Reseña y propuestas para avanzar, a partir del libro de Ernest García, “El trampolín fáustico. Ciencia, mito y poder en el desarrollo sostenible” (Valencia, 1999. Ediciones Tilde – Colección Gorgona).
Fausto vendió su alma al diablo, a cambio de la búsqueda del saber universal, del conocimiento y satisfacción de todos los placeres y sensaciones. Pero la misma insatisfacción que sentía en su búsqueda fue germen de su pérdida. Canarias, de forma paralela a la minoría del mundo rico, vive su particular e insaciable “era fáustica”, cuyos elementos esenciales tan soberbiamente describe Ernest García, Catedrático de Sociología de la Universidad de Valencia, y uno de los científicos sociales no economista que, junto a Jorge Riechmann y Pedro Prieto, a mi entender, de forma más clarividente y profunda ha descrito en España este gran problema de la superación de la capacidad de carga del Planeta, el inevitable ajuste y el enfrentamiento de la Humanidad al declive de los recursos naturales.
¿Cómo afrontará la sociedad canaria el regreso del paraíso fáustico?
En realidad, la reciente historia de las islas es fruto de una pequeña y breve llamarada histórica de energía abundante y barata, un “intervalo histórico breve”, como ha sido descrito por el mismísimo Marion King Hubbert, el geólogo padre de la curva del mismo nombre y un autorizado científico que predijo el cenit y ocaso de nuestra civilización industrial, a raiz del declive del petróleo, germen de esa llamarada peculiar. En ese pequeñísimo intervalo histórico, con una duración de unas pocas generaciones, se han desplegado los deseos más irrefrenables y, siguiendo el mito fáustico, insaciables e interminables ansias de crecer. Precisamente el crecimiento exponencial, trasunto económico de este ansia, nos lleva rápidamente, cada vez más rápidamente a desbordar los límites. Canarias está viviendo su particular desbordamiento, como economía colateral de la industrializada Europa. La industria del turismo de masas es una forma de producción y a la vez un episodio muy puntual y aún más breve de la historia de la Humanidad, y su declive será aún más vertiginoso que su ascenso, ante el cenit del petróleo, absolutamente vital para el transporte aéreo moderno, y sin perspectivas de alternativa posible en el medio plazo. La economía del ocio, del lujo de trasladarse miles de kilómetros a tenderse al sol, entrará en recesión, por motivos obvios, antes que los huesos duros de la sociedad industrial, aunque podamos considerar “como producción industrial derivada”, como decimos, a la actividad turística por el uso intensivo de recursos tecnológicos y energéticos que realiza. Pero mientras llegan los episodios del declive, las islas viven su fiesta de disfrute de los recursos naturales de medio mundo, empachándose de recursos de baja entropía, y vertiendo los desechos al sumidero de la atmósfera del mundo o a sus magros barrancos insulares, en forma de gigantescos vertederos de alta entropía.
Lo que no vemos, y lo lamentamos, es reacción alguna del conjunto de la población ante el final de la fiesta, siguiendo la magnífica imagen de Richard Heinberg. Este escrito, como otros intentos, nacen en realidad como un llamado de urgencia con tintes de cierta desesperación. La urgencia de despertar de ese sueño del “todo es alcanzable” (sea con petróleo, sea con paneles solares…) es histórica, pero hoy nuestra hipnosis parece que nos ciega para reaccionar ante el empeño, también fáustico, de hacer frente al declive de nuestra civilización. La Humanidad, y cada una de sus pequeñas comunidades, tiene la oportunidad de plantearse descender el ritmo de apropiación y derroche, en un grado infinítamente mayor a lo que hoy hace. Nos referimos, evidentemente, a aquellas comunidades que consumen más del Planeta, entre los cuales sin duda alguna estamos los canarios y canarias. Insistimos: habrá declive, y comenzará, por motivos geológicos, pronto; pero la diferencia estará en que este sea organizado desde la cooperación o desde la competencia feroz por los recursos progresivamente escasos.
Ernest García retrata en “El trampolín faústico”, como después lo hará de forma más amplia y sistemática en “Medio Ambiente y Sociedad. La civilización industrial y los límites del Planeta” (Alianza Ensayo, 2005), los límites del crecimiento y esboza líneas de estrategias a seguir para analizar y afrontar la situación. En una suculenta entrevista realizada al profesor en la Revista Tenia expresa una sensación clara de impotencia social de los que, conociendo hacia donde vamos, parece complejo dar alternativas de organización que no provoquen el caos: “nadie sabe cómo parar la máquina sin dar paso al caos, pero está muy claro que esa máquina no nos lleva ya a ninguna parte”. Compara al capitalismo de consumo de masas con una “mutación histórica gigantesca”, advierte del fin del petróleo barato y sus consecuencias, y de la “fe en la ciencia y en la tecnología” y en la “revolución”, como instrumento que resolverá los problemas. En esta entrevista García anuncia que estamos “en las proximidades del inicio de la cuesta abajo” de este modelo, en el “punto de inflexión”. Para ese viaje no sirven las doctrinas clásicas basadas en el crecimiento. Manifiesta García su “deseo” de que la caída sea ordenada, pero se muestra muy pesimista en cuanto a la posibilidad de que ello ocurra.
Ernest García, algunos de cuyos datos biográficos expone este enlace, ha desarrollado buena parte de su trabajo en la Comunidad Valenciana (el mismo “trampolín faústico” fue editado originalmente en valenciano). Precisamente estudió la sociedad de consumo de esa comunidad autónoma, donde hace una especial referencia al impacto “real” de la dieta, ciclo completo de los productos, consumo de vehículos, vivienda, producción de residuos, etc. de los valencianos, y sus implicaciones sobre el modelo de desarrollo. También en la Revista Abaco desarrolló el sociólogo un artículo relativo al consumo y modernización (disponible sólo una sinopsis del mismo). Con algunos años más de antigüedad, Ernest García analizó la relación entre medioambiente y empleo. Pero quizás el autor ha iniciado un muy interesante camino a partir de su análisis del “otro lado de la curva”, esto es, de la inminencia del declive de nuestro modelo de sociedad industrial. Es sin duda alguna Ernest García, junto con Pedro Prieto, en España la persona que se ha detenido de forma más profusa y detenida en el análisis de los escenarios para el declive. Fruto de ello es el artículo recomendable de “Cambio social más allá de los límites del crecimiento”, en el que repasa las diferentes líneas de debate sobre “la cuesta abajo” (de ahí que directamente las visiones de crecimiento – progresivo o reaccionario – queden excluidas de este debate: ya no se trata de lo que hay de más, sino de cómo repartir lo que habrá cada vez menos, fundamentalmente debido al declive energético global). En su intervención del año 2006 en el Seminario de primavera de “Científicos por el medioambiente (CIMA)”, colectivo dirigido por Jorge Riechmann, García realizó una síntesis de esta visión bajo el título: Decrecimiento y cambio social: ¿descenso suave o caída al abismo? (fichero PDF, 390KB). Petro Prieto realizó una crónica de ese Seminario histórico sobre la crisis energética, que abordó sin tapujos el negro escenario socioeconómico que nos espera de mantenerse “la actual rutina”.
El trampolín faústico.
“El trampolín fáustico” es una pequeña obra en extensión, pero memorable por la magnífica presentación de sus argumentos, profusa documentación y la capacidad de reflexión y articulación del pensamiento complejo que anuda nuestras relaciones sociales y su interacción con el medioambiente. Traemos aquí algunas referencias de este texto, cuya lectura completa recomendamos.
Introducción.
Uno de los objetivos del libro – ampliamente conseguido – es la desmitificación del término “desarrollo sostenible”, ese nuevo “abracadabra” o “talismán” tan al uso en los círculos del poder. Ernest García considera al término como “científicamente inconstruible; culturalmente, desorientador; y políticamente, engañoso”. Plantea, básicamente, que es un imposible añadir “desarrollo” (visto como crecimiento) y que lo hagamos de forma “sostenible”. Además, en el libro relaciona este concepto con la particular desigualdad en el reparto de los recursos naturales; con el “acortamiento” de la vida de la especie sobre el Planeta, derivado del agotamiento que hacemos de los recursos hoy: “la humanidad contemporánea debe elegir entre una existencia larga y modesta o una corta y lujosa”, y citando también una célebre frase del economista rumano, Nicholas Georgescu Roegen: “un coche más hoy significa un campesino menos en el futuro”. Muy apropiada la expresión para Canarias, territorio que hoy tiene 30.000 agricultores, el 3% de la población activa, mientras que hace 60 años la mitad de sus población activa se dedicaba al campo, y con un tércio de hectáreas cultivadas con respecto también a esa época. Pero una comunidad, en la segunda mitad del siglo XX podía vivir bien incluso sin agricultores, lo que nunca ocurrió en la Historia. ¿Por qué? Canarias ha vivido en paz y democracia, como el resto del Estado, gracias al “crecimiento económico”, que ha reducido los habituales conflictos por los recursos de la humanidad. Canarias ha sido alimentada por la cesta agropecuaria industrial de medio mundo, en una dieta de más de 5.000 kilómetros de diatancia, una cesta condicionada por el gran subsidio energético que ha supuesto el petróleo barato, en una fase histórica que está llegando a su fin. Califica Ernest García al término desarrollo sostenible, de “fórmula todo terreno”. Efectivamente, en estos lares ha sido usada esta contradictoria expresión para expresar una cosa y la contraria: los que alertaban de la necesidad de otro tipo de desarrollo – en Canarias, el movimiento ecologista fundamentalmente – han usado esa expresión, aunque cada vez con menos entusiasmo, al haberse apoderado de ella los que hoy diseñan o pilotan precisamente el actual modelo “insostenible” de desarrollo. Y a veces, abusando del término sin pudor alguno.
Ernest García no esconde su impresión sobre los rasgos esenciales de la cultura europea, que le llevan a desplegar su ácida crítica a la respuesta mayoritaria (o, al menos, institucional) al deterioro de los recursos: “vivimos en una sociedad que se mueve entre el conformismo y el miedo, con una ampulosa autosatisfacción”, todo ello con una base clara: “la abundancia material y los derechos del individuo, pero teniendo en cuenta que si el incremento de la primera se para, se ciernen nubes negras sobre los segundos. Y aparece entonces el miedo”.
De ahí el escepticismo que, de alguna manera, despliega normalmente Ernest García. Aún haciendo apuestas por líneas de trabajo que luego desarrollaremos, conoce que los obstáculos culturales son muy poderosos, y se encuentran anclados en esa abundancia material y opulencia desarrollista que, precisamente, se considera puede ser sostenible. Porque es que, si falla la opulencia, puede venirse abajo, como un castillo de naipes, el marco de “libertades” y democracia formal que se ha forjado en su entorno.
I. El concepto de desarrollo sostenible.
Ernest García advierte que, desde el Informe Bruntland hasta las posteriores declaraciones de Río o del Tratado de Maastricht, el término de “sostenibilidad” ha estado cargado de vaguedad. Hace un esfuerzo de síntesis García para exponernos las “líneas de análisis del desarrollo sostenible” que podrían ser más deseables, frente a las convencionales e institucionales: parece una apuesta por la bioeconomía, por atender a la suficiencia y cubrir las necesidades básicas; por un cierto igualitarismo comunitario, dentro de un desarrollo político marcado por los cambios impredecibles; el desarrollo de los valores de parsimonia y conservacionismo y el reconocimiento de la impredictibilidad de la organización social, lo que exige una “interdependencia moderada” entre los agentes y sectores sociales, sin llegar a los extremos de vulnerabilidad hoy existentes. Todo ello en oposición al discurso dominante, que identifica “desarrollo” con crecimiento, sea éste realizado con eficiencia o no, pero básicamente incrementando “la escala física de la economía, es decir, la cantidad de energía y materias primas incorporadas a la producción”. Esta es la prueba del algodón de una apuesta por la “sostenibilidad”. Es fácil deducir que no es posible la “eterna sostenibilidad” usando las reglas del “eterno crecimiento”. Más palpable aún es esto en territorios como Canarias, con unos límites geográficos y de disposición de recursos muy claros.
Para Ernest García, y suscribimos claramente sus propuestas, hay una visión que apuesta por la bioeconomía, que heredamos en su elaboración más completa del economista rumano Nicholas Georgescu Roegen, que reconoce la “irreversible degradación entrópica” como primer paso para aconsejar la conservación, parsimonia y el rechazo a la extravagancia como criterios principales de la sostenibilidad. Este criterio de sostenibilidad económica lleva aparejado un criterio cultural de “suficiente es mejor”, y de un mantenimiento de ciertos grados de “libertad” en lo político, con el objetivo de la búsqueda de una mayor adaptación a una realidad de incertidumbre: pluralidad, descentralización y dimensiones de escala no demasiado grandes son ingredientes de un modelo alegado de la tecnocracia actual.
La semántica del debate entre mejora de la vida y sustentabilidad medioambiental.
Ernest García se nos torna un agudo “decrecentista” en sus análisis, porque tiene muy en cuenta la Ley de la Entropía, y la irreversible degradación de los recursos que usamos. Otro gallo nos cantaría si la comprensión de esta Ley se extendiera. De ahí que incluso sea crítico con las visiones de “crecimiento cero” o “economía en estado estacionario”, que promulga el principal discípulo de Georgescu – Roegen, Herman Daly. Directamente su apuesta, aunque no es explícita aquí, es por el “abandono del desarrollo”.
Una apuesta decrecentista:
Creo que es muy interesante reproducir aquí las características que tiene para el autor un modelo de sociedad sostenible, desde el conservacionismo y las relaciones bioeconómicas. (las opone en el texto, de forma brillante, a las visiones de “crecimiento sostenible” y “estado estacionario”). Así, esta visión bioeconómica, tendría claro que tendría que haber un sistema de mayor participación de las energías renovables, aunque reconoce una “incertidumbre de sustitución muy elevada” (en una clara renuncia a las tecnofantasías que tanto se prodigan en nuestros esquemas mentales de crecimiento perpétuo); una apuesta por una tecnología con características de “heterogeneidad cualitativa y, por tanto, pone límites a la sustitución de unos recursos naturales por otros”, frente a la visión convencional y errónea (por físicamente imposible) de que es posible sustituir fácilmente recursos naturales por capital, o recursos no renovables por renovables. Esta visión de ajuste tecnológico, que se podría corresponder con la tecnología intermedia de E. F. Schumacher (autor de “Lo pequeño es hermoso”), es muy adecuada para valorar las posibilidades reales de un modelo realmente más sostenible: implica una reducción explítica y absoluta de usos tecnológicos sofisticados, de urdimbre compleja y, por lo tanto, “poco democrática”. En el ámbito económico, se reclama la “ecología política, y la valoración de los conflictos a través del conflicto social”, como opuesto a la monetarización de los recursos naturales, en boga en la llamada “economía ambiental”. La apuesta decrecentista es la de un igualitarismo comunitario, cuya forma política adoptaría la forma de un cierto “comunitarismo descentralizador”, en oposición a la tecnocracia “ecoeficiente” y los planteamientos liberales. Plantea, en fin, una “desaceleración y desglobalización”, con un “uso moderado de los recursos a fin de no acelerar la inevitable degradación entrópica”.
Canarias precisa, con urgencia, desandar los caminos de la globalización en la que se encuentra inserta, porque el Turismo de masas es de los segmentos económicos más dependientes de factores externos sumamente frágiles. Esta situación no estará exenta de conflicto social, como dice García. La diferencia es interpretar ese hecho como algo destructible o como la esencia misma de nuestro modelo, y adoptar, desde la urgencia, las mejores medidas, que partan de la “modestia tecnológica” en una apuesta por recuperar todas las infraestructuras agropecuarias e hidráulicas hoy abandonadas, la “reagrarización de las islas” y recuperación urgente de sus bancales, la comunitarización de la producción y distribución de bienes, haciendo de las islas huertas de producción alimentaria, probablemente mediante un reparto de tierras justo, porque el “interés general” del descenso energético lo requiere; logrando una desconexión del turismo, antes de que éste se desconecte de Canarias. O al menos, no emprender huidas hacia delante, como está ocurriendo en las islas. Sin embargo, muy al contrario, y fruto de la inercia y borrachera de energía barata, las islas, sus empresarios, instituciones y ciudadanos emprenden la toma de decisiones que nos harán más dependientes del exterior. Frente a la conservación del agua, la construcción de desaladoras; frente al aprovechamiento de los residuos, la instalación de incineradoras; frente a la escasez y pérdida de suelo rústico, la urbanización y la pérdida crónica de hectáreas de suelo antes cultivado. Es el abandono al hedonismo fáustico.
II. Los límites del análisis ecológico.
Ernest García bebe de las fuentes del gran economista Georgescu Roegen, que nos recuerda que nada puede durar eternamente en un medio finito. A la “sostenibilidad” hay que ponerle un marco, temporal, cuantitativo y valorativo. La “sostenibilidad” es, por ello, si no se toman en cuenta estas aseveraciones, un concepto absolutamente maleable y, hoy, totalmente inválidado para la definición de un marco de sociedad más viable. Quizás lo que quiera expresar Ernest es que “debemos aspirar a” determinado marco social, y evitar las declaraciones grandilocuentes, en bocas de todo tipo de desarrollistas, que crean enorme confusión sobre el rumbo de la “sostenibilidad”.
Un problema esencial de la “sostenibilidad” es resolver la cuestión de “y los demás”. Tenemos un Planeta con un reparto absolutamente desigual de los recursos no renovables, con un trasiego enorme de materiales del Sur al Norte (lo demuestra para España, de forma contable – contabilidad de materiales – Óscar Carpintero en su “Metabolismo…”, donde se evidencia la importación de energía y materias primas de África, Medio Oriente y América del Sur), que impiden hablar de sostenibilidad real a las sociedades ricas, sin tener en cuenta que ese mantenimiento de nivel de vida se hace en buena medida a costa de las penurias de otras gentes del Sur. Ernest García introduce el matiz “social” a la sostenibilidad, insistiendo en la equidad redistributiva. Porque, como dice el autor, “se trata de hacer duradera una forma de sociedad en la que la gente crea que vale la pena vivir (¿por qué, si no, habría que sostenerla?)”.
Canarias es un ejemplo elemental de esta cuestión. Somos receptores de enormes flujos de energía y materiales provenientes de medio mundo, como forma de contraprestación a nuestro principal atractivo: vender clima y sol apetecible al ciudadano europeo. Nuestra capacidad productiva se reduce, pues, a satisfacer el deseo suntuario de una minoría de la población europea, y a cambio de esa actividad (absolutamente prescindible, como veremos cuando la crisis energética cuestione el transporte aéreo masivo) recibimos ese maremagnum de materia primas que en buena medida provienen del Sur (petróleo africano, que representa el 80% del consumo interior de las islas.
Una de las preguntas que se hace Ernest García es cómo medir – la escala – la insostenibilidad para conocer a partir de qué punto hemos sobrepasado nuestra capacidad de carga. Como en todos los fenómenos sociales, la realidad se resiste a la medida exacta – para desesperación del pensamiento lineal – y requiere de marcos de interpretación dinámicos y complejos. De hecho, siguiendo a Gregory Bateson, García afirma, en relación con los efectos de nuestras acciones, que “el cambio social es una lucha incesante en condiciones siempre inciertas y cambiantes”, en un contexto (Bateson) en que la humanidad viene practicando “la acción lineal y unilateral”, sin tomar consciencia real de los fenómenos en los que el hombre se implica y las consecuencias que éstos tienen. En realidad, añado, la pérdida de consciencia no sería más que la sensación de asombro faústico ante la aparente infinitud de recursos que hoy existen, por más que – desde lejos – los científicos nos adviertan de que hemos llegado y superado los límites que van a impedir reproducir esta situación de abundancia en el futuro.
También tiene dificultades para el autor establecer una “escala óptima” de nuestra actividad económica: pone en solfa la pretensión de valorizar monetariamente, e incluso con valores “energéticos” los bienes escasos. García considera “seguramente imposible” valorar técnicamente los costes ambientales, y su dinámica, como instrumento para abordar los límites. ¿Por qué? “La acumulación de información puede coadyuvar, pero no sustituir una opción fundamental cuya naturaleza ético – política es irreductible y que ha de plantearse, además, sin ninguna garantía definitiva”. Este aserto es un ataque a la línea de flotación de las interpretaciones reduccionistas y mecánicas de la realidad, normalmente con el objetivo no confesado de perpetuar relaciones y conformaciones socioeconómicas injustas o insostenibles. Lo que ha intentado el “poder” es atribuir valor a recursos cuyo uso los destruye, y al tiempo de las demás generaciones, solventando con fórmulas arbitrarias problemas irresolubles por la vía crematística, para evitar afrontar el reto político del entendimiento de las comunidades y la discusión abierta sobre los criterios de uso de los recursos.
Sostenibilidad y cambio tecnológico.
Se muestra aquí el autor especialmente afortunado, a mi entender. Uno de los mayores errores de la “concepción faústica del desarrollo” es la confianza irrefrenable en la tecnología y su poder de multiplicación de los recursos, más allá de lo que la propia Naturaleza permite.
“Los recursos son limitados”, inclusive los renovables, “que están limitados en la tasa de uso”. García aclara – contra el erróneo criterio de algunos tecnoentusiastas – que, en el caso de la energía solar, este recurso “no está limitado ni por la cantidad total ni tampoco por la tasa de uso, pero lo está en la concentración de sus llegada a la superficie terrestre y por el hecho de que ésta – la estructura de captación – es finita”. García destaca la existencia de la posibilidad de “rendimientos decrecientes de la tecnología” y la dependencia grave de los combustibles fósiles que ésta tiene. Pero es que en el fondo se encuentra la “ideología del crecimiento” porque, en el poco probable escenario de una sustitución “tecnológica” de la intensidad energética de los combustibles fósiles y si esto fuera posible, “una nueva era de plétora energética implicaría un entorno más y más degradado”. García desmenuza en una frase magistral la sinrazón del crecimiento económico: “La onda del crecimiento parece más dirigida a huir de la Tierra que a permanecer dignamente aquí”. Estamos destinados, una vez termine la euforia de la era fósil, a la “renuncia definitiva a comer de balde” de los recursos que la energía abundante nos ha permitido extraer de la litosfera, hasta el límite actual de que se considera que “cerca del 40% de la producción fotosintética primaria neta de los ecosistemas terrestres es usada por los humanos cada año” (Vitousek, Ehrlich y Matson, 1986). Comenta García: “Puede continuar el crecimiento o puede alargarse la estadía del homo sapiens sobre la Tierra. Hoy es difícil creer que ambas cosas sean posibles simultáneamente”.
El autor es especialmente crítico con la “fe en la posibilidad tecnológica de superar cualquier escasez”, más propio del “pensamiento mágico que de la ciencia”. Ernest García, consciente de que el actual “progreso” deriva de la abundancia de combustibles fósiles, advierte que no existen hoy por hoy alternativas para esta riqueza energética: por un lado, la “fusión nuclear” se presenta como una alternativa “no compatible con una sociedad democrática” y, por otro lado, la llamada “alternativa solar”, considera García, podría ser demasiado democrática y, al mismo tiempo, demasiado escasa para el ritmo de crecimiento de la sociedad industrial actual.
Cita de nuevo nuestro sociólogo al economista Georgescu Roegen, para evaluar las posibilidades reales de “nuevas fuentes energéticas alternativas”. ¿es capaz la energía solar de autoalimentarse, esto es, de “elaborar procesos completos de producción industrail de base exclusivamente solar”. Considera García que “es del todo improbable que una civilización así pueda tener alguna vez la impronta expansiva que ha caracterizado a la era de los combustibles fósiles”. Nos invita Ernest García a un ejercicio verdaderamente útil hoy: “es necesario poner entre paréntesis la fe en las ilimitadas potencialidades de la innovación tecnológica para nutrir sosteniblemente la máquina del crecimiento”. Porque además, nos recuerda, la Ley de los rendimientos decrecientes también es aplicable a los descubrimientos tecnológicos: en realidad, nos explica, “el progreso tecnológico es ahora mucho más difícil y reclama mucho más tiempo que en 1900”. Es lo que en otros textos se denomina el “cenit de la tecnología” (peak technology), contra la percepción mayoritaria de la ciudadanía – una vez más, los “mitos faústicos”- que entiende que hoy existe una aceleración del progreso científico. Confunde la mayoría de la población su acceso particular a los productos de tecnologías desarrolladas hace décadas, pero hoy accesibles a un amplio espectro de población, con el verdadero avance tecnológico, fenómeno no necesariamente lineal ni de crecimiento exponencial sino, al contrario, progresivamente más complejo de conseguir.
Nos aclara el autor que “en la especie humana, la biología no es independiente de la tecnología”. Somos una especie que requiere de “instrumentos exosomáticos” imprescindibles para nuestra supervivencia. La cuestión es qué tecnologías, para qué usos para cuantos miembros de la especie y durante cuánto tiempo. Todas esas problemáticas planteadas hacen complejo dar soluciones sencillas al dilema de “qué es sostenible”. En todo caso, hay límites, y en primera instancia, son físicos: “la escala física del sistema social se ha de mantener por debajo de la capacidad natural de suministrar recursos”. Si es al contrario, esto es, si nos encontramos ante “procesos de producción demasiado grandes o demasiado intensivos”, el ajuste es inevitable, bien en el tiempo, o bien sobre la disponibilidad de recursos de otras personas.
Pero para que algo sea “sostenible”, también es importante que la dimensión “tiempo” sea ajustada a los requerimientos asumibles. Así, es “insostenible un bloqueo de los dispositivos sociales de aprendizaje, como consecuencia de una aceleración excesiva y de una conectividad demasiado alta”. Precisamente estamos ante una realidad socioeconómica que ha primado la aceleración del ritmo de crecimiento, por un lado, y la máxima conectividad, mediante la globalización, llevado a una situación extrema en el caso de Canarias.
Ernest García nos advierte que la insostenibilidad de las “sociedades industriales maduras” implica que hay límites al crecimiento y a la duración del modelo. Cuando se alcanzan esos límites, comienza la agonía. Propone una fórmula de mayor estabilidad, que necesariamente debería pasar por una “minimización del flujo metabólico de energía y materiales”. Y concluye este capítulo con una importante reflexión, en la que nos viene a decir que no existen fórmulas acabadas, que en el proceso contradictorio y dialéctico estará la “respuesta”, partiendo de que “la historia es una lucha permanente bajo formas siempre nuevas”, lejos del ilusionismo “crecentista” de la era de la abundancia.
III. La cultura de la suficiencia.
Ya que no es posible satisfacer al máximo las necesidades (por otro lado, siempre insatisfechas en un escenario de “agitado” crecimiento) de una población determinada, sino a costa de otras poblaciones y de los hijos de ésta, urgen planteamientos reformadores de esta situación. Propone García “una reelaboración ético - estético – política concerniente a la decisión sobre qué necesidades han de ser satisfechas y a los criterios de reparto entre contemporáneos y entre las generaciones actuales y las futuras”.
Reclama el autor un “cambio cultural” que ponga moderación al compulsivo “consumidor individualista moderno”. Pero eso genera conflicto, y la resolución del conflicto de “qué necesidades hay que satisfacer y cómo” se deben resolver según García mediante la “decisión colectiva en un contexto democrático”. Por otro lado, nos debe llevar esa forma de limitación a una “mayor perdurabilidad” de nuestra sociedad, sin que Ernest García haga una apuesta decidida por la prolongación de nuestra estancia en la Tierra, curiosamente. Nos remite a una combinación de una norma moral y una norma estética: plantea un “cultivo de los sentidos, sin el cual no podemos darnos cuenta de la destructividad inherente a la forma de vida del mundo industrial”. Este código de comportamiento deseable ante la evolución vertiginosa de la desaparición de las bases de nuestra subsistencia futura es sin duda importante, aunque cabe que nos preguntemos si la sensación de “urgencia” en la adopción de medidas permite remitir a esos criterios “subjetivos” la elaboración de una forma de conservar los recursos para el futuro.
La sociología de la modernización y la crisis ecológica.
Como comenta Ernest García, el ecologismo que mayoritariamente conocemos es fruto del pensamiento de clases medias de países industrializados, con las necesidades básicas cubiertas, y la posibilidad de reorientar sus inquietudes hacia “valores posmateriales”. De hecho, buena parte de ese ecologismo no tiene duda alguna de que es posible conservar el medio ambiente y que se puedan mantener las actuales “tasas de confort”. Sin embargo, resulta que esa visión de la crisis ecológica y sus “alternativas” parte del error de no cuestionar el mismo efecto destructor del actual industrialismo, y restringe su visión a acomodoticias políticas de lavado de imagen verde. La “sociología de la modernización no percibe límites”, ignorando que los pobres son pobres como resultado de una desigual distribución de recursos.
Suficiente es mejor.
Fausto vendió su alma al diablo, a cambio de la búsqueda del saber universal, del conocimiento y satisfacción de todos los placeres y sensaciones. Pero la misma insatisfacción que sentía en su búsqueda fue germen de su pérdida. Canarias, de forma paralela a la minoría del mundo rico, vive su particular e insaciable “era fáustica”, cuyos elementos esenciales tan soberbiamente describe Ernest García, Catedrático de Sociología de la Universidad de Valencia, y uno de los científicos sociales no economista que, junto a Jorge Riechmann y Pedro Prieto, a mi entender, de forma más clarividente y profunda ha descrito en España este gran problema de la superación de la capacidad de carga del Planeta, el inevitable ajuste y el enfrentamiento de la Humanidad al declive de los recursos naturales.
¿Cómo afrontará la sociedad canaria el regreso del paraíso fáustico?
En realidad, la reciente historia de las islas es fruto de una pequeña y breve llamarada histórica de energía abundante y barata, un “intervalo histórico breve”, como ha sido descrito por el mismísimo Marion King Hubbert, el geólogo padre de la curva del mismo nombre y un autorizado científico que predijo el cenit y ocaso de nuestra civilización industrial, a raiz del declive del petróleo, germen de esa llamarada peculiar. En ese pequeñísimo intervalo histórico, con una duración de unas pocas generaciones, se han desplegado los deseos más irrefrenables y, siguiendo el mito fáustico, insaciables e interminables ansias de crecer. Precisamente el crecimiento exponencial, trasunto económico de este ansia, nos lleva rápidamente, cada vez más rápidamente a desbordar los límites. Canarias está viviendo su particular desbordamiento, como economía colateral de la industrializada Europa. La industria del turismo de masas es una forma de producción y a la vez un episodio muy puntual y aún más breve de la historia de la Humanidad, y su declive será aún más vertiginoso que su ascenso, ante el cenit del petróleo, absolutamente vital para el transporte aéreo moderno, y sin perspectivas de alternativa posible en el medio plazo. La economía del ocio, del lujo de trasladarse miles de kilómetros a tenderse al sol, entrará en recesión, por motivos obvios, antes que los huesos duros de la sociedad industrial, aunque podamos considerar “como producción industrial derivada”, como decimos, a la actividad turística por el uso intensivo de recursos tecnológicos y energéticos que realiza. Pero mientras llegan los episodios del declive, las islas viven su fiesta de disfrute de los recursos naturales de medio mundo, empachándose de recursos de baja entropía, y vertiendo los desechos al sumidero de la atmósfera del mundo o a sus magros barrancos insulares, en forma de gigantescos vertederos de alta entropía.
Lo que no vemos, y lo lamentamos, es reacción alguna del conjunto de la población ante el final de la fiesta, siguiendo la magnífica imagen de Richard Heinberg. Este escrito, como otros intentos, nacen en realidad como un llamado de urgencia con tintes de cierta desesperación. La urgencia de despertar de ese sueño del “todo es alcanzable” (sea con petróleo, sea con paneles solares…) es histórica, pero hoy nuestra hipnosis parece que nos ciega para reaccionar ante el empeño, también fáustico, de hacer frente al declive de nuestra civilización. La Humanidad, y cada una de sus pequeñas comunidades, tiene la oportunidad de plantearse descender el ritmo de apropiación y derroche, en un grado infinítamente mayor a lo que hoy hace. Nos referimos, evidentemente, a aquellas comunidades que consumen más del Planeta, entre los cuales sin duda alguna estamos los canarios y canarias. Insistimos: habrá declive, y comenzará, por motivos geológicos, pronto; pero la diferencia estará en que este sea organizado desde la cooperación o desde la competencia feroz por los recursos progresivamente escasos.
Ernest García retrata en “El trampolín faústico”, como después lo hará de forma más amplia y sistemática en “Medio Ambiente y Sociedad. La civilización industrial y los límites del Planeta” (Alianza Ensayo, 2005), los límites del crecimiento y esboza líneas de estrategias a seguir para analizar y afrontar la situación. En una suculenta entrevista realizada al profesor en la Revista Tenia expresa una sensación clara de impotencia social de los que, conociendo hacia donde vamos, parece complejo dar alternativas de organización que no provoquen el caos: “nadie sabe cómo parar la máquina sin dar paso al caos, pero está muy claro que esa máquina no nos lleva ya a ninguna parte”. Compara al capitalismo de consumo de masas con una “mutación histórica gigantesca”, advierte del fin del petróleo barato y sus consecuencias, y de la “fe en la ciencia y en la tecnología” y en la “revolución”, como instrumento que resolverá los problemas. En esta entrevista García anuncia que estamos “en las proximidades del inicio de la cuesta abajo” de este modelo, en el “punto de inflexión”. Para ese viaje no sirven las doctrinas clásicas basadas en el crecimiento. Manifiesta García su “deseo” de que la caída sea ordenada, pero se muestra muy pesimista en cuanto a la posibilidad de que ello ocurra.
Ernest García, algunos de cuyos datos biográficos expone este enlace, ha desarrollado buena parte de su trabajo en la Comunidad Valenciana (el mismo “trampolín faústico” fue editado originalmente en valenciano). Precisamente estudió la sociedad de consumo de esa comunidad autónoma, donde hace una especial referencia al impacto “real” de la dieta, ciclo completo de los productos, consumo de vehículos, vivienda, producción de residuos, etc. de los valencianos, y sus implicaciones sobre el modelo de desarrollo. También en la Revista Abaco desarrolló el sociólogo un artículo relativo al consumo y modernización (disponible sólo una sinopsis del mismo). Con algunos años más de antigüedad, Ernest García analizó la relación entre medioambiente y empleo. Pero quizás el autor ha iniciado un muy interesante camino a partir de su análisis del “otro lado de la curva”, esto es, de la inminencia del declive de nuestro modelo de sociedad industrial. Es sin duda alguna Ernest García, junto con Pedro Prieto, en España la persona que se ha detenido de forma más profusa y detenida en el análisis de los escenarios para el declive. Fruto de ello es el artículo recomendable de “Cambio social más allá de los límites del crecimiento”, en el que repasa las diferentes líneas de debate sobre “la cuesta abajo” (de ahí que directamente las visiones de crecimiento – progresivo o reaccionario – queden excluidas de este debate: ya no se trata de lo que hay de más, sino de cómo repartir lo que habrá cada vez menos, fundamentalmente debido al declive energético global). En su intervención del año 2006 en el Seminario de primavera de “Científicos por el medioambiente (CIMA)”, colectivo dirigido por Jorge Riechmann, García realizó una síntesis de esta visión bajo el título: Decrecimiento y cambio social: ¿descenso suave o caída al abismo? (fichero PDF, 390KB). Petro Prieto realizó una crónica de ese Seminario histórico sobre la crisis energética, que abordó sin tapujos el negro escenario socioeconómico que nos espera de mantenerse “la actual rutina”.
El trampolín faústico.
“El trampolín fáustico” es una pequeña obra en extensión, pero memorable por la magnífica presentación de sus argumentos, profusa documentación y la capacidad de reflexión y articulación del pensamiento complejo que anuda nuestras relaciones sociales y su interacción con el medioambiente. Traemos aquí algunas referencias de este texto, cuya lectura completa recomendamos.
Introducción.
Uno de los objetivos del libro – ampliamente conseguido – es la desmitificación del término “desarrollo sostenible”, ese nuevo “abracadabra” o “talismán” tan al uso en los círculos del poder. Ernest García considera al término como “científicamente inconstruible; culturalmente, desorientador; y políticamente, engañoso”. Plantea, básicamente, que es un imposible añadir “desarrollo” (visto como crecimiento) y que lo hagamos de forma “sostenible”. Además, en el libro relaciona este concepto con la particular desigualdad en el reparto de los recursos naturales; con el “acortamiento” de la vida de la especie sobre el Planeta, derivado del agotamiento que hacemos de los recursos hoy: “la humanidad contemporánea debe elegir entre una existencia larga y modesta o una corta y lujosa”, y citando también una célebre frase del economista rumano, Nicholas Georgescu Roegen: “un coche más hoy significa un campesino menos en el futuro”. Muy apropiada la expresión para Canarias, territorio que hoy tiene 30.000 agricultores, el 3% de la población activa, mientras que hace 60 años la mitad de sus población activa se dedicaba al campo, y con un tércio de hectáreas cultivadas con respecto también a esa época. Pero una comunidad, en la segunda mitad del siglo XX podía vivir bien incluso sin agricultores, lo que nunca ocurrió en la Historia. ¿Por qué? Canarias ha vivido en paz y democracia, como el resto del Estado, gracias al “crecimiento económico”, que ha reducido los habituales conflictos por los recursos de la humanidad. Canarias ha sido alimentada por la cesta agropecuaria industrial de medio mundo, en una dieta de más de 5.000 kilómetros de diatancia, una cesta condicionada por el gran subsidio energético que ha supuesto el petróleo barato, en una fase histórica que está llegando a su fin. Califica Ernest García al término desarrollo sostenible, de “fórmula todo terreno”. Efectivamente, en estos lares ha sido usada esta contradictoria expresión para expresar una cosa y la contraria: los que alertaban de la necesidad de otro tipo de desarrollo – en Canarias, el movimiento ecologista fundamentalmente – han usado esa expresión, aunque cada vez con menos entusiasmo, al haberse apoderado de ella los que hoy diseñan o pilotan precisamente el actual modelo “insostenible” de desarrollo. Y a veces, abusando del término sin pudor alguno.
Ernest García no esconde su impresión sobre los rasgos esenciales de la cultura europea, que le llevan a desplegar su ácida crítica a la respuesta mayoritaria (o, al menos, institucional) al deterioro de los recursos: “vivimos en una sociedad que se mueve entre el conformismo y el miedo, con una ampulosa autosatisfacción”, todo ello con una base clara: “la abundancia material y los derechos del individuo, pero teniendo en cuenta que si el incremento de la primera se para, se ciernen nubes negras sobre los segundos. Y aparece entonces el miedo”.
De ahí el escepticismo que, de alguna manera, despliega normalmente Ernest García. Aún haciendo apuestas por líneas de trabajo que luego desarrollaremos, conoce que los obstáculos culturales son muy poderosos, y se encuentran anclados en esa abundancia material y opulencia desarrollista que, precisamente, se considera puede ser sostenible. Porque es que, si falla la opulencia, puede venirse abajo, como un castillo de naipes, el marco de “libertades” y democracia formal que se ha forjado en su entorno.
I. El concepto de desarrollo sostenible.
Ernest García advierte que, desde el Informe Bruntland hasta las posteriores declaraciones de Río o del Tratado de Maastricht, el término de “sostenibilidad” ha estado cargado de vaguedad. Hace un esfuerzo de síntesis García para exponernos las “líneas de análisis del desarrollo sostenible” que podrían ser más deseables, frente a las convencionales e institucionales: parece una apuesta por la bioeconomía, por atender a la suficiencia y cubrir las necesidades básicas; por un cierto igualitarismo comunitario, dentro de un desarrollo político marcado por los cambios impredecibles; el desarrollo de los valores de parsimonia y conservacionismo y el reconocimiento de la impredictibilidad de la organización social, lo que exige una “interdependencia moderada” entre los agentes y sectores sociales, sin llegar a los extremos de vulnerabilidad hoy existentes. Todo ello en oposición al discurso dominante, que identifica “desarrollo” con crecimiento, sea éste realizado con eficiencia o no, pero básicamente incrementando “la escala física de la economía, es decir, la cantidad de energía y materias primas incorporadas a la producción”. Esta es la prueba del algodón de una apuesta por la “sostenibilidad”. Es fácil deducir que no es posible la “eterna sostenibilidad” usando las reglas del “eterno crecimiento”. Más palpable aún es esto en territorios como Canarias, con unos límites geográficos y de disposición de recursos muy claros.
Para Ernest García, y suscribimos claramente sus propuestas, hay una visión que apuesta por la bioeconomía, que heredamos en su elaboración más completa del economista rumano Nicholas Georgescu Roegen, que reconoce la “irreversible degradación entrópica” como primer paso para aconsejar la conservación, parsimonia y el rechazo a la extravagancia como criterios principales de la sostenibilidad. Este criterio de sostenibilidad económica lleva aparejado un criterio cultural de “suficiente es mejor”, y de un mantenimiento de ciertos grados de “libertad” en lo político, con el objetivo de la búsqueda de una mayor adaptación a una realidad de incertidumbre: pluralidad, descentralización y dimensiones de escala no demasiado grandes son ingredientes de un modelo alegado de la tecnocracia actual.
La semántica del debate entre mejora de la vida y sustentabilidad medioambiental.
Ernest García se nos torna un agudo “decrecentista” en sus análisis, porque tiene muy en cuenta la Ley de la Entropía, y la irreversible degradación de los recursos que usamos. Otro gallo nos cantaría si la comprensión de esta Ley se extendiera. De ahí que incluso sea crítico con las visiones de “crecimiento cero” o “economía en estado estacionario”, que promulga el principal discípulo de Georgescu – Roegen, Herman Daly. Directamente su apuesta, aunque no es explícita aquí, es por el “abandono del desarrollo”.
Una apuesta decrecentista:
Creo que es muy interesante reproducir aquí las características que tiene para el autor un modelo de sociedad sostenible, desde el conservacionismo y las relaciones bioeconómicas. (las opone en el texto, de forma brillante, a las visiones de “crecimiento sostenible” y “estado estacionario”). Así, esta visión bioeconómica, tendría claro que tendría que haber un sistema de mayor participación de las energías renovables, aunque reconoce una “incertidumbre de sustitución muy elevada” (en una clara renuncia a las tecnofantasías que tanto se prodigan en nuestros esquemas mentales de crecimiento perpétuo); una apuesta por una tecnología con características de “heterogeneidad cualitativa y, por tanto, pone límites a la sustitución de unos recursos naturales por otros”, frente a la visión convencional y errónea (por físicamente imposible) de que es posible sustituir fácilmente recursos naturales por capital, o recursos no renovables por renovables. Esta visión de ajuste tecnológico, que se podría corresponder con la tecnología intermedia de E. F. Schumacher (autor de “Lo pequeño es hermoso”), es muy adecuada para valorar las posibilidades reales de un modelo realmente más sostenible: implica una reducción explítica y absoluta de usos tecnológicos sofisticados, de urdimbre compleja y, por lo tanto, “poco democrática”. En el ámbito económico, se reclama la “ecología política, y la valoración de los conflictos a través del conflicto social”, como opuesto a la monetarización de los recursos naturales, en boga en la llamada “economía ambiental”. La apuesta decrecentista es la de un igualitarismo comunitario, cuya forma política adoptaría la forma de un cierto “comunitarismo descentralizador”, en oposición a la tecnocracia “ecoeficiente” y los planteamientos liberales. Plantea, en fin, una “desaceleración y desglobalización”, con un “uso moderado de los recursos a fin de no acelerar la inevitable degradación entrópica”.
Canarias precisa, con urgencia, desandar los caminos de la globalización en la que se encuentra inserta, porque el Turismo de masas es de los segmentos económicos más dependientes de factores externos sumamente frágiles. Esta situación no estará exenta de conflicto social, como dice García. La diferencia es interpretar ese hecho como algo destructible o como la esencia misma de nuestro modelo, y adoptar, desde la urgencia, las mejores medidas, que partan de la “modestia tecnológica” en una apuesta por recuperar todas las infraestructuras agropecuarias e hidráulicas hoy abandonadas, la “reagrarización de las islas” y recuperación urgente de sus bancales, la comunitarización de la producción y distribución de bienes, haciendo de las islas huertas de producción alimentaria, probablemente mediante un reparto de tierras justo, porque el “interés general” del descenso energético lo requiere; logrando una desconexión del turismo, antes de que éste se desconecte de Canarias. O al menos, no emprender huidas hacia delante, como está ocurriendo en las islas. Sin embargo, muy al contrario, y fruto de la inercia y borrachera de energía barata, las islas, sus empresarios, instituciones y ciudadanos emprenden la toma de decisiones que nos harán más dependientes del exterior. Frente a la conservación del agua, la construcción de desaladoras; frente al aprovechamiento de los residuos, la instalación de incineradoras; frente a la escasez y pérdida de suelo rústico, la urbanización y la pérdida crónica de hectáreas de suelo antes cultivado. Es el abandono al hedonismo fáustico.
II. Los límites del análisis ecológico.
Ernest García bebe de las fuentes del gran economista Georgescu Roegen, que nos recuerda que nada puede durar eternamente en un medio finito. A la “sostenibilidad” hay que ponerle un marco, temporal, cuantitativo y valorativo. La “sostenibilidad” es, por ello, si no se toman en cuenta estas aseveraciones, un concepto absolutamente maleable y, hoy, totalmente inválidado para la definición de un marco de sociedad más viable. Quizás lo que quiera expresar Ernest es que “debemos aspirar a” determinado marco social, y evitar las declaraciones grandilocuentes, en bocas de todo tipo de desarrollistas, que crean enorme confusión sobre el rumbo de la “sostenibilidad”.
Un problema esencial de la “sostenibilidad” es resolver la cuestión de “y los demás”. Tenemos un Planeta con un reparto absolutamente desigual de los recursos no renovables, con un trasiego enorme de materiales del Sur al Norte (lo demuestra para España, de forma contable – contabilidad de materiales – Óscar Carpintero en su “Metabolismo…”, donde se evidencia la importación de energía y materias primas de África, Medio Oriente y América del Sur), que impiden hablar de sostenibilidad real a las sociedades ricas, sin tener en cuenta que ese mantenimiento de nivel de vida se hace en buena medida a costa de las penurias de otras gentes del Sur. Ernest García introduce el matiz “social” a la sostenibilidad, insistiendo en la equidad redistributiva. Porque, como dice el autor, “se trata de hacer duradera una forma de sociedad en la que la gente crea que vale la pena vivir (¿por qué, si no, habría que sostenerla?)”.
Canarias es un ejemplo elemental de esta cuestión. Somos receptores de enormes flujos de energía y materiales provenientes de medio mundo, como forma de contraprestación a nuestro principal atractivo: vender clima y sol apetecible al ciudadano europeo. Nuestra capacidad productiva se reduce, pues, a satisfacer el deseo suntuario de una minoría de la población europea, y a cambio de esa actividad (absolutamente prescindible, como veremos cuando la crisis energética cuestione el transporte aéreo masivo) recibimos ese maremagnum de materia primas que en buena medida provienen del Sur (petróleo africano, que representa el 80% del consumo interior de las islas.
Una de las preguntas que se hace Ernest García es cómo medir – la escala – la insostenibilidad para conocer a partir de qué punto hemos sobrepasado nuestra capacidad de carga. Como en todos los fenómenos sociales, la realidad se resiste a la medida exacta – para desesperación del pensamiento lineal – y requiere de marcos de interpretación dinámicos y complejos. De hecho, siguiendo a Gregory Bateson, García afirma, en relación con los efectos de nuestras acciones, que “el cambio social es una lucha incesante en condiciones siempre inciertas y cambiantes”, en un contexto (Bateson) en que la humanidad viene practicando “la acción lineal y unilateral”, sin tomar consciencia real de los fenómenos en los que el hombre se implica y las consecuencias que éstos tienen. En realidad, añado, la pérdida de consciencia no sería más que la sensación de asombro faústico ante la aparente infinitud de recursos que hoy existen, por más que – desde lejos – los científicos nos adviertan de que hemos llegado y superado los límites que van a impedir reproducir esta situación de abundancia en el futuro.
También tiene dificultades para el autor establecer una “escala óptima” de nuestra actividad económica: pone en solfa la pretensión de valorizar monetariamente, e incluso con valores “energéticos” los bienes escasos. García considera “seguramente imposible” valorar técnicamente los costes ambientales, y su dinámica, como instrumento para abordar los límites. ¿Por qué? “La acumulación de información puede coadyuvar, pero no sustituir una opción fundamental cuya naturaleza ético – política es irreductible y que ha de plantearse, además, sin ninguna garantía definitiva”. Este aserto es un ataque a la línea de flotación de las interpretaciones reduccionistas y mecánicas de la realidad, normalmente con el objetivo no confesado de perpetuar relaciones y conformaciones socioeconómicas injustas o insostenibles. Lo que ha intentado el “poder” es atribuir valor a recursos cuyo uso los destruye, y al tiempo de las demás generaciones, solventando con fórmulas arbitrarias problemas irresolubles por la vía crematística, para evitar afrontar el reto político del entendimiento de las comunidades y la discusión abierta sobre los criterios de uso de los recursos.
Sostenibilidad y cambio tecnológico.
Se muestra aquí el autor especialmente afortunado, a mi entender. Uno de los mayores errores de la “concepción faústica del desarrollo” es la confianza irrefrenable en la tecnología y su poder de multiplicación de los recursos, más allá de lo que la propia Naturaleza permite.
“Los recursos son limitados”, inclusive los renovables, “que están limitados en la tasa de uso”. García aclara – contra el erróneo criterio de algunos tecnoentusiastas – que, en el caso de la energía solar, este recurso “no está limitado ni por la cantidad total ni tampoco por la tasa de uso, pero lo está en la concentración de sus llegada a la superficie terrestre y por el hecho de que ésta – la estructura de captación – es finita”. García destaca la existencia de la posibilidad de “rendimientos decrecientes de la tecnología” y la dependencia grave de los combustibles fósiles que ésta tiene. Pero es que en el fondo se encuentra la “ideología del crecimiento” porque, en el poco probable escenario de una sustitución “tecnológica” de la intensidad energética de los combustibles fósiles y si esto fuera posible, “una nueva era de plétora energética implicaría un entorno más y más degradado”. García desmenuza en una frase magistral la sinrazón del crecimiento económico: “La onda del crecimiento parece más dirigida a huir de la Tierra que a permanecer dignamente aquí”. Estamos destinados, una vez termine la euforia de la era fósil, a la “renuncia definitiva a comer de balde” de los recursos que la energía abundante nos ha permitido extraer de la litosfera, hasta el límite actual de que se considera que “cerca del 40% de la producción fotosintética primaria neta de los ecosistemas terrestres es usada por los humanos cada año” (Vitousek, Ehrlich y Matson, 1986). Comenta García: “Puede continuar el crecimiento o puede alargarse la estadía del homo sapiens sobre la Tierra. Hoy es difícil creer que ambas cosas sean posibles simultáneamente”.
El autor es especialmente crítico con la “fe en la posibilidad tecnológica de superar cualquier escasez”, más propio del “pensamiento mágico que de la ciencia”. Ernest García, consciente de que el actual “progreso” deriva de la abundancia de combustibles fósiles, advierte que no existen hoy por hoy alternativas para esta riqueza energética: por un lado, la “fusión nuclear” se presenta como una alternativa “no compatible con una sociedad democrática” y, por otro lado, la llamada “alternativa solar”, considera García, podría ser demasiado democrática y, al mismo tiempo, demasiado escasa para el ritmo de crecimiento de la sociedad industrial actual.
Cita de nuevo nuestro sociólogo al economista Georgescu Roegen, para evaluar las posibilidades reales de “nuevas fuentes energéticas alternativas”. ¿es capaz la energía solar de autoalimentarse, esto es, de “elaborar procesos completos de producción industrail de base exclusivamente solar”. Considera García que “es del todo improbable que una civilización así pueda tener alguna vez la impronta expansiva que ha caracterizado a la era de los combustibles fósiles”. Nos invita Ernest García a un ejercicio verdaderamente útil hoy: “es necesario poner entre paréntesis la fe en las ilimitadas potencialidades de la innovación tecnológica para nutrir sosteniblemente la máquina del crecimiento”. Porque además, nos recuerda, la Ley de los rendimientos decrecientes también es aplicable a los descubrimientos tecnológicos: en realidad, nos explica, “el progreso tecnológico es ahora mucho más difícil y reclama mucho más tiempo que en 1900”. Es lo que en otros textos se denomina el “cenit de la tecnología” (peak technology), contra la percepción mayoritaria de la ciudadanía – una vez más, los “mitos faústicos”- que entiende que hoy existe una aceleración del progreso científico. Confunde la mayoría de la población su acceso particular a los productos de tecnologías desarrolladas hace décadas, pero hoy accesibles a un amplio espectro de población, con el verdadero avance tecnológico, fenómeno no necesariamente lineal ni de crecimiento exponencial sino, al contrario, progresivamente más complejo de conseguir.
Nos aclara el autor que “en la especie humana, la biología no es independiente de la tecnología”. Somos una especie que requiere de “instrumentos exosomáticos” imprescindibles para nuestra supervivencia. La cuestión es qué tecnologías, para qué usos para cuantos miembros de la especie y durante cuánto tiempo. Todas esas problemáticas planteadas hacen complejo dar soluciones sencillas al dilema de “qué es sostenible”. En todo caso, hay límites, y en primera instancia, son físicos: “la escala física del sistema social se ha de mantener por debajo de la capacidad natural de suministrar recursos”. Si es al contrario, esto es, si nos encontramos ante “procesos de producción demasiado grandes o demasiado intensivos”, el ajuste es inevitable, bien en el tiempo, o bien sobre la disponibilidad de recursos de otras personas.
Pero para que algo sea “sostenible”, también es importante que la dimensión “tiempo” sea ajustada a los requerimientos asumibles. Así, es “insostenible un bloqueo de los dispositivos sociales de aprendizaje, como consecuencia de una aceleración excesiva y de una conectividad demasiado alta”. Precisamente estamos ante una realidad socioeconómica que ha primado la aceleración del ritmo de crecimiento, por un lado, y la máxima conectividad, mediante la globalización, llevado a una situación extrema en el caso de Canarias.
Ernest García nos advierte que la insostenibilidad de las “sociedades industriales maduras” implica que hay límites al crecimiento y a la duración del modelo. Cuando se alcanzan esos límites, comienza la agonía. Propone una fórmula de mayor estabilidad, que necesariamente debería pasar por una “minimización del flujo metabólico de energía y materiales”. Y concluye este capítulo con una importante reflexión, en la que nos viene a decir que no existen fórmulas acabadas, que en el proceso contradictorio y dialéctico estará la “respuesta”, partiendo de que “la historia es una lucha permanente bajo formas siempre nuevas”, lejos del ilusionismo “crecentista” de la era de la abundancia.
III. La cultura de la suficiencia.
Ya que no es posible satisfacer al máximo las necesidades (por otro lado, siempre insatisfechas en un escenario de “agitado” crecimiento) de una población determinada, sino a costa de otras poblaciones y de los hijos de ésta, urgen planteamientos reformadores de esta situación. Propone García “una reelaboración ético - estético – política concerniente a la decisión sobre qué necesidades han de ser satisfechas y a los criterios de reparto entre contemporáneos y entre las generaciones actuales y las futuras”.
Reclama el autor un “cambio cultural” que ponga moderación al compulsivo “consumidor individualista moderno”. Pero eso genera conflicto, y la resolución del conflicto de “qué necesidades hay que satisfacer y cómo” se deben resolver según García mediante la “decisión colectiva en un contexto democrático”. Por otro lado, nos debe llevar esa forma de limitación a una “mayor perdurabilidad” de nuestra sociedad, sin que Ernest García haga una apuesta decidida por la prolongación de nuestra estancia en la Tierra, curiosamente. Nos remite a una combinación de una norma moral y una norma estética: plantea un “cultivo de los sentidos, sin el cual no podemos darnos cuenta de la destructividad inherente a la forma de vida del mundo industrial”. Este código de comportamiento deseable ante la evolución vertiginosa de la desaparición de las bases de nuestra subsistencia futura es sin duda importante, aunque cabe que nos preguntemos si la sensación de “urgencia” en la adopción de medidas permite remitir a esos criterios “subjetivos” la elaboración de una forma de conservar los recursos para el futuro.
La sociología de la modernización y la crisis ecológica.
Como comenta Ernest García, el ecologismo que mayoritariamente conocemos es fruto del pensamiento de clases medias de países industrializados, con las necesidades básicas cubiertas, y la posibilidad de reorientar sus inquietudes hacia “valores posmateriales”. De hecho, buena parte de ese ecologismo no tiene duda alguna de que es posible conservar el medio ambiente y que se puedan mantener las actuales “tasas de confort”. Sin embargo, resulta que esa visión de la crisis ecológica y sus “alternativas” parte del error de no cuestionar el mismo efecto destructor del actual industrialismo, y restringe su visión a acomodoticias políticas de lavado de imagen verde. La “sociología de la modernización no percibe límites”, ignorando que los pobres son pobres como resultado de una desigual distribución de recursos.
Suficiente es mejor.
Ernest García considera que la regla cultural del suficiente es mejor, “tan solo puede fundarse sobre algún criterio alternativo de vida buena en el presente”. Huye así de consideraciones basadas en el miedo, en la solidaridad con las próximas generaciones, etc. Para ello toma la referencia del ecologismo del norte, singularmente de la autora de La primavera silenciosa, Rachel Carlson, y de la resistencia al “desarrollo” de los pueblos del sur, encabezado por Vandana Shiva. ¿cuáles son los elementos que unen a estas dos corrientes, y que García propone como base argumental para el criterio de la suficiencia: - generar efectos “fuera del mercado y del Estado”. La mercantilización de todas las relaciones, que produce hastío en el Norte, a través del consumismo, y pobreza crónica, a través de la destrucción de la economía local, en el Sur. Es una reivindicación clara de la economía no monetaria, “comunitaria”, “igualitaria” y que construya un sistema alternativo de necesidades. - denunciar que en el origen de los problemas actuales está una “orientación básicamente equivocada del progreso”. - rechazar el autoritarismo, priorizar la participación en la comunidad: son propuestas “antiestatalistas”, cercanas a lo libertario y la democracia de base, rechazando la “tecnocracia mundial” como base de gobierno “democrático formal”. - reivindicar la descentralización y la diversidad cultural. Los ecosistemas más diversos y plurales son más resistentes, desarrollan la resiliencia con mayor efectividad. Para ello, la cuestión de la “pequeña escala humana” parece básica. En el fondo de la cultura: mitos y sustentabilidad. Cita García a May, “un psiquiatra que ha estudiado la incidencia de Fausto en la cultura contemporánea”, para decir que el mito faústico es una “expresión de la creencia desesperada en que el dios del progreso ejercerá un efecto benéfico en todos nosotros”. También la “búsqueda de un enemigo común” como axioma para provocar la unidad, salvo en este caso, donde “el enemigo somos nosotros mismos”, lo que genera desconcierto, inhibición y paralización ante la renuncia a luchar contra nosotros mismos (¿instinto de supervivencia?). La consecuencia lógica de ello, según el autor, es la “delegación” en otro, normalmente un cuerpo de tecnócratas y expertos. Frente a esta visión faústica de dominio sobre la naturaleza, se antepondría una visión de “Diosa madre”, como fórmula para hacer aflorar la dimensión de la “paz con la naturaleza”. Suficiencia y civilización: por un ecologismo epicúreo. Propone Ernest García, en una aportación novedosa, un “equilibrio flexible entre ecoeficiencia (aumento de la productividad de los recursos naturales, con menos energía, materiales y contaminación) y suficiencia, “sentido de los límites, conciencia del hecho de que más no siempre es mejor, capacidad de renunciar a producciones y consumos económicamente factibles si su impacto ambiental es muy grande o su utilidad escasa”. En el aspecto de la “suficiencia” recurre García a la “ética y la estética”, partiendo de las observaciones de Epicuro, que distinguía entre los deseos naturales y necesarios, los naturales y no necesarios (suficiencia) y los que no son ni naturales ni necesarios. Reivindica un término medio entre la opulencia y la escasez, “la exploración de la relación a menudo invisible entre renuncia y felicidad, entre moderación y hedonismo”. Apela a la tradición ecologista que denuncia los proyectos “extravagantes, superfluos, inútiles o perniciosos”, para a continuación proponer como única salida el “debate ciudadano, caso por caso, el conflicto y la decisión democrática” sobre el modelo de civilización que pretendemos. Claro que, a mi entender, falta en este análisis la perspectiva desde el otro lado del crecimiento, esto es, desde la disminución progresiva de los recursos y su accesibilidad. Los criterios “estéticos” obedecen a la posibilidad de tener un cierto margen para elegir. Pero ese margen no será tan libre en un periodo determinado en el que se agudice la crisis energética y de recursos. Entonces la suficiencia la medirá – como ya lo hace en muchas zonas pobres del mundo – el acceso a los recursos que se pueda, no a los que se quiera. La “austeridad” vendrá dada, y el problema será el reparto de lo escaso sobre la población creciente. IV. Planeta pequeño. ¿democracia grande? Viene a afirmar el autor que “el crecimiento económico ha sido la sustancia de la democracia moderna mientras que el pluralismo político ha proporcionado la forma”. De lo que podemos deducir que, en ausencia de democracia, la “lucha por los recursos” puede derivar hacia formas de gobierno “poco democráticas”. En realidad la “paz social” de occidente tras la segunda guerra mundial y la generalización en un sector que puede abarcar entre un sexto y un quinto de la población mundial, deriva de la extensión de la “sociedad de consumo”, del consumismo y homogeneización y control cultural derivado de la abundancia en la explotación de recursos. Pero ese crecimiento está llegando a su fin, además de que sus consecuencias sobre otros pueblos, el agotamiento de los recursos y la pérdida de riqueza ha sido espectacular. En esta huida hacia delante García destaca el agotamiento de los combustibles fósiles, que son en realidad la base de nuestra civilización del “hidrocarburo”, el recurso que da fuerza para extraer los demás. Ernest García advierte, como no podía ser menos, del retorno del “neofascismo” ante las dificultades crecientes que tendrá “la máquina insaciable del crecimiento”. El miedo podrá derivar en despotismo y arbitrariedad, en un nuevo fascismo que impida la discrepancia. Las opciones “alternativas” a ello pasan por la participación de la comunidad, por la reivindicación – en buena medida protagonizada por el ecologismo – de la acción colectiva. Creemos que muestra simpatía el autor por las “variantes anti-autoritarias y anti-estatalistas (…), de democracia de base, hacia posiciones libertarias”. Parece claro que el entramado institucional actual es incompatible con la defensa de lo local, lo comunitario y el protagonismo de la acción colectiva. Y advierte el autor sobre los gobiernos de “tecnócratas” y sabios que, a nivel mundial, arbitren soluciones globales, cuando quizás la “gestión centralizada” está en el origen de buena parte de los problemas que querría evitar. Se apoya García para ello en autores como
Shiva, Norgaard y Naess (ecología profunda). Hace un llamamiento a la “diversidad”, como única garantía “frente a los errores evolutivos” cometidos: una diversidad muy grande (…), con “dimensiones y conectividad medianas” y, por lo tanto, “adaptable al cambio imprevisible”, esto es, siendo flexibles. V. Epílogo. Ernest García abjura del “desarrollo sostenible” por ser un término imposible, que promete lo que no puede dar, un oximorón que tiene contradicciones irresolubles en su seno. Para él, “la única respuesta posible es el cambio de las reglas del juego (…), es decir, conflicto social”, que huya del “trampolín faústico compuesto de humo, el sueño loco de un salto hacia el control definitivo de la historia”, en que se ha convertido el desarrollo sostenible. Su visión no sólo no rechaza el conflicto, sino que lo abraza como vía de salida ante el entuerto del crecimiento y consumismo. El conflicto, añadimos, es ya inevitable – y lo está siendo -; ahora bien, lo que propone García es que se le dote del componente “liberador” de la comunidad, la participación en la pequeña escala y la democracia local, lo que no es poco, y probablemente hoy solo viable en pequeños escenarios que escapen a la voracidad del crecimiento y la destrucción de nuestras bases de supervivencia.