades desarrolladas” están compuestas de cientos de millones de “faraones o sultanes” que tienen a su servicio el inaudito subsidio energético de los combustibles fósiles, irrepetible por su intensidad. Evidentemente, este subsidio es el que ha generado, a la par que nuestra civilización industrial y tecnológica con todas sus comodidades: agua potable, sanidad, alimentos de todo el mundo, confort, velocidad, etc. – también el cambio climático, la devastación de buena parte de los recursos naturales del mundo, y consiguiendo garantizar que nuestro modelo no se pueda reproducir más allá de nuestra propia generación del último tercio del Siglo XX. Esta complejidad inmensa se desmorona, y aquí Heinberg sigue al ya clásico “The collapse of complex societies” (El colapso de las sociedades complejas), de Joseph Tainter: “el rendimiento marginal de las inversiones para mantener la complejidad se deteriora, primero gradualmente, después aceleradamente. En este punto, una sociedad compleja alcanza la fase en que se hace crecientemente vulnerable ante el colapso”. Estamos, a nivel mundial, según Richard Duncan (Teoría de Olduvai) ya en la cuesta abajo hacia ese colapso, porque desde hace años (1979) la energía disponible por persona en el mundo ha descendido: mientras que para mantener la creciente complejidad del sistema haría falta más energía, el mundo tiene disponible cada vez menos (sobre todo en relación con el importante crecimiento exponencial de la población). Esta vez el colapso, que otrora ocurriera en Roma, la civilización maya, Mesopotamia, Isla de Pascua, etc., sería global, aunque evidentemente, no de forma lineal.

Capítulo 2. La hora de la fiesta: el intervalo histórico de la energía abundante y barata.

Comenta Richard Heinberg que la “era industrial” por su enorme brevedad y ascenso fulgurante debe ser denominado “intervalo”. Nunca el ser humano tuvo tanta energía a su disposición. De hecho, como comentamos, ya hemos pasado el punto histórico de máxima disponibilidad de energía por habitante del Planeta. En términos históricos, nos encontramos en la “garganta de Olduvai”, hacia el descenso, cuestión que suscita el rechazo de la mayoría social que tiene acceso a estas informaciones. Hay una resistencia cuasinatural a aceptar escenarios de declive: forma parte de nuestro acervo psicológico – al menos contemporáneo – mostrar optimismo e ilusión hacia un futuro que, sospechamos, debe ser mejor.

Heinberg hace un interesante repaso por la Historia del uso de la energía y su disponibilidad, desde la Edad Media, partiendo de un fenómeno que ha movido la Historia hasta ahora: los avances son fruto de la necesidad. A partir de la devastación de los bosques, surge la necesidad del carbón; a partir de las necesidades de incrementar la extracción del carbón y resolver los problemas que esta operación tenía (bombeo de agua que anegaba las minas), surge el uso de la máquina de vapor. El carbón, a principios del siglo XX, era el 90% de la aportación al “mix energético mundial”. Pero el tamaño de los cada vez más numerosos vehículos transportados requirió de la búsqueda de nuevos combustibles: el petróleo, que ya era conocido desde la antigüedad, pasó a mover cada vez más motores, resultando tener una versatilidad y potencia superior a la del carbón. Desde las primeras perforaciones de 1859 por parte de Edwin L. Drake en Pensilvania y aún antes en Baku, Azerbaiyán (1846) la proliferación de usos del crudo no tuvo límites, surgiendo una serie de grandes familias e inventores que permitieron los grandes sistemas eléctricos del mundo (a partir de la generalización de la invención de la corriente alterna por parte de Nikola Tesla) y sectores tan importantes como la Agricultura: la producción industrial de Nitrógeno, a partir del llamado método Haber – Bosch (ideado por los químicos alemanes Fritz Haber y Carl Bosch) que permite “utilizar el nitrógeno atmosférico combinándolo con hidrógeno para obtener amoniaco”. “Hoy la síntesis del amoniaco (se utiliza mayoritariamente gas natural para ello) proporciona más del 99 por ciento de todo el nitrógeno inorgánico aportado a las granjas, una cantidad que aproximadamente iguala al tonelaje de nitrógeno que todo el campo obtiene cada año de las fuentes naturales. Más que nada, es esta doble disponibilidad de nitrógeno en la biosfera lo que ha dado como resultado un espectacular aumento de la producción de alimentos durante todo el siglo, permitiendo a su vez un aumento igualmente espectacular de la población”.

Evidentemente, el transporte mundial y su desarrollo es inconcebible sin el petróleo. Ha transformado el paisaje del mundo de más uso energético, con la introducción del coche privado, y ha desarrollado la aviación civil, a partir de finales de los años 50, permitiendo el desarrollo del turismo: de 25 millones de turistas en 1950 a 500 millones en el año 2000.

Las guerras del Siglo XX han tenido un componente de lucha por los recursos energéticos muy importante, y éstos han sido muy importantes para decidir la victoria de uno u otro. La maquinaria de guerra, con el petróleo, alcanzó unas velocidades e impactos nunca conocidos, y terribles. EE.UU., que fue hasta bien entrada la década de los 70 el primer productor mundial de petróleo – y que aún hoy es el tercero – ha entrado en conflicto o se ha posicionado al lado de los grandes recursos energéticos, promoviendo cambio de gobiernos, dinastías, etc. con el objeto de acceder a los recursos energéticos fósiles, sobre todo a partir del declive de la producción propia, desde el año 1970.

Heinberg describe con sencillez y claridad el posicionamiento de los principales agentes internacionales con decisión en materia energética: Gran Bretaña, Rusia, los países de la OPEP, EE.UU., etc. También refleja cómo “durante los años 80, muchos países de la OPEP falsearon datos – de reservas petrolíferas – para incrementar sus cuotas de exportación”. Este dato es básico para entender la cercanía real del cenit y declive del petróleo, frente a las estimaciones “oficiales” que consideran como cierta la incorporación de los llamados “barriles de papel”. La llegada de la saga G.W.Bush consolidó el progresivo predominio de los EE.UU. sobre los recursos energéticos del mundo, más aún después de la caída de las Torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001.

Capítulo 3. Apaguen las luces: nos acercamos al final del intervalo histórico.

Manteniendo el símil, el autor nos recuerda que estamos entrando en la era histórica en la que nos tocará empezar a apagar las luces: ya lo hace medio mundo pero a esa población se unirán cientos de millones de personas más en los próximos años y décadas, muy probablemente entre ellos nosotros, los ciudadanos energéticamente ricos del Planeta.

Y la traca inicial de ese “comienzo del final de la fiesta” fue el gran desplome de las torres gemelas, el World Trade Center neoyorquino, que sucumbió fruto de una espectacular operación. Sea cual fuere el origen del atentado, sobre el que se ciernen enormes sombras y dudas, desde luego ha sido la recurrente excusa para combatir el terrorismo y, blandiendo esa bandera, proceder a intervenir abiertamente en Oriente Medio. Osama Bin Laden, otrora amigo de la familia Bush, se convierte en objetivo móvil, a capricho de la inteligencia y la propaganda, y legitima la invasión de Afganistán, un país que, según afirma Heinberg, “se encuentra situado cerca de las importantes reservas estratégicas de gas y petróleo del Mar Caspio (...) Situando al terrorismo como aparente, pero escurridizo enemigo, Estados Unidos parecía estar embarcándose en un grandioso plan para ganar puntos de apoyo en regiones estratégicas de todo el globo, sirviéndose de su poder militar y para hacerse con el control de todos los recursos petrolíferos del mundo”.

Irak se convirtió en la siguiente pieza a ocupar en el tablero de Oriente Medio, con el desacreditado argumento de la existencia de armas de destrucción masiva, que nunca aparecieron. La mano de hierro del ejército norteamericano ha sembrado el caos y el darwinismo más absoluto en ese país y, ya se sabe, en aguas revueltas, ganancias de pescadores...

Mientras tanto, se suceden los acontecimientos: reducción de libertades civiles, con la creación del campo de Guantánamo; fusiones de las petroleras del mundo entre sí, síntoma de falta de capacidad para crecer conquistando nuevos mercados; comienzo de la escalada de precios desde el año 2002, con continuas oscilaciones; comienzo del nerviosismo en entidades diversas sobre la seguridad del suministro energético, etc. En medio de estos síntomas, aparecen, como demiurgos más autorizados para explicitar las profundas razones de tanta convulsión, los geólogos del petróleo y el gas, especialmente aquellos independientes que se empezarían a hacer un espacio en medio de tanta confusión.

Marion King Hubbert (1903-1989) fue, “durante los años 50, 60 y 70, uno de los geofísicos más conocidos del mundo, debido a su inquietante pronóstico, de que la era de los combustibles fósiles iba a resultar muy corta”. Este trabajador de la Shell Oil Company, de origen tejano, hizo muchas contribuciones a la geofísica, que facilitaban la comprensión y localización de recursos fósiles. Pero pasó a la historia por predecir el cenit de la producción histórica de petróleo de los EE.UU. en algún año entre 1966 y 1972, sirviendo sus afirmaciones de mofa de la comunidad experta, aunque la historia le dio la razón. Hubbert “advirtió que la producción de un yacimiento típico aumenta hasta un cierto nivel estable, continúa a ese nivel durante largo tiempo y, de repente, disminuye hasta llegar a nada, una vez agotado todo el petróleo. Más bien, la producción tiende a seguir una curva en forma de campana”.

Hubbert, como dice Heinberg, llegó a entender la dimensión enorme de este fenómeno para la Humanidad: “ni ha sucedido algo semejante antes ni posiblemente volverá a pasar. El petróleo se puede utilizar una vez. Los metales se pueden utilizar una vez”. Abogaba Hubbert por abandonar el sistema monetario convencional, para evitar el caos durante el declive energético, ya que el sistema monetario actual acompañó al crecimiento exponencial de los fósiles, pero esa etapa se está acabando. En http://www.hubbertpeak.com/hubbert/ hay numerosas referencias a su material (en inglés). En español, esta noticia de http://www.crisisenergetica.org/ refleja parte de su trabajo, publicado en el 50 aniversario de su discurso ante la American Petroleum Institute, anunciando la fecha para el cenit del petróleo en los EE.UU.

La nómina de seguidores de la línea de trabajo de Hubbert la componen hoy numerosos profesionales del sector, muchos de ellos ya jubilados y con décadas de experiencia en el sector de los hidrocarburos y la energía en general:

Colin J. Campbell, que ostenta la Presidencia de honor de la Asociación para el estudio del cenit del petróleo y del gas (ASPO), colectivo que él mismo contribuyó a constituir. Es coautor, junto al geólogo (Vicepresidente de Total, en su momento) Jean Lahèrrere, de un ya famoso artículo del Scientific American de marzo de 1998, “¿El fin del petróleo barato? (The end of cheap oil?), en el que concluían: “Desde un punto de vista económico, el periodo más crítico y relevante no se producirá cuando el petróleo se agote por completo sino cuando la producción de crudo comience a disminuir. Será a partir de entonces cuando los precios comenzarán a incrementarse, salvo que la demanda también se reduzca de forma pareja. Sirviéndonos de diferentes técnicas para la estimación de las reservas actuales y del petróleo que aún queda por hallar, debemos concluir diciendo que dicho declive comenzará antes del año 2010”.

Heinberg cita a otros grandes geólogos, como seguidores del legado de Hubbert: Kenneth S. Deffeyes, L.F.Ivanhoe (50 años de experiencia en la exploración de petróleo dentro de varias empresas petroleras – Occidental Petroleum, Chevron – y gobiernos. Fue él el que apodó el mote de “cassandras” “a los seguidores de Hubbert, en alusión a la mitológica princesa troyana que podía predecir el futuro, pero fue condenada a que nunca la creyeran”. Walter Youngquist, profesor de geología jubilado de la Universidad de Oregón, que esbozó el concepto de energía neta, desarrollado en España como Tasa de Retorno Energético, que describe la “relación entre energía producida y energía utilizada para su obtención”; Matthew Simmons, fundador de Simmons & Company, quizás el banco mundial especializado en energía más importante del sector. Autor de un ya célebre libro (sólo en inglés) “Crepúsculo en el desierto”, donde advierte que “casi todos los grandes yacimientos de Oriente Medio ya han pasado su pico de producción”. Heinberg apoya en la cita de estos autores, que podemos considerar como los profesionales más autorizados que existen hoy para hablar de recursos fósiles, sus consideraciones sobre varios aspectos cruciales del cenit del petróleo:

* ¿cuál es la fecha del cenit del petróleo?: para determinarla, con el grado de proximidad que permiten la declaración de reservas, los expertos han utilizado varias técnicas: estimar el total absoluto de recurso recuperable (técnicamente, el “URR”) y calcular cuándo se habrá extraído la mitad, según el propio método de Hubbert, lo que arroja datos de cenit entre el año 2005 (Deffeyes) y el año 2020 (Lahèrrere). También “contar el número de años transcurridos desde el descubrimiento al pico”, ya que es necesario “encontrar el petróleo antes de poder extraerlo” por lo que, en la medida que hayamos pasado el pico de descubrimientos, inevitablemente le seguirá el pico de producción. En los EE.UU. ese pico de descubrimientos llegó en los años 30, y el pico de producción en el año 1970; en el mundo el pico de descubrimientos tuvo lugar en el año 1963; Heinberg estima un pico de producción entre el año 2005 y el año 2013, siempre teniendo en cuenta la dificultad de predecir estas fechas; Richard Duncan, el autor de la famosa Teoría de Olduvai, propone también “seguir la pista de los datos de las reservas y de la producción de los diferentes países”: Duncan afirma que de los 45 mayores productores de petróleo, 25 ya han pasado el pico, y que los países en declive producen más o menos el 30 por ciento del total mundial del petróleo; Campbell, siguiendo esta técnica, considera un pico global de producción en torno al año 2008, y Duncan en el año 2007. Por último, Chris Skrebowski, editor de Petroleum Review y ODAC (Centro de análisis de agotamiento del petróleo) analizaron la posibilidad de que los nuevos proyectos de producción de hidrocarburos compensaran el declive de los existentes, llegando a la conclusión de que “incluso con un crecimiento de la demanda relativamente bajo, el estudio sugiere que a partir de 2007 se abrirá una brecha insalvable entre la demanda y la capacidad de suministro”.

Frente a estos autores, desgrana Heinberg la teoría de los Cornucopianos (de Cornucopia, el cuerno de la abundancia), de los que no ven límites de la producción de petróleo, o que lo ven muy lejano. Entre ellos Peter Huber, que simplemente afirma que “cuanta más energía utiliza el hombre, más energía es capaz de producir”; Bjorn Lomborg (El ecologista escéptico), que descalifica a los geólogos con afirmaciones del tipo de que “las reservas siempre están en crecimiento”, que estamos mejorando constantemente a la hora de explotar los recursos y que siempre podremos encontrar sustitutos al recurso escaso. Rebate Heinberg estos argumentos con contundencia: no se está localizando ese petróleo del que habla para incrementar las reservas (el pico de descubrimientos, como hemos dicho, se sitúa en el año 1963); los métodos de recuperación del petróleo de los yacimientos mejoran en algunos pozos el porcentaje de extracción, pero también acelera el pico del mismo, genera más costes de extracción (por lo tanto, la energía neta es menor); y los sustitutos fósiles que se buscan para el petróleo tienen sustancialmente menor intensidad energética que el petróleo (carbón, arenas bituminosas, arenas petrolíferas, etc) y requerirían un esfuerzo ingente para obtener pequeñas fracciones de producción. Michael C. Lynch es el más famoso de los “cornucopianos” que basa también sus críticas en el crecimiento de las reservas que hacen los geólogos del cenit del petróleo, como hace también el USGS (United States Geological Survey). , el Departamento de Energía de los EE.UU. El problema es que estos autores extrapolan el modelo de “infraestimación” de reservas que se hizo en los EE.UU. al resto del mundo, sin tener en cuenta el incremento artificial de reservas (Barriles de papel) efectuado por los países de medio oriente en los años 80, sin base alguna en descubrimiento de nuevos yacimientos. Sin embargo, la historia de descubrimientos declaradas están dando un vuelco a esas declaraciones, más políticas que técnicas, y basadas en un optimismo en los nuevos descubrimientos que la realidad está echando por tierra.

Heinberg termina este interesante capítulo – cuyos detalles merecen ser leídos con atención – con un lapidario: ¿quién está en lo cierto? ¿por qué importa? Afirma el autor que está convencido de que, con los argumentos más serios en la mano, alcanzaremos el pico de producción en alguna fecha de la primera década del S.XXI, y con ese argumento trabaja para desgranar las posibles “alternativas”, las consecuencias y la adopción de determinadas medidas ante esta situación. Deja claro Heinberg que frente a la “ética de la sostenibilidad”, se está escogiendo hacer planes a corto plazo; que ante la necesidad de reducir el uso de la energía total consumida, se está confiando en el mercado; que se están obviando los necesarios desarrollos en el marco de las energías renovables; que frente a la necesidad de reducir el uso de combustibles fósiles, continúa el ascenso del consumo; y finalmente, que frente a la necesidad de reducir de forma humana la población, se está optando por considerar el incremento de la misma como un beneficio.

Capítulo 4. Sin fuentes energéticas provenientes del petróleo, ¿puede continuar la fiesta?

Siguiendo con el genial símil de la fiesta, Heinberg desbroza con paciencia las “alternativas globales” al petróleo, partiendo para ello de algo elemental: el petróleo es el recurso “rey” de la constelación de las posibilidades energéticas, por su gran facilidad de transporte, una importante densidad energética (la gasolina contiene aproximadamente 8,8 kilovatios-hora por litro); y se puede usar en multitud de aplicaciones, a partir de su refino. ¿Pueden las alternativas energéticas suplir estas características? Veamos lo que afirma el autor:

Gas natural: Avanza Richard Heinberg que ya EE.UU. está padeciendo su particular cenit del gas, y que se perforan cada vez más pozos simplemente para mantener la producción, precisando de importaciones de Canadá, que a su vez lo precisa para sus proyectos de arenas bituminosas. Se centra aquí el autor en los EE.UU. como modelo de economía que, dependiente del gas natural, está necesitando importar cantidades cada vez mayores. Se recomienda la lectura del Hign Noon for natural gas: the new energy crisis, del americano Julian Darley.

Carbón: EE.UU., con unas enormes reservas de carbón, explota con bastante importancia este recurso, para la obtención de electricidad. Ocurre, sin embargo, que, como en el caso del petróleo, el carbón progresivamente va perdiendo calidad y se incrementan sus costes de extracción o desulfuración: hay carbón, pero con menor energía neta que el petróleo y el gas, más contaminante y más caro de obtener, porque las minas abiertas requieren de mucho petróleo para el funcionamiento del transporte. Basándose en el libro Beyond Oil, de John Gever y otros, se afirma, debido a los motivos antes mencionados,que “el carbón puede dejar de servir como una fuente de energía útil en sólo dos o tres décadas”. El uso del carbón, mediante su licuefacción, para combustible líquido sintético, ya fue probado por los nazis y por la Sudáfrica del Apartheid, lo que requeriría, para su generalización, hacer “el mayor trabajo de extracción de minería que se ha visto nunca” (Walter Youngquist). La pregunta que nos hacemos es, ¿y con qué energía se haría ese trabajo?

Energía Nuclear: Construidas sobre todo en los años 60 y 70, antes de la crisis del petróleo, se pensó en ella como una salvación a la dependencia energética, y está asociada a la carrera armamentística nuclear. La energía nuclear es muy cara, y actualmente el 5% de la energía del mundo la mueven unos 442 reactores. Pero tiene importantes obstáculos para su desarrollo: un desarrollo nuclear importante llevaría a una búsqueda desesperada de uranio, y a su escasez en el mercado; genera desechos inasumibles para la Humanidad, por la duración de su radioactividad; es la energía más cara, si se incluyen los costes reales y, sobre todo, en un riesgo para la Humanidad su gestión. Por otro lado, la energía nuclear no se puede usar fácilmente para el “transporte”, como es obvio, y cualquier alternativa real al petróleo pasa por la necesidad de sustituir el gran parque móvil mundial.

Energía eólica: Habla Heinberg del gran desarrollo de este recurso en los últimos años, y la defiende como la alternativa más plausible, con la tasa de retorno energético más alta de todas las renovables, llegando a afirmar incluso que puede estar ya superando la tasa de retorno de algunos combustibles fósiles más difíciles de extraer. Heinberg habla también de la vocación eléctrica de la energía eólica, de la intermitencia de sus prestaciones, de la ingente tarea de construcción de turbinas precisas para sustituir la producción eléctrica mundial, etc.

Energía solar: el obstáculo principal de las “alternativas limpias” es la acumulación de energía, y su baja densidad energética, como en el caso de la energía solar, que necesita de un banco de baterías para dar electricidad por la noche, justo cuando no brilla el sol. Habla Heinberg del poderoso desarrollo tecnológico de la energía solar y sus incrementos considerables en eficiencia, poniendo varios ejemplos interesantes.

Hidrógeno: al elemento químico más ligero y abundante del universo, presentado como el “combustible del futuro”, le dedica Heinberg varias páginas, para desentrañar los grandes obstáculos que tiene para erigirse en alternativa al petróleo. El hidrógeno hay que fabricarlo, no se encuentra libre en la naturaleza, proceso para el que se usa mucha energía. Hoy el H se fabrica a partir de los hidrocarburos, y es necesario para procesos de refinado. En “el proceso de producción de hidrógeno siempre se utiliza más energía de la que producirá el hidrógeno producido”. No estamos ante una fuente de energía sino ante un “transportador”, y también ante un “sumidero de energía”. Parte del milagro del Hidrógeno se asocia a las “células de combustible” que se asimilarían a baterías para almacenar el hidrógeno, obteniendo además la energía de los paneles solares o los parques eólicos. Sin embargo, existen numerosos problemas físicos que hacen ínfima la posibilidad de que el H. tenga alguna importancia en el “mix energético” del futuro, según Heinberg: no hay suficiente energía neta disponible de las fuentes renovables para sacar adelante el proceso; la segunda Ley de la Termodinámica asegura que el hidrógeno será un continuo perdedor de energía neta, si se quiere obtener el Hidrógeno de las energías renovables; las células de combustible son costosísimas y tienen poca duración. Habrá coches de Hidrógeno, termina el autor, pero no en la escala que hoy conocemos, ni mucho menos.
Energía hidráulica: tiene límites geográficos importantes y, en la actualidad, ya hay muchas cuencas de ríos que están bastante aprovechados en este nivel.

Energía geotérmica: como la anterior, tiene una gran dependencia geográfica, pero además tiene una contribución pírrica a la energía mundial, sin perspectivas además de expansión, porque no son recursos renovables, ya que la la corriente subterránea utilizada para hacer girar las turbinas se agota poco a poco.

Energía maremotriz: muy localizada a nivel mundial, requiere de importantes inversiones, sometidas a la corrosión del mar, y en emplazamientos muy concretos. Muchos de los proyectos están en fase de experimentación hoy.

Biomasa, biodiesel y etanol: es la fuente renovable de energía más usada hoy en el mundo: la usan sobre todo los pobres, causando también importantes problemas de deforestación. Su uso intensivo, como en la India, donde se queman al año 200 millones de toneladas de boñigas de vaca para combustible de cocina, causa problemas de contaminación y pérdida de nutrientes del suelo. En otras partes del mundo, se cosechan “cultivos energéticos”. Afirma Heinberg (con David Pimentel) que “dada la naturaleza intensiva del uso de petróleo en la agricultura moderna, probablemente se gaste más energía produciendo un galón de bioidiésel de lo que produce éste en la combustión”. Poniendo el ejemplo de Brasil, algunos pretenden extenderlo, de forma infructuosa, al resto del mundo. Heinberg hace los cálculos con los EE.UU.: “EE.UU. tiene unos 165 millones de hectáreas de tierra cultivable y unos 200 millones de coches. Los granjeros americanos producen unas 7,7 toneladas de maíz por hectárea al año, y una hectárea de maíz supone 3.700 litros de etanol. Un conductor típico americano gastaría 3.870 litros de etanol al año, por lo que necesitaría una hectárea de tierra cultivable. Según este cálculo, se necesitarían 200 millones de hectáreas de tierras de labranza para proporcionar combustible a todos los coches americanos”. Implacable, y más que suficiente. O alimentamos coches, o alimentamos personas.

Fusión, fusión fría y dispositivos de energía libre: Se detiene incluso Heinberg, para no dejar ningún cabo suelto, con los promotores de las máquinas del “movimiento perpetuo”. Alega para rebatirlas, como no podría ser de otra manera, la Primera Ley de la Termodinámica: “la suma de toda la materia y energía en el universo es constante (...) la energía no puede crearse ni destruirse – únicamente cambia su forma”. En cuanto a la Fusión, las tremendas temperaturas que requiere la hacen inviable.

Conservación: eficiencia y restricción: los avances en ahorro energético han sido increíbles en el mundo, pero ello no ha supuesto un descenso en el consumo total de energía. ¿Por qué? Uno de los factores más importantes ha sido precisamente el paso al petróleo y al gas, mucho más eficiente energéticamente que el carbón. Considera el autor que el ahorro es fundamental, pero que éste por si solo, sin cambiar el modelo de vida, no aportaría gran cosa al problema del declive energético.

La conclusión del capítulo nos indica que no es posible, ni siquiera con una inversión extraordinaria en todas las “alternativas” al petróleo, sustituir totalmente su gran riqueza y usos. Apuesta claramente el autor por las energías renovables y por el ahorro, aún con esfuerzo de décadas. Pero todo ello con un cambio de modelo. Porque, como esboza en el siguiente capítulo, mantener el modelo actual traerá todo un “banquete de consecuencias”.

Capítulo 5: Un banquete de consecuencias.

Heinberg nos avisa que no estamos preparados mentalmente para el decrecimiento que se avecina. Si no existe sustituto de tanta intensidad y usos como el petróleo, y dado que la relación entre intensidad en el uso de energía y PIB es prácticamente simétrica, estamos abocados, con el declive del petróleo, al declive del modelo económico actual. Y lo peor, como dice, es que “hemos acabado dependiendo de un sistema económico construido sobre la suposición de que el crecimiento es normal y necesario, y que puede continuar para siempre”. El autor esboza una serie de escenarios para cada uno de los aspectos que condiciona la nueva situación energética, y pocos quedan excluidos. Tradicionalmente se relaciona energía con aspectos vinculados al sistema eléctrico o, como mucho, al transporte: sin embargo, nuestros sistemas sociales, económicos, culturales, de infraestructuras, etc. son dependientes de la energía. Hablamos, pues, de un cambio de civilización desde el crecimiento exponencial al decrecimiento permanente; es una cuestión de sistema, no de aspectos aislados; y como tal hay que abordarlo.

La economía física y financiera: el sistema económico actual es especialista en crecimientos exponenciales; de hecho, funciona gracias a la confianza en el crecimiento del futuro (cito aquí a Marcel Coderch), y esa confianza se transforma en tipos de interés que podré abonar en un plazo determinado, porque para entonces habré crecido de forma suficiente para abordar el incremento del coste del dinero, que se considera como normal en una economía convencional. La base de todo este entramado es el crecimiento en la disponibilidad de energía. Si ésta decrece, decrecerá la economía, pero como no está “habituada” a hacerlo, se tenderá a escenarios de recesión y deflación. Heinberg anticipa escenarios de “desempleo, escasez de recursos y de productos, con la proliferación de bancarrotas, quiebras bancarias y préstamos...el poco dinero disponible tendría un alto poder adquisitivo, pero poco que adquirir...”.

Transporte: Cuba es el espejo a donde mirarnos cuando hablamos del transporte terrestre, según el Autor; esto es, pocos vehículos, y conservados al máximo. Y es que se puede prever en el futuro un descenso importante en la producción de automóviles, además de que algunos adinerados se permitan el lujo de adquirir vehículos “eficientes” de alta tecnología, cosa de los contrastes. El deterioro de la industria automovilística vendría acompañado también del de sus infraestructuras, muy intensivas en uso de hidrocarburos. Tendrán ventaja aquellos países con mejores redes de transporte público, pero sobre todo quienes la posean ya: quizás sea demasiado tarde hoy construir redes de transporte público férreo cuando la situación esté ya dirigida hacia la crisis económica, reflexiona. Richard Heinberg anticipa que “el turismo languidecerá en las siguientes décadas”, debido a la complicadísima sustitución del queroseno para los aviones. En fin, habla del “fin de la globalización” porque, al fin y al cabo, ésta nació con el petróleo. El problema es que la mayor parte de las economías “desarrolladas” del mundo existen hoy como las conocemos gracias a esa mentada globalización, qué hablar de Canarias, que es hoy un territorio intensamente globalizado.

Alimentación y agricultura: Es muy importante saber que “la producción global de alimentos se triplicó aproximadamente durante el siglo XX, siguiendo el paso al crecimiento de la población”. Todo el sistema agroindustrial mundial depende del petróleo y el gas, de forma intensísima. De ahí la recurrente expresión de que “comemos combustibles fósiles”. Como resultado de la industrialización de la agricultura, ha descendido de forma insostenible el número de agricultores, se ha incrementado brutalmente el número de hectáreas de la explotación media, los alimentos vienen de sitios remotos (en EE.UU. los alimentos viajan una media de 2.100 kilómetros hasta llegar al plato); se ha incrementado la dieta carnívora – mucho más intensiva en consumo de energía al ser menos eficiente – y la de pescado, llevando al límite a las pesquerías mundiales. Evidentemente, este sistema no es sostenible y hay muchos síntomas de que estamos entrando en la era de la “inseguridad alimentaria”: se han sobreexplotado los acuíferos, salinizado las tierras, perdido hectáreas de suelo por erosión, y agotado muchos sustratos por mineralización. La presión poblacional añade un elemento de mayor riesgo si cabe ante este escenario. Heinberg abre un debate sobre el límite poblacional sostenible para una agricultura posfósil, y adelanta que incluso mantener 2.000 millones de habitantes en el Planeta (hoy ya hay más de 6.500 millones) sería complejo, sin combustibles fósiles que alimentaran toda la compleja maquinaria agrícola o el proceso de síntesis del amoniaco Haber – Bosch, básico para la obtención de fertilizantes y hoy dependiente del gas natural. No esconde el autor que, en ausencia de un control de la natalidad, la reducción de la población se producirá a través de hambrunas, plagas y guerras, algo que, por lo demás, es habitual en la historia de la Humanidad.

Calefacción y refrigeración: el sistema de conservación de alimentos en los entornos “desarrollados” requiere de la electricidad, así como la vida de muchas personas – sobre todo mayores – ante las temperaturas heladas. La gente irá a buscar leña para calentarse y cocinar, pero será mucha gente, en zonas boscosas menguadas: el resultado será dramático para los espacios aún vírgenes.

Medio ambiente: El declive del petróleo traerá un incremento de la presión sobre la leña, un incremento del consumo de carbón, probablemente un descontrol de los sistemas industriales, muy dependientes de los petroquímicos; un descenso del control sobre la sostenibilidad de los recursos, etc. Todo ello si, como en otros apartados, no se da una respuesta solidaria y cooperativa al declive energético.

Salud pública: Procesos tan básicos como la desinfección y depuración del agua dependen de la existencia de energía. Donde no hay agua potable, proliferan las enfermedades infecciosas. La reaparición de la peste (no erradicada en algunos sitios), difteria, sida, malaria, enfermedades tropicales, etc. puede verse favorecida por el descenso del control higiénico sanitario. Los hospitales son hoy centros muy intensivos en usos de plásticos y de electricidad y medicamentos.

Almacenamiento, tratamiento y transmisión de información: la amenaza que se cierne sobre el sistema eléctrico lo hace también sobre el “cerebro” de transmisión de datos de nuestra civilización. ¿se llegarán a perder todos los datos almacenados? ¿Cómo se podría evitar esto?

Política nacional y movimientos sociales: la política actual parece inhabilitada para suministrar las dosis de realismo necesarias (porque el realismo en este caso niega la venta de optimismo, clave verdadera de la actuación de un político que aspire a detentar el poder) para afrontar la crisis energética. Heinberg analiza cómo se comportarían derecha e izquierda ante esta situación, aunque buena parte de esas ideas no plantean la necesidad de límites, lo que las hace poco eficientes para gestionar el decrecimiento. El autor aboga por reorientar los análisis, teniendo en cuenta los límites ecológicos, las limitaciones de los recursos energéticos, la presión popular y la dinámica histórica de las sociedades complejas”. Se apoya en autores como Paul R. y Anne H. Ehrlich, David Pimentel o Garret Hardin. Y un añadido, ¿se sostendrán los Estados o se desmembrarán, debido a la ausencia de mecanismos de control?

La geopolítica de la competición de los recursos energéticos: Heinberg analiza la extrema intervención política y militar de los EE.UU. sobre Oriente Medio, el lugar del mundo donde se encuentran más de 2/3 de las reservas conocidas de petróleo: prueba de ello es la invasión de Irak, y el control militar y político de los demás países de la zona, a excepción de Irán, quizás el próximo objetivo a batir. También en el Mar Caspio, donde EE.UU. tiene 19 bases militares, y el uso del territorio afgano para evacuar el petróleo. Rusia está jugando la baza de gran potencia, como Venezuela el de importante suministrador de petróleo a los EE.UU. El autor analiza también el creciente papel pujante de China, con la pugna territorial por su mar meridional, lo que puede abocarla a conflictos con Japón u otros países asiáticos; Gran Bretaña, que pasó en el año 2005 a ser importador de petróleo, debido al gran declive del Mar del Norte, por lo que precisa de “aventuras militares” para asegurarse los recursos, etc. Parece abierta una guerra por los recursos energéticos (Michael Klare lo expone con claridad en “Guerras por los recursos”).

Comprendiéndolo todo: Sabiamente, Heinberg hace un alto en el camino para reflexionar. ¿no será todo esto fruto de una mente delirante, de un deprimido en búsqueda de emociones? Richard Duncan, el mencionado autor de la Teoría de Olduvai, reconoció en su momento haber caído en una profunda depresión al concebir el escenario que él mismo retrata de desmembramiento de la civilización industrial. Pero, cita el autor, “con el tiempo, sin embargo, cambió mi perspectiva. Ahora, simplemente trato la teoría de Olduvai como cualquier otra teoría científica”.

Heinberg hace importantes advertencias, contra los infundados optimismos (lo que no implica un irracional pesimismo, evidentemente):

- “cuanto más tiempo estemos explotando las falsas esperanzas, sólo estaremos cavando más profundo el agujero en el que ya estamos”.
- apuesta, no por el optimismo irresponsable ni por el pesimismo desalentador, sino por los realistas, de tal manera que “viendo que el mundo se enfrenta a crecientes amenazas terribles, reconocen que se pueden hacer muchas cosas para atenuar los impactos que probablemente se darán y tomar medidas para mejorar la situación”.


Capítulo 6: Controlar el colapso: estrategias y recomendaciones.

Heinberg es claro: ¿cómo podemos minimizar el sufrimiento humano mientras la fiesta vaya acabándose? Él parte de la idea de que vamos a colapsar, idea compartible si asumimos el declive energético y ambiental que sufrimos, por lo que queda “controlarlo”. Nos hemos sobrepasado, y ahora se trata de gestionar el descenso de forma más humana. Cita tres tratados ya clásicos en el mundo de la “planificación del descenso”: “Más allá de los límites del crecimiento”, de Donella Meadows, Dennis Meadows y Jorgen Randers, con su actualización de “30 años después”; “Earth at a Crossroads: paths to a sustainable future”, de Hartmut Bossel; y el “A prosperous way down” de la pareja Odum. Sin entrar en sus contenidos, el autor las considera aportaciones valiosas para el próximo “descenso”. Él, por su parte, hace las suyas, destinadas al decrecimiento en el uso de materiales, energía y dependencia del exterior.

Tú, tu casa y tu familia: entre las medidas que propone, se encuentran, desde luego, la reducción de las necesidades de energía; una vez reducidas al máximo, recurrir a las “renovables”; reconsiderar la vivienda y sus características (baño seco, viviendas “ecológicas”, etc.); reducir la deuda y el consumismo, apostando por la simplicidad, lo que nos prepara también para momentos que requerirán más austeridad; saber reparar, cuidarse la salud uno mismo, alimentarse con tus cultivos, en una comunidad de vecinos, usando técnicas como la permacultura (no mencionada explícitamente aquí, pero añadida por el autor en posteriores intervenciones suyas); hacer del coche algo prescindible, y un largo etcétera de otras propuestas.
Tu comunidad: Sólo las comunidades sobreviven, no los individuos aislados, nos transmite el autor. Por ello es tan fundamental activar comunidades de “descenso en el uso de la energía”. Recomienda una web, http://www.postcarbon.org/ que, hasta ahora, es la que articula, sobre todo en EE.UU. a colectivos que trabajan conjuntamente para el declive. Esa comunidad tendrá que asegurar el suministro alimentario, y ya hay varias experiencias en marcha que se describen, de jardines comunitarios, “agricultura de apoyo comunitario”, etc. Igualmente la comunidad debe agenciarse el agua, cuya obtención y bombeo requieren hoy mucha energía que proviene de los fósiles. ¿Por qué no una moneda local, ante la incertidumbre financiera? Sólo las economías con fuerte base local subsistirán mejor ante la “desglobalización”. Hay que diseñar los lugares para un futuro con poca energía, con participación activa de sus miembros; Heinberg expone el ejemplo de la múltiples “ecoaldeas” que existen ya en el mundo.

La Nación: Partiendo de la dificultad de lograr cambios en el nivel de los Estados, no deja Heinberg de proponer alternativas en el uso de la energía, esencialmente con el descenso del consumo y la reorientación a las energías más renovables; igualmente en la transición hacia un sistema alimentario que favorezca a los pequeños granjeros y al cultivo orgánico; hacia la modificación profunda de los sistemas financiero y fiscal, con el fin de frenar el crecimiento; promover una “transición demográfica”, deteniéndose en este aspecto que parte de reconocer que hay una superpoblación; aboga Heinberg por un control de la inmigración, con “soluciones que necesariamente incluirá medidas legales en las cuotas de inmigración anuales y algunos medios de reducir tanto las disparidades de la riqueza entre las naciones como la explotación de unas naciones por otras, haciendo que la inmigración se convierta en una opción menos atractiva”. Heinberg, en relación con su país, propone un cambio drástico de la política de los EE.UU. en el exterior, nada menos que para colocarse como primer cooperador mundial. Igualmente es claro al pedir el fin de las subvenciones al transporte terrestre y aéreo para comenzar a invertir en trenes, medio de transporte abandonado en su país.

"Los activistas sociales tienden a ser los pensadores avanzados y los agentes que cambian a toda la sociedad. Necesitamos más".

El mundo: lo resume en una frase Heinberg, que desconfía de las grandes administraciones mundiales: “se necesita un debilitamiento de las fuerzas de la globalización desde arriba y un fortalecimiento de las de globalización desde abajo”. Apunta aquí al Protocolo de Uppsala propuesto por ASPO como una vía internacional de enfrentarse al declive energético, de forma cooperativa.

Heinberg ofrece en el conjunto de este último capítulo, además, una relación extensa de referencias a webs y bibliografía (en inglés) para “preparar” la comunidad, familia, etc. para este “colapso” que él propone sea controlado.

“Todas estas recomendaciones juntas exigen un nuevo rediseño casi completo del proyecto humano. Describen un cambio fundamental de dirección – de una base mayor, más rápida y más centralizada a una más pequeña, más lenta y más localizada; de una competición a una cooperación; y de un crecimiento ilimitado a uno autolimitado”.

Creo que hace Richard Heinberg aquí una magnífica definición de decrecimiento. Y es que sólo decreciendo podremos llegar a “controlar el colapso”.

Juan Jesús Bermúdez Ferrer

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