Hemos entrado en la era de los alimentos cada vez más caros. “Aviso de tsunami alimentario”, llamó al fenómeno de las subidas precipitadas del precio de las materias primas agrícolas en los mercados internacionales, el presidente de los industriales alimentarios españoles, Jorge Jordana, en unas recientes declaraciones, afirmando que “los alimentos van a seguir la la estela alcista del petróleo”, y que “los incrementos de los alimentos no han terminado y que han llegado para quedarse”. Se han registrado en el periodo de unos meses incrementos insólitos en los precios internacionales de productos alimentarios básicos: un 34% para el caso del trigo; del maíz, con un 26%; el azúcar, un 14% o el arroz, un 23%, etc. Y, como se ha venido diciendo, el problema es estructural, no meramente especulativo (aunque en tiempos revueltos, hay pescadores que se llevan las mayores ganancias…), así como es inevitable la repercusión de los precios sobre la cesta final de la compra.
Los factores que influyen en esa calificación de “estructural” de la tendencia alcista de las materias primas alimenticias son, sobre todo: la prolongación de una temporada alta de sequías, que ha reducido las cosechas mundiales; el incremento anual de la población mundial, que se mantiene firme: sólo en el último año, en más de 75 millones de habitantes; la derivación de cosechas para agrocarburantes, primados por los gobiernos; la política alimentaria de la Unión Europea, confiada de la eterna baratura del precio internacional de los alimentos; la repercusión en los precios alimentarios del incremento de los precios energéticos, especialmente del petróleo, pero también del gas, en fletes, fertilizantes, gasóleo agrícola, etc; el cambio de dieta hacia productos cárnicos, mucho más intensivo en consumo de cereales; el propio límite del fenómeno de la “revolución verde”, que incrementó la producción de granos un 250% en el Mundo en el periodo 1950-1984, pero que, décadas después, es evidente que tiene como consecuencia convertir recursos vivos en no renovables (agotamiento de acuíferos y de tierras, etc) mediante un proceso de intensiva explotación, que genera rendimientos decrecientes y cuestiona su productividad, como quizás ya estemos viendo.
La cadena agroindustrial y riqueza alimentaria es el fruto de la era de la abundancia energética: el hombre moderno, que se multiplicó por seis desde y gracias al comienzo y fulgor de la “era de los hidrocarburos” con poco más de siglo y medio de antigüedad, emplea, según Dale Allen Pfeiffer, que usa datos de David Pimentel y Mario Giampietro, 20 minutos al día de trabajo para obtener la comida diaria, cantidad que antes de la revolución de los combustibles fósiles hubiera precisado 3 semanas de trabajo humano físico en conseguir: tal es la abundancia de energía fósil que permite funcionar una maquinaria de extrema potencia que hoy llena los supermercados con alimentos de todo el mundo.
El hombre moderno, urbano y occidental, así como la última generación de canarios, parece haber olvidado de dónde provienen los alimentos, y así, los niños de nuestra era conciben huevos naciendo en neveras y cumpleaños con alimentos de todo tipo de colores. Ese espejismo de la exhuberancia, reforzado por la exigua producción agropecuaria local, disfraza la realidad de un sistema extremadamente vulnerable a las interrupciones de suministro energético, o a las tensiones estructurales crecientes del sistema alimentario mundial: hace ya tiempo que descendieron los retornos marginales crecientes de las cosechas, y que la producción de grano por persona baja a límites verdaderamente peligrosos: por eso los alimentos se irán encareciendo más. De la obesidad al riesgo alimentario, en una prodigiosa y compleja (por lo tanto, débil) cadena agroalimentaria como la nuestra, no va mucho: nuestros alimentos se cosechan allende los mares en un proceso agroalimentario que considerábamos eterno, pero que se sustenta en llevar el Planeta a sus límites. Al rebasarse estos límites, como nos han advertido tantos expertos en las Ciencias de la Tierra, afrontamos ahora la era de la “pos-exhuberancia” (William Catton), creciente escasez y ajuste a un Planeta expoliado, esto es, con menos: las primeras señales, en forma de preliminares subidas de precios del pan, ya están aquí.
martes, noviembre 20, 2007
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