Diversos y complejos factores, la mayoría de ellos relacionados con la sobreexplotación de recursos y el agotamiento de los sistemas, se están conjurando en este comienzo del Siglo XXI para poder afirmar, como hacía recientemente el diario británico The Guardian, que “la era de los alimentos baratos se ha acabado”, comenzando pues, añadimos, “la era de los alimentos cada vez más caros”. Esta frase, que podría parecerle una broma macabra a los cientos de millones de habitantes del Planeta que ya hoy están desnutridos, indica que estamos en los límites, propablemente históricos, de capacidad de alimentación de la población mundial, siguiendo el actual modelo agroindustrial, que ha globalizado la producción y distribución de alimentos, especialmente para los habitantes de los países con más renta: hoy existen importantes zonas del mundo – entre ellas Canarias – que carecen de recursos propios para alimentar a su población, y dependen del enorme engranaje de piezas que conforman la industria agroalimentaria moderna.¿Qué factores son determinantes para afirmar que cada vez tendremos alimentos más caros y que hemos entrado en la era de la inseguridad alimentaria global? Veamos:
Primero: la población mundial se incrementa en casi 80 millones de habitantes nuevos al año y, así, si en 1999 tenía la Tierra 6.000 millones de habitantes, en el año 2007 alcanza los 6.660, y quizás en un lustro lleguemos a los 7.000 millones de almas. La llamada “bomba poblacional”, de la que Canarias ha participado especialmente en la última década con un incremento del 25% de su población, coloca al sector primario en la cada vez más compleja tarea de alimentar a más población en zonas más dependientes de producciones más distantes, y de forma creciente.
Segundo: Afirma Dale Allen Pfeiffer que “comemos combustibles fósiles”, porque nuestro sistema alimentario moderno depende de la abundancia del petróleo y el gas natural para cada uno de los procesos que nos traen los alimentos a casa: obtención de fertilizantes, maquinaria, riegos, procesamiento, transportes, refrigeración, etc. Por tanto, la anunciada escasez de petróleo y gas del que ya incluso advierte la Agencia Internacional de la Energía, siguiendo las advertencias de muchos geólogos especialistas, traerá consigo una carestía cada vez mayor de los alimentos procesados industrialmente, la práctica totalidad de los que ingerimos. Si se interrumpe el flujo de energía, no llegan los alimentos, aunque existan los stocks, como ya conocen los países más pobres. El cenit y declive del petróleo indica un antes y un después en la historia de la alimentación moderna: menos energía equivale a menos alimentos, y menos flujos de los mismos, especialmente para las zonas más dependientes de las importaciones. Uno de los efectos del declive energético es que la carestía de los combustibles fósiles, en una cruel huida hacia delante, está derivando inútiles esfuerzos agroindustriales para la alimentación de coches antes que personas, respondiendo a los estímulos del mercado y las ayudas públicas.
Tercero: la gran disponibilidad de energía ha permitido la sobreexplotación global y disponibilidad de suelos, reservas de agua, nutrientes para el suelo, etc. Así, existen múltiples zonas alimentadoras del mundo con grave declive de sus grandes acuíferos – también en Canarias -, y la intensificación agrícola ha forzado la muerte de millones de hectáreas de suelo fértil, a través del empobrecimiento de su materia orgánica debido al uso masivo de agroquímicos, lo que permitió incrementos importantes de los rendimientos de las cosechas, a costa de agotar los recursos en pocas décadas. Ni siquiera la proliferación de transgénicos y otros instrumentos que hacen aún más frágil la disponibilidad local de alimentos, parecen poder compensar los rendimientos decrecientes en las cosechas que ya está mostrando a nivel global la revolución verde.
Cuarto: las sequías han sido, de forma histórica, factores determinantes en la disponibilidad global de alimentos, y han puesto a prueba la “sostenibilidad” de los sistemas alimentarios que han existido. Nos enfrentamos a episodios de años de altas temperaturas y pocas lluvias, que han mermado las cosechas globales. El mantenimiento de esta tendencia, agravado por la subida global de las temperaturas que experimenta el Planeta, pondría en cuestión la gran generación de excedentes de la agricultura mundial, de forma cada vez más dramática, al confirmarse lo que parece ser la entrada en una era de cambios climáticos, naturales o de origen antrópico, como se ha advertido reiteradamente.
Las consecuencias del juego de estos factores – presión poblacional creciente, incremento constante de los costes de producir y transportar alimentos de forma industrial, declive de los recursos básicos para la alimentación, calentamiento global – unido a otros – pérdida de la riqueza agrícola local: semillas, agricultores y conocimientos, etc – están produciendo un incremento de los precios de los alimentos y, muy probablemente, como advierte la ONU, conllevará más hambrunas en el Mundo, así como una creciente fragilidad alimentaria. Se trata del cuestionamiento de la “alimentación globalizada”, y el resurgimiento de la inevitable alimentación local. Ocurre que muchas zonas del Mundo – entre ellas Canarias – han abandonado su forma local de alimentarse, y continúan dando la espalda a su escasísimo suelo – que, dramáticamente, se sigue cementando y desertificando -; forzando y deteriorando aún más sus reservas y capacidad de captar de agua; despreciando su legado agrícola histórico y permitiendo que cada vez más seamos más dependientes de unos alimentos del exterior que cada vez serán más caros y, tengámoslo claro, cada vez será más difícil que atraquen en nuestros puertos isleños.
Primero: la población mundial se incrementa en casi 80 millones de habitantes nuevos al año y, así, si en 1999 tenía la Tierra 6.000 millones de habitantes, en el año 2007 alcanza los 6.660, y quizás en un lustro lleguemos a los 7.000 millones de almas. La llamada “bomba poblacional”, de la que Canarias ha participado especialmente en la última década con un incremento del 25% de su población, coloca al sector primario en la cada vez más compleja tarea de alimentar a más población en zonas más dependientes de producciones más distantes, y de forma creciente.
Segundo: Afirma Dale Allen Pfeiffer que “comemos combustibles fósiles”, porque nuestro sistema alimentario moderno depende de la abundancia del petróleo y el gas natural para cada uno de los procesos que nos traen los alimentos a casa: obtención de fertilizantes, maquinaria, riegos, procesamiento, transportes, refrigeración, etc. Por tanto, la anunciada escasez de petróleo y gas del que ya incluso advierte la Agencia Internacional de la Energía, siguiendo las advertencias de muchos geólogos especialistas, traerá consigo una carestía cada vez mayor de los alimentos procesados industrialmente, la práctica totalidad de los que ingerimos. Si se interrumpe el flujo de energía, no llegan los alimentos, aunque existan los stocks, como ya conocen los países más pobres. El cenit y declive del petróleo indica un antes y un después en la historia de la alimentación moderna: menos energía equivale a menos alimentos, y menos flujos de los mismos, especialmente para las zonas más dependientes de las importaciones. Uno de los efectos del declive energético es que la carestía de los combustibles fósiles, en una cruel huida hacia delante, está derivando inútiles esfuerzos agroindustriales para la alimentación de coches antes que personas, respondiendo a los estímulos del mercado y las ayudas públicas.
Tercero: la gran disponibilidad de energía ha permitido la sobreexplotación global y disponibilidad de suelos, reservas de agua, nutrientes para el suelo, etc. Así, existen múltiples zonas alimentadoras del mundo con grave declive de sus grandes acuíferos – también en Canarias -, y la intensificación agrícola ha forzado la muerte de millones de hectáreas de suelo fértil, a través del empobrecimiento de su materia orgánica debido al uso masivo de agroquímicos, lo que permitió incrementos importantes de los rendimientos de las cosechas, a costa de agotar los recursos en pocas décadas. Ni siquiera la proliferación de transgénicos y otros instrumentos que hacen aún más frágil la disponibilidad local de alimentos, parecen poder compensar los rendimientos decrecientes en las cosechas que ya está mostrando a nivel global la revolución verde.
Cuarto: las sequías han sido, de forma histórica, factores determinantes en la disponibilidad global de alimentos, y han puesto a prueba la “sostenibilidad” de los sistemas alimentarios que han existido. Nos enfrentamos a episodios de años de altas temperaturas y pocas lluvias, que han mermado las cosechas globales. El mantenimiento de esta tendencia, agravado por la subida global de las temperaturas que experimenta el Planeta, pondría en cuestión la gran generación de excedentes de la agricultura mundial, de forma cada vez más dramática, al confirmarse lo que parece ser la entrada en una era de cambios climáticos, naturales o de origen antrópico, como se ha advertido reiteradamente.
Las consecuencias del juego de estos factores – presión poblacional creciente, incremento constante de los costes de producir y transportar alimentos de forma industrial, declive de los recursos básicos para la alimentación, calentamiento global – unido a otros – pérdida de la riqueza agrícola local: semillas, agricultores y conocimientos, etc – están produciendo un incremento de los precios de los alimentos y, muy probablemente, como advierte la ONU, conllevará más hambrunas en el Mundo, así como una creciente fragilidad alimentaria. Se trata del cuestionamiento de la “alimentación globalizada”, y el resurgimiento de la inevitable alimentación local. Ocurre que muchas zonas del Mundo – entre ellas Canarias – han abandonado su forma local de alimentarse, y continúan dando la espalda a su escasísimo suelo – que, dramáticamente, se sigue cementando y desertificando -; forzando y deteriorando aún más sus reservas y capacidad de captar de agua; despreciando su legado agrícola histórico y permitiendo que cada vez más seamos más dependientes de unos alimentos del exterior que cada vez serán más caros y, tengámoslo claro, cada vez será más difícil que atraquen en nuestros puertos isleños.