Herman Daly es profesor de la Universidad de Maryland (EE.UU.), especializado en economía ecológica, y padre de lo que se propone como “economía de estado estacionario”, término acuñado por él hace ya tres décadas, en contraposición a la economía de crecimiento que inevitablemente lleva a colapsos financieros y de la economía real (con consecuencias sobre el empleo, etc.) en un Planeta con recursos naturales finitos, donde la riqueza real no “crece” como la financiera y, bien al contrario, decrece en relación a los recursos naturales no renovables.
Traemos aquí una traducción preliminar de síntesis de un texto suyo expuesto en la página de internet, http://www.theoildrum.com/, especializada en recursos energéticos, en el que se explica con sencillez el origen de esta crisis financiera en la enorme diferencia entre activos financieros que se negocian en los mercados (intercambio de “papeles”) y la riqueza real, que se debe extraer de un Planeta con cada vez menos recursos para cada vez más gente, lo que hace inevitables ajustes como los que vive la economía mundial en la actualidad. En otras crisis financieras el problema ambiental seguía existiendo, pero en la actualidad las advertencias de los límites físicos del Planeta están jugando un papel creciente.
Herman Daly propone, igualmente, medidas, en forma de decálogo, para afrontar el necesario ajuste de la economía convencional a la realidad de escasez de recursos naturales, y que presentamos también traducidas al final de este artículo.
La actual debacle financiera no es una crisis de “liquidez”, como se le suele llamar eufemísticamente. Es una crisis de “supercrecimiento” de los activos financieros en relación con el crecimiento real de la riqueza – algo justamente lo contrario a la existencia de poca liquidez. Los activos financieros se han multiplicado mucho más que la economía real – el intercambio entre “papeles” financieros es hoy 20 veces mayor que los intercambios de papel moneda por productos reales. No es una sorpresa, entonces, que el valor relativo de la enorme cantidad de activos financieros esté cayendo en término de valoración de activos reales. La riqueza real es algo concreto; los activos financieros son abstracciones – la riqueza real carga con ese gravamen en forma de deuda en el futuro. El valor de la riqueza real no es suficiente en la actualidad para servir de garantía para garantizar el pago de la deuda explosiva. En consecuencia, la deuda se está devaluando en términos de lo que supone la riqueza real. Nadie se va a mostrar impaciente de comerciar con riqueza y bienes reales a cambio de deuda, inclusive con tasas altas de interés. Todo ello porque la deuda vale mucho menos, no porque no haya suficiente dinero o crédito, o porque los “bancos no se presten dinero entre ellos”, como comentan habitualmente los comentaristas.
Pero, ¿podría la economía crecer suficientemente rápido para redimir el enorme incremento de la deuda? En una palabra, no. Como ya hace tiempo dijera Frederick Soddy (Nobel de química en 1926 y economista “underground”), “no se puede mantener de forma permanente una convención humana absurda, como el incremento espontáneo de la deuda (interés compuesto), encontra de la Ley natural del decrecimiento espontáneo de la riqueza (entropía)”. La cifra de deuda puede crecer sin límites, simplemente porque es únicamente un número; en cambio, la cantidad de riqueza real se enfrenta a serias restricciones físicas. Esta afirmación de sentido común expuesta por Soddy, aunque no se admita públicamente, es la que explica en buena medida la crisis. El problema, pues, no es de que exista poca liquidez, sino que demasiada deuda ha crecido demasiado deprisa en relación con el limitado número de riqueza real cuyo crecimiento está constreñido por un metabolismo más natural.
El crecimiento real de la riqueza en los EE.UU. está restringido por la creciente escasez de los recursos naturales, tanto en el suministro (declive del petróleo), como en el sumidero (capacidad de absorción del CO2, por parte de la atmósfera). Además, la reposición de las viejas cosas por nuevas está costando cada vez más al tiempo que el Planeta se llena, y la creciente inequidad en la distribución de los ingresos impide a más gente comprar mucho más de la nueva producción, excepto con crédito (más deuda para el futuro). Los costes marginales del crecimiento, en la actualidad, exceden de los beneficios marginales, por lo que el crecimiento físico real nos hace más pobres, no más ricos (el coste de alimentar y cuidar a nuevos “cerdos” es mayor que el beneficio real que esto reporta). Para mantener la ilusión de que el crecimiento no está haciendo cada vez más ricos, diferimos los costes generando activos financieros casi sin límite, olvidando que los llamados “activos” son, para la sociedad en su conjunto, deudas que deberán ser pagadas con un futuro crecimiento real de la riqueza. Sin embargo, ocurre que ese crecimiento futuro de la riqueza es muy dudoso que se produzca, por lo que los derechos sobre el mismo se han devaluado, independientemente de la liquidez.
Pero, ¿Qué es lo que ha permitido que los activos financieros se hayan desconectado de esa manera de los activos reales subyacentes? En primer lugar, nos encontramos ante el hecho de que lo que tenemos es dinero fiduciario, no dinero soportado por materias primas. Con todas sus desventajas, el dinero basado en materias primas (oro) al menos estaba unido a la realidad por un coste determinado de producción. En segundo lugar, el sistema bancario de reserva fraccional genera una pirámide de dinero bancario (demanda de depósitos) que tiene en su cumbre el dinero emitido por los gobiernos. En tercer lugar, la compra de acciones y “derivados”, permiten una mayor “piramidización” de los activos financieros sobre el ya multiplicado suministro de dinero. De forma añadida, la deuda de las tarjetas de crédito expande la masa de “cuasi dinero” como lo hacen otras “innovaciones” financieras que fueron diseñadas para evadir la regulación pública de los bancos comerciales y la emisión de dinero. No es que abogue por el retorno al dinero de materias primas (oro), pero sí que sugeriría el 100% de las reservas de dinero para los bancos (en un proceso de acercamiento gradual a esa cifra), así como el fin de la práctica de compra de acciones al margen, sin el correspondiente pago previo. Los bancos deberían ser agentes financieros intermediarios que prestaran el dinero de los depositantes, no maquinarias de creación de dinero de la nada y prestadores del mismo con intereses. Si cada dólar invertido representara un dólar previamente ahorrado, podríamos restaurar el clásico balance económico entre inversión y continencia/ahorro. Pocas inversiones estúpidas o perniciosas serían toleradas si el ahorro o contención precediera a la inversión. Desde luego, los economistas convencionales del crecimiento advertirían que esta medida ralentizaría el crecimiento del PIB. Y así sería, porque el crecimiento se ha vuelto una “deseconomía” tal y como se mide en la actualidad.
El agrupamiento de hipotecas de diferente calidad en manojos opacos debería ser abolido. Uno de los preceptos básicos de un mercado eficiente con precios significativos sería el de la homogeneidad del producto.
Y uno de los aspectos más importantes es que el déficit de la balanza comercial nos ha permitido consumir como si realmente estuviéramos creciendo, en vez de – como estamos haciendo – acumulando deuda para el futuro. Además, nuestros suministradores comerciales han estado dispuestos a prestarnos los dólares que ganaron comprándonos bonos del tesoro – más deuda “garantizada” por su relación con la riqueza que debería ser creada en el futuro. Desde luego, también compran con ese dinero bienes reales y su futura capacidad de ganancia. Nuestros brillantes gurús económicos mientras tanto, siguen predicando la desrregulación tanto del sector financiero como del comercio internacional (“libre comercio”). Algunos de nosotros, durante mucho tiempo hemos estado diciendo que este comportamiento era poco prudente, insostenible, antipatriótico y probablemente con contenido penal. Quizás hayamos tenido razón. La siguiente china en el zapato será la repudiación de la irredimible deuda generada bien por las quiebras o confiscaciones, o bien a través de la inflación.
Daly, además de cuestionar el devenir de la economía basada en la deuda creciente, propone medidas de largo alcance para abordar la situación de crisis económica. Entre las mismas, destacamos:
- implantación de un sistema comercial de subasta para los recursos básicos, basado en los límites físicos y en la capacidad de los ecosistemas como sumidero. La subasta permite capturar rentas para una distribución equitativa.
- Reforma de fiscalidad ecológica: un cambio de la fiscalidad desde el valor añadido (trabajo y capital) a “aquéllo a lo que se le añade valor”, a través de la “internalización” de los costes externos.
- Limitar el rango de desigualdad en la distribución de los ingresos: un ingreso mínimo y un ingreso máximo. La igualdad completa es indeseable, pero también lo es la desigualdad sin límite.
- Es difícil proveer de empleos a tiempo completo a todos sin crecimiento económico, por lo que urge disminuir la duración de la jornada de trabajo diaria, semanal y anual, y permitir un mayor desarrollo del tiempo libre o trabajo personal.
- Volver a regular el comercio internacional: yendo hacia una “renacionalización” que permitiera, a través de tarifas compensatorias, alejarse del libre comercio, libre movimientos de capital y de la globalización, para proteger las políticas de eficiencia nacionales que internalicen los costes frente a otros países con estándares más bajos de garantía.
- Ir hacia el sistema de reserva del 100% de los fondos bancarios, en vez del actual sistema de reserva fraccional. Poner el control de la emisión del dinero en los gobiernos frente al control en las entidades privadas.
- Estabilizar la población.
- Reformar las cuentas nacionales, separando el PIB entre cuenta de costes y de beneficios, y parando de crecer cuando los costes marginales sean equivalentes a los beneficios marginales.
Traemos aquí una traducción preliminar de síntesis de un texto suyo expuesto en la página de internet, http://www.theoildrum.com/, especializada en recursos energéticos, en el que se explica con sencillez el origen de esta crisis financiera en la enorme diferencia entre activos financieros que se negocian en los mercados (intercambio de “papeles”) y la riqueza real, que se debe extraer de un Planeta con cada vez menos recursos para cada vez más gente, lo que hace inevitables ajustes como los que vive la economía mundial en la actualidad. En otras crisis financieras el problema ambiental seguía existiendo, pero en la actualidad las advertencias de los límites físicos del Planeta están jugando un papel creciente.
Herman Daly propone, igualmente, medidas, en forma de decálogo, para afrontar el necesario ajuste de la economía convencional a la realidad de escasez de recursos naturales, y que presentamos también traducidas al final de este artículo.
La actual debacle financiera no es una crisis de “liquidez”, como se le suele llamar eufemísticamente. Es una crisis de “supercrecimiento” de los activos financieros en relación con el crecimiento real de la riqueza – algo justamente lo contrario a la existencia de poca liquidez. Los activos financieros se han multiplicado mucho más que la economía real – el intercambio entre “papeles” financieros es hoy 20 veces mayor que los intercambios de papel moneda por productos reales. No es una sorpresa, entonces, que el valor relativo de la enorme cantidad de activos financieros esté cayendo en término de valoración de activos reales. La riqueza real es algo concreto; los activos financieros son abstracciones – la riqueza real carga con ese gravamen en forma de deuda en el futuro. El valor de la riqueza real no es suficiente en la actualidad para servir de garantía para garantizar el pago de la deuda explosiva. En consecuencia, la deuda se está devaluando en términos de lo que supone la riqueza real. Nadie se va a mostrar impaciente de comerciar con riqueza y bienes reales a cambio de deuda, inclusive con tasas altas de interés. Todo ello porque la deuda vale mucho menos, no porque no haya suficiente dinero o crédito, o porque los “bancos no se presten dinero entre ellos”, como comentan habitualmente los comentaristas.
Pero, ¿podría la economía crecer suficientemente rápido para redimir el enorme incremento de la deuda? En una palabra, no. Como ya hace tiempo dijera Frederick Soddy (Nobel de química en 1926 y economista “underground”), “no se puede mantener de forma permanente una convención humana absurda, como el incremento espontáneo de la deuda (interés compuesto), encontra de la Ley natural del decrecimiento espontáneo de la riqueza (entropía)”. La cifra de deuda puede crecer sin límites, simplemente porque es únicamente un número; en cambio, la cantidad de riqueza real se enfrenta a serias restricciones físicas. Esta afirmación de sentido común expuesta por Soddy, aunque no se admita públicamente, es la que explica en buena medida la crisis. El problema, pues, no es de que exista poca liquidez, sino que demasiada deuda ha crecido demasiado deprisa en relación con el limitado número de riqueza real cuyo crecimiento está constreñido por un metabolismo más natural.
El crecimiento real de la riqueza en los EE.UU. está restringido por la creciente escasez de los recursos naturales, tanto en el suministro (declive del petróleo), como en el sumidero (capacidad de absorción del CO2, por parte de la atmósfera). Además, la reposición de las viejas cosas por nuevas está costando cada vez más al tiempo que el Planeta se llena, y la creciente inequidad en la distribución de los ingresos impide a más gente comprar mucho más de la nueva producción, excepto con crédito (más deuda para el futuro). Los costes marginales del crecimiento, en la actualidad, exceden de los beneficios marginales, por lo que el crecimiento físico real nos hace más pobres, no más ricos (el coste de alimentar y cuidar a nuevos “cerdos” es mayor que el beneficio real que esto reporta). Para mantener la ilusión de que el crecimiento no está haciendo cada vez más ricos, diferimos los costes generando activos financieros casi sin límite, olvidando que los llamados “activos” son, para la sociedad en su conjunto, deudas que deberán ser pagadas con un futuro crecimiento real de la riqueza. Sin embargo, ocurre que ese crecimiento futuro de la riqueza es muy dudoso que se produzca, por lo que los derechos sobre el mismo se han devaluado, independientemente de la liquidez.
Pero, ¿Qué es lo que ha permitido que los activos financieros se hayan desconectado de esa manera de los activos reales subyacentes? En primer lugar, nos encontramos ante el hecho de que lo que tenemos es dinero fiduciario, no dinero soportado por materias primas. Con todas sus desventajas, el dinero basado en materias primas (oro) al menos estaba unido a la realidad por un coste determinado de producción. En segundo lugar, el sistema bancario de reserva fraccional genera una pirámide de dinero bancario (demanda de depósitos) que tiene en su cumbre el dinero emitido por los gobiernos. En tercer lugar, la compra de acciones y “derivados”, permiten una mayor “piramidización” de los activos financieros sobre el ya multiplicado suministro de dinero. De forma añadida, la deuda de las tarjetas de crédito expande la masa de “cuasi dinero” como lo hacen otras “innovaciones” financieras que fueron diseñadas para evadir la regulación pública de los bancos comerciales y la emisión de dinero. No es que abogue por el retorno al dinero de materias primas (oro), pero sí que sugeriría el 100% de las reservas de dinero para los bancos (en un proceso de acercamiento gradual a esa cifra), así como el fin de la práctica de compra de acciones al margen, sin el correspondiente pago previo. Los bancos deberían ser agentes financieros intermediarios que prestaran el dinero de los depositantes, no maquinarias de creación de dinero de la nada y prestadores del mismo con intereses. Si cada dólar invertido representara un dólar previamente ahorrado, podríamos restaurar el clásico balance económico entre inversión y continencia/ahorro. Pocas inversiones estúpidas o perniciosas serían toleradas si el ahorro o contención precediera a la inversión. Desde luego, los economistas convencionales del crecimiento advertirían que esta medida ralentizaría el crecimiento del PIB. Y así sería, porque el crecimiento se ha vuelto una “deseconomía” tal y como se mide en la actualidad.
El agrupamiento de hipotecas de diferente calidad en manojos opacos debería ser abolido. Uno de los preceptos básicos de un mercado eficiente con precios significativos sería el de la homogeneidad del producto.
Y uno de los aspectos más importantes es que el déficit de la balanza comercial nos ha permitido consumir como si realmente estuviéramos creciendo, en vez de – como estamos haciendo – acumulando deuda para el futuro. Además, nuestros suministradores comerciales han estado dispuestos a prestarnos los dólares que ganaron comprándonos bonos del tesoro – más deuda “garantizada” por su relación con la riqueza que debería ser creada en el futuro. Desde luego, también compran con ese dinero bienes reales y su futura capacidad de ganancia. Nuestros brillantes gurús económicos mientras tanto, siguen predicando la desrregulación tanto del sector financiero como del comercio internacional (“libre comercio”). Algunos de nosotros, durante mucho tiempo hemos estado diciendo que este comportamiento era poco prudente, insostenible, antipatriótico y probablemente con contenido penal. Quizás hayamos tenido razón. La siguiente china en el zapato será la repudiación de la irredimible deuda generada bien por las quiebras o confiscaciones, o bien a través de la inflación.
Daly, además de cuestionar el devenir de la economía basada en la deuda creciente, propone medidas de largo alcance para abordar la situación de crisis económica. Entre las mismas, destacamos:
- implantación de un sistema comercial de subasta para los recursos básicos, basado en los límites físicos y en la capacidad de los ecosistemas como sumidero. La subasta permite capturar rentas para una distribución equitativa.
- Reforma de fiscalidad ecológica: un cambio de la fiscalidad desde el valor añadido (trabajo y capital) a “aquéllo a lo que se le añade valor”, a través de la “internalización” de los costes externos.
- Limitar el rango de desigualdad en la distribución de los ingresos: un ingreso mínimo y un ingreso máximo. La igualdad completa es indeseable, pero también lo es la desigualdad sin límite.
- Es difícil proveer de empleos a tiempo completo a todos sin crecimiento económico, por lo que urge disminuir la duración de la jornada de trabajo diaria, semanal y anual, y permitir un mayor desarrollo del tiempo libre o trabajo personal.
- Volver a regular el comercio internacional: yendo hacia una “renacionalización” que permitiera, a través de tarifas compensatorias, alejarse del libre comercio, libre movimientos de capital y de la globalización, para proteger las políticas de eficiencia nacionales que internalicen los costes frente a otros países con estándares más bajos de garantía.
- Ir hacia el sistema de reserva del 100% de los fondos bancarios, en vez del actual sistema de reserva fraccional. Poner el control de la emisión del dinero en los gobiernos frente al control en las entidades privadas.
- Estabilizar la población.
- Reformar las cuentas nacionales, separando el PIB entre cuenta de costes y de beneficios, y parando de crecer cuando los costes marginales sean equivalentes a los beneficios marginales.